miércoles, 13 de noviembre de 2013

Tenías que ser tú - VII



            Dos semanas después, cuando los síntomas del embarazo se hicieron presentes y obvios, Andrea decidió darle la noticia a su mamá. Irían los dos a casa; así Andrea no pasaría por aquello estando sola.

            Aaron aparcó el auto justo frente a la casa de la madre de Andrea, y ésta dio un gran respiro antes de bajarse y jalar sus cosas. Llevaba una magdalena de naranja (las favoritas de su madre), y sabía que su madre tendría café.

            Tocaron el timbre, y rápidamente les abrió el padre de Andrea.

            -¡Andrea! Mi amor –dijo, y la abrazó tiernamente-.

            -Hola, papá –dijo Andrea recibiendo el abrazo, mientras Aaron agarraba las cosas de Andrea de las manos para que no se le cayeran. Terminado el abrazo, el padre de Andrea dispuso a saludar a Aaron dándole la mano-.

            -Buenas tardes, señor –saludó Aaron, obteniendo una respuesta silenciosa-.

            Los dos pasaron a la sala en lo que el padre de Andrea iba a buscar a la cocina a la mamá de Andrea.

            -¿Quieres decirles de un solo? –susurró Aaron-.

            -No, esperaré el momento adecuado –respondió Andrea-.

            -¡Andrea! ¡Mi niña! –exclamó la madre de Andrea, y fue a abrazarla cálidamente-.

            -Hola, mamá –sonrió Andrea-. Traje una magdalena para que comamos los cuatro.

            -¿Los cuatro? Oh, vaya, Aaron… -parece que al fin se había percatado de su presencia-. Vaya sorpresa verte aquí. No te había visto desde hace bastante tiempo.

            Aaron estaba usando una playera polo, un pantalón de lona, y unos Converse azules. Sus rizos parecían despeinados, aunque siempre habían lucido así. Andrea, por su parte, usaba un vestido rosado pálido y unos flats del mismo color, con su cabello recogido en un moño.

            Comenzaron una plática muy entretenida en familia; Aaron estaba muerto del aburrimiento mientras escuchaba lo que la madre de Andrea relataba. Lo único de lo que hablaba era de las novedades de la vecindad, o de la iglesia, o cosas por el estilo. No podía creer que Andrea hubiera vivido así por veintitantos años. ¡Con razón se había mudado! Él también lo habría hecho.

            -En fin, nena –concluyó la madre de Andrea-, ¿a qué debo tu visita?

            -Quería que comiéramos juntos, los cuatro –respondió inmediatamente Andrea-. Por eso traje la magdalena; esperaba que hubieras preparado café.

            -¡Pero claro! Bueno, ahora regreso. ¡Stefano, ven a ayudarme!

            -Con permiso –dijo el padre de Andrea, mientras se levantaba y se iba detrás de Genoveva a la cocina-.

            Aaron y Andrea permanecieron en silencio, esperando a que Genoveva apareciera con el café. Los abuelos paternos de Andrea eran italianos, y su apellido era Belletti.

            Los padres de Andrea regresaron a la sala, y Andrea pudo controlar un mareo que le dio por el olor del café.

            Los cuatro comenzaron a tomar el café y a comer magdalena, mientras platicaban un poco de todo. El momento estaba cerca, y ambos lo sabían.

            Al terminar el café y la magdalena, Andrea se sintió demasiado nerviosa, pero tenía que afrontarlo.

            -Bueno, mamá, papá… tengo que decirles algo. Esto es muy importante para mí, y espero que no lo tomen a mal.

            -Dinos, nena. ¿Qué pasa? –la tranquilizó su padre al ver que estaba nerviosa. Su padre siempre la había conocido muy bien-.

            -Lo que pasa es que… -suspiró-. Estoy embarazada.

            El rostro de Genoveva pasó de una sonrisa a una cara completamente seria.

            -¿Qué?

            -Ya oíste, mamá. Estoy embarazada. Aaron es el padre.

            -No lo puedo creer… -susurró Genoveva-. ¿Estás embarazada?

            -Sí. Tengo un mes y medio de embarazo.

            -¡¿Cómo pudiste, Andrea?! –gritó su madre, en un arrebato de cólera-. ¡Andrea! ¡¿En qué demonios estabas pensando?!

            -Mamá, yo… -Andrea comenzó a llorar-. Lo siento tanto, mamá. Yo nunca planeé que esto pasara.

            -¡Ni siquiera has terminado la universidad! ¡Ni siquiera estás casada! –gritó Genoveva, histérica-.

            Stefano contempló el rostro de su hija, lleno de lágrimas; su cuerpo estaba siendo abrazado por los brazos de Aaron, quien la consolaba. Stefano no había reaccionado mal. Él nunca reaccionaba mal.

            -Mamá, perdóname…

            -Sal de esta casa, ¡ahora mismo! ¡No te quiero volver a ver, niña estúpida!

            -Vámonos, Aaron –susurró Andrea mientras se levantaba del sofá, seguida por Aaron-.

            Cuando llegaron a la puerta que daba directo a la calle, Stefano la llamó. Ella volteó a ver, y regresó sobre sus pasos a abrazar a su padre. Aaron regresó tras ella.

            -Te quiero, pequeña –susurró Stefano-.

            -Y yo te quiero, papá…

            -A tu madre se le pasará dentro de unos días, o tal vez semanas, pero se le pasará.
           
            -¿Cómo puedes estar tan seguro?

            -La conozco, nena.

            -Gracias, papá –susurró Andrea-.

            -Sabes que te quiero. ¡Ah! No te olvides de mandarme fotos de tu vientre, o de tus ultrasonidos…

            Andrea sonrió mientras Aaron le daba la mano a Stefano en señal de despedida.

            -Y tú, jovencito, cuídala bien.

            -No se preocupe, señor. Tenga eso asegurado.

            Momentos después, ambos se fueron al apartamento de Andrea en el auto de él.

-*-

            -Te dije que reaccionaría mal –susurró Andrea ya en la sala de su apartamento, mientras se quitaba los flats y el moño, y Aaron se acomodaba a la par suya-.

            -Andrea, a tu madre se le va a pasar.

            -¿Y si no? ¿Mi padre será el único que quiera ver a su nieto?

            -No pienses eso, Andrea. Tu mamá lo aceptará tarde o temprano.

            -Ya, tú siempre tan seguro de todo –sonrió-. Gracias por ir conmigo.

            -No hay de qué. Es mi hijo también, ¿no?

            -Sí. Tienes razón. Si quieres puedes irte ya, es sábado –se paró y se dirigió a su recámara-. Estaré bien, no te preocupes.

            -Pero, ¿y si quiero quedarme contigo?

            -En ese caso… -sonrió-. ¿Puedes ir a comprarle comida a Cleo? La bolsa se le acabará hoy en la noche.

            -Claro.

            Ambos entraron en la habitación, y Andrea le mostró de qué tipo de comida para gatos comía Cleo. No quería que él se equivocara, ya que Cleo no comía otra comida que no fuera la indicada. Aaron salió para comprar la bolsa, y Andrea se recostó un rato en su cama.

            Aaron llegó a los treinta minutos, con la bolsa indicada de concentrado para gato, y entonces, al ver que Andrea estaba dormida y Cleo lo veía con ojos suplicantes, le sirvió la comida de la bolsa que ya se iba a terminar. Cleo se lo agradeció ronroneándole, y Aaron simplemente se apartó mientras la gata comenzaba a comer. Jamás le habían gustado los gatos, sin embargo, Cleo le irradiaba amor.

            Aaron se quedó esperando sentado en el sofá del cuarto de Andrea a que se despertara. Amaba verla dormir.

            Comenzó a leer un libro que encontró en el buró de la recámara. Entonces, Andrea, a los pocos minutos, despertó.

            -¿Aaron?

            -Hola, Andrea… ¿dormiste bien?

            -Sí, eso creo. ¿Qué hora es?

            -Faltan diez para las nueve de la noche.

            -¿Mañana es domingo?

            -Eh… sí.

            -¿Sabes? Tengo que decirle a mi grupo de teatro que estoy embarazada. Después ya no podré actuar mucho.

            -Y yo les tengo que decir a mis padres y a mis hermanos.

            -¿Tan rápido?

            -Pues, no puedo ocultarlo tanto tiempo. Seguramente mis padres querrán conocer a su nieto.

            -Tu madre jamás me quiso.

            -¿Qué dices? ¡Ella te amaba!

            -Pero siempre se comportaba algo extraña cuando estábamos juntos…

            -Ella siempre ha sido así, no te preocupes. Aunque… me gustaría decirles, tal vez, contigo a la par mía. ¿Quieres ir?

            -¿Ahora?

            -Mañana, después de que vayas a misa…

            -¿Vendrás por mí?

            -No me iré –prometió-. Me quedaré aquí contigo.

            Andrea no pudo evitar sonreír.

            -Gracias, Aaron –susurró-. Ahora, ¿vendrías acá conmigo? ¿A la cama?

            -¿A la cama? –Aaron se sentía confundido. ¿Andrea le estaba pidiendo ir a la cama?-.

            -Sí, a la cama. Ven…

            Aaron se acercó a la cama, y se sentó al borde.

            -Quiero que te recuestes conmigo. ¿Lo harías?

            -Eh… sí, claro.

            Ambos se recostaron juntos en la cama, y entonces, Andrea se quedó dormida rápidamente. Aaron la observó dormir y, media hora después, él se durmió también, no sin pensar en el comportamiento extraño de Andrea y en que, al otro día, iba a pedirle que se casara con él, solamente por la ley, no por la iglesia. Tenía que aceptarlo, ya que estaba embarazada de un hijo de él, y ese matrimonio haría más fáciles las cosas.

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¡Jaaaaa! Pero ya verán la reacción de Andrea. :3

¡Las amo!

-Ana A.

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