domingo, 12 de enero de 2014

Tenías que ser tú - Epílogo



Dos años y medio después…

Sonó el timbre de la casa.
–Yo voy. –Dijo Aaron, levantándose del sofá para ir a atender a las personas que llegaban.
–¡Gracias! –Exclamó Andrea desde la cocina.
–¿Y cómo te sientes? –Le preguntó Devonnie, quien había llegado temprano a ayudarla a preparar las cosas para la fiesta. En ese momento, se encontraban dándole los toques finales al pollo horneado.
–Perfecta. –Dijo Andrea, y sonrió, acariciando su vientre.
–¿No te cansa esto de la maternidad? O sea, ¿no hay días en los que deseas que nada de esto hubiera ocurrido?
–No. –Dijo Andrea, sonriendo nuevamente–. Hay días en los que incluso tengo miedo de que todo esto sea un sueño. Es demasiado bueno para ser verdad.
–Pero es verdad, cariño.
–Eso es lo más bonito de todo.
–Tal vez uno de estos días me decida a probar eso de la maternidad. –Dijo Devonnie, llevándose un dedo lleno del jugo del pollo a la boca–. Ya es hora de que me case y que tenga hijos. O tal vez simplemente tener hijos.
–No te desanimes, Dev. De seguro que Aaron tiene muchos amigos de tu edad que pueda presentarte.
–Ya…
–Créeme.
–Amor… –Dijo Aaron, asomándose a la cocina, llamándoles la atención–. Vinieron tus padres.
–¿En serio? ¿Tan pronto? ¡Qué bien! Diles que voy en un segundo.
–Claro. ¿Cómo están mis hijos?
–¿Estos chiquillos aquí conmigo? –Andrea colocó una mano en su abultado vientre de cinco meses de embarazo–. Pateando.
–¿Te están molestando mucho?
–La verdad es que no. Hay veces en las que patean incluso más. Ahora, Joseph está en su habitación, durmiendo.
–Lo sé. Fui a verlo en cuanto vine con el pastel. Les diré a tus padres que ya irás.
–Gracias Aaron.
Aaron salió de la cocina, mientras Devonnie y ella se concentraban de nuevo en el pollo.
Unos minutos más tarde, después de haber colocado el pollo en el horno, ambas salieron de la cocina a la sala donde estaban Genoveva, Stefano y Aaron hablando muy amenamente.
–¡Oh, querida! –Dijo Genoveva al ver a su hija, mientras se levantaba y la abrazaba–. ¿Cómo has estado, amor?
–Muy bien, mamá. Gracias. ¿Y ustedes?
–Bien, cariño. ¿Dónde está el pequeño Joseph?
–Oh, está en su habitación, durmiendo. Se levantó temprano y comenzó a jugar. Al cansarse, le dimos el biberón y se quedó dormido.
–Le hemos traído un regalo. –Dijo Stefano, abrazando a su hija–. Esperamos que le guste.
–Seguramente le gustará. –Dijo Andrea–. No debieron de haberse molestado.
–Andrea, por favor. Sabes que nos gusta consentir a nuestro nieto, ¡danos el gusto!
–Lo sé, papá, lo sé. Y dentro de unos meses tendrán a otros dos niños para comenzar a malcriar.
En ese momento, escucharon un llanto proveniente del segundo nivel. Joseph se había despertado.
–Voy por él. –Dijo Aaron, subiendo las gradas a toda prisa para traer al bebé quien, seguramente, se animaría al ver a sus abuelos.
Andrea les sonrió a sus padres, quienes saludaron a Devonnie.

–*–

Las cosas habían resultado aún más fáciles de lo que ambos habrían imaginado.
Habían optado por vivir en el apartamento de Aaron por ser más grande, y poco a poco había pasado de ser un loft de soltero a uno regado de juguetes, pañales, ropita y demás. Se había cambiado la mesa de vidrio por una mesa de caoba, y los libros de cálculo, física y agronomía habían pasado a segundo plano, siendo reemplazados por libros con temas relacionados a la paternidad. Y a Dios gracias que en ese edificio permitían tener mascotas, ya que Andrea no habría tenido corazón de dar en adopción a Cleo.
Planificaron la fecha de la boda para cuando Andrea tuviera cinco meses de embarazo, y todavía estuvieran de vacaciones. Aunque ella no pudo lucir el vestido de bodas que tanto había soñado desde adolescente, usó uno bastante parecido que no aplastaba su vientre.
Su luna de miel había sido en Los Cabos, México, durante una semana, con parte del dinero que sus padres les habían regalado para la boda.
Fueron a ver a Genoveva y Stefano dos días después de ese día en el cual se confesaron el amor que sentían. La madre de Andrea se había mostrado indiferente al principio pero, al ver que las intenciones de Aaron eran buenas y que de verdad amaba a su hija, decidió perdonarla y ambas rompieron a llorar.
Andrea había tenido que renunciar al teatro cuando el embarazo se comenzó a hacer visible, y también a la universidad para cuidarse. Todos los días, ambos se despertaban, se duchaban (por turnos), y Andrea se encargaba de hacerle el desayuno en lo que él terminaba de arreglarse. Él salía muy temprano a estudiar, regresaba a medio día a casa para comer, y se iba después para trabajar.
Devonnie le había ayudado mucho los primeros meses que habían pasado así. Dado a que era una experta en la cocina, le había enseñado muchísimas cosas y secretos a Andrea hasta que ella pudo hacerlo todo sola.
A veces, los fines de semana, Genoveva o Beatrice (si no es que las dos a la vez) habían llegado al pequeño apartamento para ayudar a Andrea. Ellas dos no se conocían, pero comenzó a surgir una amistad fuerte cuando comenzaron a pasar tiempo juntas.
Se habían enterado del sexo del bebé a los cuatro meses, y ambos estuvieron bastante emocionados. Comenzaron a comprar muchísimas cosas celestes, y a hacer largas listas de nombres para niño. Finalmente, Aaron Joseph fue el que más les gustó.
Joseph nació en una mañana lluviosa, después de diez horas de trabajo de parto. La noche anterior, Andrea no había podido dormir por el dolor, pero no había querido decir nada a Aaron. Finalmente, a las dos de la madrugada, cuando se rompió la fuente, fue necesario despertarlo. Él enloqueció.
Todos habían ido a visitar a la feliz pareja después del nacimiento de Joseph. Genoveva y Beatrice aprovecharon para sacarle muchas fotos, mientras Stefano y Richard lo sostuvieron en brazos, ilusionados con la idea de ser abuelos. Después llegaron los demás: Carlos, Mark, Devonnie, Emma y Alejandra. Esta última reclamó su derecho divino por ser la tía, y lo sostuvo durante cuarenta y cinco minutos seguidos. Ahora llevaba el cabello negro con las puntas verdes.
Los días y las noches de Aaron y Andrea cambiaron para siempre. Tenían que levantarse cada hora para atender los llantos del bebé, y Andrea era casi siempre la más cargada con esa tarea. Le habían sacado miles de fotos y las más bonitas las imprimieron para colocarlas en un álbum especial y en las paredes.
Aaron se graduó de la universidad antes de que el bebé cumpliera un año, y con el aumento que le dieron en su trabajo, más los ahorros que ambos tenían, lograron comprar una casa en una colonia cerrada. No tuvieron necesidad de contratar una niñera cuando Andrea regresó a la universidad, porque Beatrice y Genoveva se encargaban de cuidarlo entre semana. Y tres meses antes de que Joseph cumpliera dos años, Andrea se graduó.
Ese día era el cumpleaños número dos de Joseph, lo que significaba que la recién graduada y de nuevo embarazada Andrea, estaba preparando una pequeña fiesta para la familia y los amigos.
Ese embarazo también era una sorpresa. Ella había planeado quedar embarazada después del segundo cumpleaños de Joseph; sin embargo, cuando el pequeño tenía un año y ocho meses, descubrieron que Andrea estaba embarazada por segunda vez. Tenía actualmente cinco meses de embarazo, y a los cuatro, en una ecografía de rutina, descubrieron que tendrían mellizos: un niño y una niña.
Ya habían dado la noticia a sus familiares, y ya habían comenzado a planear los nombres. Al pequeño querrían nombrarlo Aaron Stefano, y a la pequeña la llamarían Lucía Valentina.
No podrían estar más emocionados.
Aaron resultó ser un excelente padre. Desde que Joseph nació, él se había encargado de leerle cuentos cada noche antes de dormir, e incluso había insistido en que el pequeño durmiera con ellos cuando hacía más frío. Aprendió a cambiarle los pañales, a preparar el biberón y sus comidas, a cambiarlo, etc. Andrea no podría estar más feliz de lo que ya estaba.
Habían creado un hogar.

–*–

Sonó el timbre de la casa, y Andrea pasó a abrir. Eran Carlos y Mark, y este último llevaba a su novia: una maestra de jardín quien estaba impaciente por conocer a Joseph. Entonces, cuando pasaron a la sala, Aaron llegó con el bebé en brazos.
–Mira quiénes quieren conocerte, Joseph. –Dijo Aaron, saludando a todos–. Hola, chicos. Gracias por venir.
–No nos lo perderíamos por nada. –Dijo Carlos, abrazando a Aaron–. ¿Cómo es la vida de padre?
Andrea se excusó y entró para la cocina junto con Devonnie para controlar el pollo.

Dos horas después, todos se encontraban sentados en el patio, hablando sobre cosas triviales, comiendo pastel. El pollo se había terminado rápidamente después de servirlo. Y, para satisfacción de Andrea, Devonnie había congeniado al instante con Carlos. El pequeño Joseph estaba jugando entre todos, persiguiendo a Cleo, quien había resultado ser una gata muy sociable. Quería mucho a Joseph, ya que a veces dejaba que el pequeño la sostuviera, y ronroneaba cariñosamente cuando ambos se quedaban dormidos juntos en la cama de Aaron y Andrea. Cleo solía lamerle la cara al bebé, sobre todo cuando Andrea no observaba, ya que eso la ponía bastante nerviosa.
Sin embargo, Aaron y Andrea no eran ni serían la pareja perfecta. Tenían discusiones como todos, y las peleas se presentaban una o dos veces al año. Andrea odiaba discutir, y por eso, Aaron siempre le compraba flores para arreglar las cosas. Ninguno de los dos podría imaginar su vida de otra manera. Una de las discusiones que habían tenido en las últimas semanas era respecto al trabajo. Aaron quería que Andrea se dedicara a la maternidad a tiempo completo por unos cinco años más, y ella había estado de acuerdo hasta el día en que se enteraron que tendrían otros dos niños. Andrea insistía en que debía trabajar para mantener a la familia y que nunca faltara nada, pero Aaron seguía deseando que ella se quedara en casa, ya que él quería ser quien trabajara y sostuviera a la familia.
Al final de todo, ambos se amaban y amaban a Joseph y a los dos pequeños en camino.
Al cabo de un rato todos se fueron, y Andrea y Aaron se quedaron a recoger todo lo de la pequeña fiesta: vasos accidentalmente tirados, largas filas de papel crepé, globos desinflados, etc. No era mucho, y cuando Andrea se sintió cansada al agacharse con su gran vientre, Aaron se ofreció a terminar. Joseph estaba sentado en la sala tomando su biberón, con Cleo, su mejor amiga, junto a él.
–¿Cómo te sientes, cielo? –Preguntó Aaron, cuando recogió el último globo caído casi desinflado y lo tiró a la basura.
–Bien… Cansada, con ganas de tirarme a la cama a descansar y dormir. –Dijo Andrea, observándolo sonriente, con una mano en su vientre–. Los niños han estado pateando, como si supieran que hubo una fiesta. Seguramente querían participar.
–Seguramente.
Aaron dejó la bolsa de basura en el bote correspondiente, se acercó y le dio un beso a Andrea.
–Si quieres, yo me encargo de Joseph por el resto de la tarde. Fuiste una buena anfitriona hoy. El pollo estaba delicioso.
–Gracias, amor.
–¿Entramos? Yo después me ocupo de quitar las sillas.
Ambos entraron a la sala, y vieron que Joseph estaba recostado en un sofá, con el biberón a un lado y Cleo dormida al otro.
–Veo que se llevan muy bien. –Dijo Aaron, haciendo sonreír a Andrea.
–Por supuesto que se llevan bien. Los dos saben que son los bebés de mamá.
–Ya, pero Joseph lo es más. Ya sabes, es humano. Es nuestro.
–Sí, pero Cleo fue como mi entrenamiento antes de Joseph. No había cuidado nada en mi vida hasta que la adopté.
–Mmmm… está bien.
Ambos estaban parados frente a la chimenea, rodeados por los tres sofás. En la chimenea tenían enmarcadas las fotos de los mejores momentos en sus vidas: el día cuando les dijeron a los padres de Andrea que estaban casados y que querían casarse por la iglesia; cuando se mudaron al apartamento de Aaron; una foto de la boda religiosa, una foto de Andrea sosteniendo al pequeño Joseph recién nacido; la graduación de Aaron y graduación de Andrea; el primer cumpleaños del pequeño; Joseph en el zoológico, etc. Sobre estas, estaba sostenida una televisión de plasma, la cual a la derecha tenía el título universitario de Aaron, y a la izquierda, el de Andrea.
Ya que ambos estaban contemplando al bebé, Aaron hizo que Andrea se volteara y quedaran frente a frente.
–Gracias. –Dijo Aaron, sonriendo.
–¿Por qué? –Preguntó Andrea, un poco confundida–.
–Por hacerme feliz. Por darme una familia. Por dejarme entrar a tu vida y a tu corazón. No sé qué habría hecho si nunca nos hubiéramos encontrado en la universidad aquel día. No imagino mi vida sin ustedes dos.
–Yo tampoco puedo imaginármela sin ti, o sin Joseph, o sin los pequeños en camino.
–Gracias por darme todo lo que alguna vez soñé contigo. Siempre supe que tenías que ser tú la que me hiciera tan feliz.
La besó apasionadamente, tratando de tenerla cerca sin aplastar su abultado vientre.
–¿Qué te parece si recostamos a Joseph en su cuna y nosotros vamos a la habitación? Es que… –Sonrió, esperando que Andrea lo entendiera–. Me gustaría estar a solas con mi hermosa esposa.
–Mmmm… Me parece una buena idea.
Andrea tomó al pequeño Joseph en brazos y Aaron tomó a Cleo. Entonces, ambos subieron las gradas y lo llevaron a su habitación. Al colocarlo en la cuna, Joseph se removió, mas no se despertó. Andrea le dio un beso en la frente.
Aaron la abrazó por detrás, colocando cariñosamente las manos en su vientre.
–Te amo. –Le dijo al oído, mientras acariciaba su cuello con los labios.
–Yo también te amo, Aaron. –Respondió Andrea, volteándose para verlo un poco mejor–. Gracias por convertirte en mi todo. Gracias por convertirte en mi “y vivieron felices por siempre”.
–Eso es lo que haremos, cariño. Viviremos felices por siempre.
Al verlo a los ojos, Andrea supo que era verdad. Lograrían vencer cualquier obstáculo que se les pusiera en el camino, y serían felices, muy felices.
Para siempre.


FIN
  
 
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Hola chicas. :3 Espero que les haya gustado la novela, la hice cortita porque ya me da weva estar escribiendo tanto y nunca terminar. Llevo una ahorita con 200 páginas que TENGO que terminar para estos días, y no hay modo de que fluyan las ideas. :( En fin, las quiero, espero que hayan disfrutado la novela. :D

¡Las quiero!

-Ana A. 

Tenías que ser tú - XIII - FINAL



–Yo también quiero hablar contigo. –Susurró Andrea, justo cuando Aaron se le acercó y le tomó el rostro entre las manos, para darle un beso.
Fue uno de los mejores besos de sus vidas. Estaba cargado de pasión, de amor, y de deseo, no quisieran aceptarlo.
Cuando se separaron, a Andrea se le llenaron los ojos de lágrimas.
–Aaron…
–No, escúchame. Tengo que decirte algo.
–Entonces, dilo. –Dijo Andrea, sentándose en el sofá–. Te escucharé.
–Bien… –Aaron se paró frente a ella, nervioso–. Yo… cuando te vi de nuevo en la universidad, realmente me paralicé. Nunca pensé que volveríamos a vernos. Siempre me pareciste hermosa, y ahora lo estás aún más. Ya no eres una niña. Eres una mujer muy hermosa, ¿sabías eso?
–¿Podrías ir directo al grano, Aaron? Me estás poniendo nerviosa…
–Andrea…
–Necesito refrescarme.
Andrea se levantó del sofá, y se dirigió al baño. Se echó agua en la cara, y cuando regresó, Aaron estaba justo donde ella había estado sentada.
–Perdona. Me dieron náuseas. No es muy usual, pero no puedo evitarlas.
–No te preocupes. Ahora, yendo directo al grano…
–¿Sí?
–Me encanta cómo te vistes. Me encanta cómo sonríes, cómo caminas, y cómo tus ojos se iluminan cada vez que hablamos. Han tenido ese brillo especial desde que te besé por primera vez. Y siendo sincero…
–¿Vas a ir al punto o no?
–Andrea…
–¡Aaron! ¡Esto es en serio! ¡No quiero que me hables sobre cosas extrañas, quiero saber a dónde te diriges! Parece imposible mantener una conversación contigo sin que te vayas por las ramas…
–Andrea…
–Y yo también tengo cosas que decirte, Aaron. No tengo todo tu tiempo. De verdad. Yo… –comenzó a decir, pero se le quebró la voz–. He esperado demasiado tiempo, Aaron, y lo único que parecemos hacer es pelear cuando nos vemos…
–Tú eres quien comienza, Andrea.
–¡Maldita sea, Aaron! ¡Estoy hablando en serio! ¿Podrías hablar de una buena vez por todas?
–¡Andrea! –Aaron se levantó del sofá, y la hizo retroceder–. ¿Quieres que te diga la verdad? Bien, aquí va. Te amo. Estoy completa y locamente enamorado de ti desde el primer momento en que te vi en la biblioteca, llena de café. Aunque, si realmente lo pienso bien, jamás dejé de estarlo. Pensaba en ti todos los días, a cualquier hora, incluso en los exámenes de la facultad. Siempre estuviste en mi mente y en mi corazón. Parecía imposible sacarte de ahí, y por eso intenté enamorarme de Julia, pero no pude. Carlos y Mark me dijeron que debía superarte y salir con más chicas hasta encontrar a la indicada, pero no pude. La indicada eres tú. Siempre fuiste tú. No hablamos ni tuvimos contacto alguno por cinco años, pero ahora me doy cuenta de que tenías que ser tú la indicada. Por eso jamás me pude enamorar de nadie más.
–Aaron…
–¿Y sabes algo? Me duele mucho, me duele de verdad que tú no me quieras, y que me veas como un amigo lejano, un desconocido total que de la noche a la mañana se convirtió en un esposo y en el padre de tu hijo. Estoy dispuesto a enamorarte de mí, porque quiero que mi esposa me ame. Quiero estar ahí para ella y mi hijo todos y cada uno de los días de mi vida. Quiero dedicar mi vida a ustedes dos. Quiero trabajar y esforzarme para poder darte la vida que tanto mereces, Andrea. Para poder crear un hogar junto a ti. Contigo. Solamente contigo.
–Oh, Aaron… –Dijo Andrea, antes de comenzar a llorar.
–Andrea… –Él la estrechó entre sus brazos, y ella hundió su cabeza en su cuello–. ¿Dije algo malo?
–No, para nada. –Dijo ella, y, después de unos minutos, se calmó–. He sido una mala persona contigo, Aaron. No entiendo por qué sigues aquí si realmente soy un dolor de cabeza. ¡No te atrevas a negarlo! Aaron, lo siento, de verdad lo siento. Trato de ser una buena persona siempre por la educación que tuve, y sin embargo, siempre te compliqué las cosas. ¿Podrías perdonarme?
–Cariño… –Susurró él, besándole el cabello–. No hay nada que perdonar. Te amo, de verdad que te amo. Jamás has sido un dolor de cabeza. Eres más bien el dolor que te queda en el brazo después de que te ponen una inyección. –Bromeó, y Andrea se apartó de él para golpearlo en el brazo.
–No es divertido, idiota. –Se retractó–. Perdona, tienes razón. Es un dolor estar conmigo porque soy terca, obstinada, cambio de humor demasiado rápido, te insulto, soy sarcástica, pero… –Secó una lágrima de sus ojos–. Quiero que sepas que yo también te amo. Siempre lo he hecho, Aaron. Siempre. Sin embargo, no me había dado cuenta hasta ahora. Este mes que pasamos separados fue un infierno para mí, pero me ayudó, ¿sabes? Me ayudó a poner mis sentimientos en orden. Perdona si te he hecho pasar un mal momento, amor. La maternidad me pone así de sensible. De solo pensar que vamos a tener un bebé…
–Un bebé que será una bendición para ambos. –Dijo Aaron, y le dio un beso a Andrea–. Ya lo es. Gracias al bebé estamos juntos, y ahora ni siquiera puedo imaginarme la vida sin él.
–Yo tampoco. Ya me hice la idea, ¿sabes?
–Yo también. Estoy dispuesto a dejar mi apartamento y venir a vivir aquí al tuyo. Sé que no te gusta el mío y aunque este es más pequeño, creo que podremos arreglárnoslas. A menos que quieras dejar este apartamento tú, y vivir en el mío. Será temporal, te lo prometo. En cuanto recaudemos el dinero suficiente, podremos comprar una casa. ¿Te parece?
–Sí, Aaron. Sí me parece.
Se separaron, y ambos sonrieron al verse a los ojos.
–Y no quiero que nuestro pequeño sea hijo único, Andrea. –Le agarró la mano–. Quiero que sean tres niños.
–¿Tres? ¿No crees que uno es suficiente, al menos por ahora?
–Claro que sí. Cuando cumpla dos años, nos encargaremos de hacerle un hermanito.
–Oh, Aaron. –Susurró Andrea, antes de besarlo–. Te amo tanto. No tienes ni idea de lo mucho que anhelé este momento.
–Claro que lo tengo, nena. Lo anhelé tanto como tú.
Se abrazaron de nuevo, y Cleo maulló.
–Creo que está celosa. –Dijo Aaron, viendo la expresión de la gata–. Te ha tenido solo para ella en estos meses, que no soporta la idea de compartirte con alguien más.
–Bueno, tendrá que compartirme con dos personas. –Dijo Andrea, cargando a Cleo para que conociera mejor a Aaron–. Cleo, él es Aaron. Es mi esposo, y va a vivir con nosotras de ahora en adelante. Vamos a tener un bebé también, a quien seguramente amarás. ¿Entendido?
Cleo no dijo nada, y optó por alejarse de ellos para irse a dormir.
–Ya se acostumbrará a tu presencia. –Dijo Andrea, acercándose para besarlo de nuevo–.
Al terminar el beso, él colocó su frente en la de ella, y la vio a los ojos, sintiéndose muy cerca de su corazón.
–Andrea, cásate conmigo. –Susurró, haciéndola reír–. ¿Qué pasa?
–Ya estamos casados, Aaron. Tenemos un acta en el juzgado que lo prueba, y dos anillos.
–Pero yo hablo de una boda de verdad. Una boda donde tu padre te entregue en el altar, tú usando un vestido blanco. Una boda religiosa. ¿No te gustaría?
–Aaron… –Lo miró, perpleja–. ¿Estás hablando en serio?
–Sí, amor. En serio. Sé que has soñado con tu boda perfecta desde que teníamos dieciséis. No olvido ningún detalle, y lo sabes.
–Aaron… ¡Sí! ¡Sí quiero!
–Pero no te lo he propuesto, nena.
–Oh. Cierto. Lo siento.
Aaron se hincó, y tomó la mano derecha de Andrea entre las suyas.
–Andrea, ¿te quieres casar conmigo en una boda de verdad? ¿Y compartir el resto de tu vida conmigo, y ser una pareja casada ante Dios?
–¡Sí! ¡Sí quiero, Aaron!
Aaron se levantó, la tomó en brazos y le dio una vuelta, abrazándola. Su felicidad era inmensa.
–Te amo tanto… –Le susurró al oído–. Demasiado, diría yo.
–Yo también te amo.
Se besaron de nuevo, y entonces, Andrea fue quien comenzó a despojarlo de su ropa. Aaron se mostró confundido al principio, pero después se dejó llevar.
–Siempre fui muy recatada. –Dijo Andrea entre besos, cuando desabotonaba la camisa de Aaron–. Pero te mentiría si te digo que no deseé nunca hacer esto. Incluso cuando éramos novios.
–¿En serio?
–En serio.
–¿Ves? Hay tantas razones por las cuales te amo, Andrea…
–Y hay más razones por las cuales yo te amo a ti, ¿sabes? Pero en este momento, lo que más me apetece no es hablar.
Andrea besó su torso ya desnudo, y Aaron se encargó de quitar lentamente el vestido mientras entraban en la habitación para amarse mutuamente, como siempre debieron de haberlo hecho.
Ninguno de los dos tenía dudas de su amor.
Así era como todo tenía que ser.
Como siempre tuvo que haber sido.