lunes, 25 de noviembre de 2013

Tenías que ser tú - VIII



            A la mañana siguiente, ambos despertaron bastante cerca el uno del otro, como listos para que sus labios se rozaran con el mínimo movimiento. A pesar de que casi la besaba por impulso, Aaron se alejó, sintiendo que estaba invadiendo el espacio privado de Andrea.

            Se dirigió a la cocina, listo para decirle a Andrea que tenía intenciones de casarse con ella por la ley, para que así ella se tranquilizara y que pudieran ambos criar a su hijo dentro de un matrimonio, como estaba seguro que ella quería.

            Preparó un poco de café, revisó el refrigerador y encontró jugo de naranja, e hizo huevos revueltos para Andrea. Justo los estaba terminando cuando ella se apareció por la cocina, con una mano en su abdomen.

            -Buenos días, Aaron –dijo, sonriendo-. ¿Sabes cocinar?

            -Sí. De hecho, cuando vives solo, tienes que aprender a cocinar o morirte de hambre. Casi nunca puedes darte el lujo de pedir comida a domicilio o salir a restaurantes.

            Andrea rio, y le dio un beso en la mejilla. Después se sentó en una de las sillas que rodeaban la mesa del comedor, mientras Aaron se tocaba el lugar exacto donde Andrea le había dado el beso, y sonreía. Esa chica seguramente estaba llena de sorpresas.

            -¿No te dan náuseas los huevos revueltos?

            -Mmmm… honestamente, espero que no.

            -¿Qué te da náuseas, entonces?

            -El café.

            Cuando Aaron escuchó eso, se quedó quieto y en de un modo bastante discreto, vertió el contenido de la cafetera en el lavabo.

            -¿En serio? ¿Por eso tienes jugo de naranja?

            -Sí. Eso no me da náuseas. Es una lástima, ya que me encanta el café. Creo que lo recuerdas, ¿verdad?

            -Claro que lo recuerdo. De hecho, recuerdo todo lo que sé de ti.

            -¿Todo?

            -Todavía eres fan de Britney Spears en secreto, ¿verdad?

            Ambos rieron mientras Aaron le servía los huevos en su plato, y colocaba el mismo frente a ella en la mesa.

            -¡No puedo creer que te recuerdes de eso! ¿Te recuerdas que en la secundaria le compré a una chica una de las fotos de Britney y Madonna besándose? Me hubiera muerto si mi madre la hubiera encontrado en aquel entonces. Seguramente sigue escondida en mi ropero, allá en casa.

            -¿En serio?

            -Sí, en serio. Y sí, todavía me gusta su música.

            Ambos se quedaron callados un momento, mientras Aaron se servía su comida y se instalaba frente a ella en la mesa, para comer acompañados de jugo de naranja.

            -¿Crees que será niño o niña? –preguntó Aaron, sorprendiendo a Andrea-.

            -Bueno, me gustaría que estuviera saludable y que fuera feliz. Si es niña, qué bien que Dios haya querido eso. Si es niño, qué bien que Dios así lo haya decidido. ¿Y tú?

            -Tengo que admitirte que tengo una inclinación a que el primogénito sea un niño, aunque no me importaría comprar vestidos rosados y juguetes de niña. Sería adorable, también.

            Andrea se quedó callada, con la vista perdida en la pared. Después de unos momentos, suspiró.

            -Es increíble que esto esté pasando, ¿sabes? Nosotros dos, tan diferentes en tantos aspectos, hablando sobre nuestro futuro bebé. Ha pasado tan poco tiempo, y yo ya me estoy haciendo la idea de todo esto de la maternidad y cosas por el estilo. Hoy, después de despertar, coloqué mi mano en mi vientre, involuntariamente, y vi cómo ha crecido en las pocas semanas desde que… bueno, ya sabes.

            Aaron la miró con adoración.

            -Serás una grandiosa madre –dijo, viéndola a los ojos-. No tengo dudas de que mi hijo tendrá a la mejor mamá de todas. La más cariñosa, amorosa, y atenta.

            -¡Aaron! Me harás llorar, de verdad –dijo Andrea, sonrojándose-. Sabes que estoy bastante sensible.

            -Lo sé, lo siento –ambos sonrieron-. ¿Irás a misa?

            -Claro, en un momento iré a bañarme y después me cambiaré. ¿Me quieres acompañar?

            -Mmmm… prefiero esperarte aquí para luego ir a casa de mis padres. ¿Te parece?

            -¡Claro! Es una buenísima idea, Aaron.

            Ambos terminaron su desayuno en silencio, y cuando Andrea se levantó, fue directo al baño para ducharse e ir a misa.

-*-

            Los padres de Aaron los esperaban con un delicioso almuerzo y un riquísimo pastel.

            -¡Teníamos años de no verte, cariño! –exclamó Beatrice cuando abrazó a Andrea, a medio día-. ¡Nos hace tan felices verte aquí!

            -Gracias, Beatrice. A mí también me alegra verte –sonrió-.

            -¡Pero vean a quién tenemos aquí! –dijo Richard, mientras se acercaba a Andrea y a Aaron-. Hijo, finalmente me hiciste caso y regresaste con esta hermosa señorita.

            -Sí, bueno… -Aaron sonrió; sus padres no sabían por qué estaban juntos de nuevo, pero seguramente no se enfadarían-. Creo que tarde o temprano regresaríamos a estar juntos, ¿no crees?

            -Bueno, ¡pasemos adentro! –dijo Beatrice, tomando la mano de Andrea y llevándola dentro, justo para sentarse en la sala con ella-. Hace años que no te veía, cielo –sonrió-. ¡Richard! ¿Podrías traernos un poco de refresco?

            -¡En seguida! –respondió, cuando entraba a la casa seguido de Aaron-. ¿Me ayudas, hijo?

            -Claro.

            Ambos entraron a la cocina, y regresaron después a la sala con cuatro vasos de refresco mientras Beatrice y Andrea hablaban sobre unas revistas de moda.

            -Y bien, hijo… -dijo Richard, después de que los cuatro ya estuvieran sentados: Richard junto a Beatrice, y Aaron junto a Andrea-. ¿Qué hay de nuevo?

            Andrea lanzó una mirada nerviosa a Aaron, quien se aclaró la garganta.

            -Bueno, nosotros queríamos decirles algo. Esperamos que se lo tomen bien…

            -Bueno, dígannos qué es.

            -Andrea está embarazada. Tiene un mes y medio.

            Los rostros de Richard y Beatrice se iluminaron.

            -¡Chicos! ¡Esto es maravilloso! –exclamó Beatrice, mientras se levantaba para abrazar a Andrea-. ¡Voy a ser abuela! ¡Al fin!

            Andrea realmente estaba abrumada con tanta emoción de parte de su suegra. Beatrice abrazó a Aaron mientras Richard la abrazaba a ella.

            -Felicidades, Andrea –le dijo, para después estrecharle la mano a Aaron-. Serás un buen padre, hijo.

            -¡Quiero ser parte de todo! Cuando compren sus cositas, ahí estaré yo. Cuando nazca, ahí estaré yo. ¡Al fin tendré nietos a quienes malcriar!

            “¿Nietos?” pensó Andrea, asustada por el pensamiento de que fueran gemelos o que Beatrice estuviera pensando en que ellos se quedarían juntos para siempre o que tendrían unos seis o siete niños más.

            -Bueno, creo que por el momento solo será uno –dijo Andrea, con una sonrisa-. A menos que Alejandra se case y tenga niños.

            Alejandra era la hermana menor de Aaron, quien estaba comenzando la universidad pero tenía planes bastante alocados para el futuro. Esos planes no incluían niños ni una boda, ya que Alejandra era un poco alocada. Tenía el cabello pintado de azul, por lo que vio en una fotografía reciente de toda la familia; era fanática de las bandas de rock, y planeaba formar una banda de punk o algo así.

            -Bueno, pero seguramente ustedes tendrán más de uno, ¿no? –sonrió Beatrice, sin darles la oportunidad de responder-. ¡Esto hay que celebrarlo con el mejor champagne! Excepto tú, cariño. Tú brindarás con gaseosa.

-*-

Después de una bonita celebración en familia, Aaron y Andrea regresaron a casa de Andrea.

-¿Te vas a quedar? –preguntó Andrea-.

-Puede ser. ¿Quieres que me quede?

-Si no es mucha molestia…

-Oh, ¡claro que no! Solamente iré a mi apartamento para traer los libros y demás cosas que necesitaré para mañana.

-Está bien. Te esperaré despierta –sonrió Andrea, entrando a su habitación para después salir con unas pantuflas y no con los mismos flats del día anterior-. Me gusta cuando te quedas –susurró, sentándose junto a Aaron-. Sé que serás un buen padre.

-Gracias, Andrea.

Aaron estaba nervioso. Quería decirle, aunque no se atrevía para nada. Volteó para verla, y se dio cuenta que ella lo estaba observando desde hacía ya unos momentos.

“Ahora”, pensó.

-Andrea, ya que vamos a ser padres los dos… me gustaría que formalizáramos nuestra relación.

-¿Relación? ¿Formalizar? ¿De qué estás hablando?

-Me gustaría casarme contigo. Ya sabes, legalmente, no por la iglesia. Seguramente tú y tu madre se quedarían más tranquilas porque el bebé va a nacer y, eh, crecer en un matrimonio. Dime, ¿te parece?

Andrea se quedó callada unos momentos. Su rostro pasó de la dulzura al enojo y a la confusión en una fracción de segundo.

-¿Qué?

-Ya que tendremos un hijo juntos, quiero casarme contigo para que el niño nazca dentro de un matrimonio y…

-¿Qué diablos? Perdón, ¿qué? ¿Te quieres casar conmigo por el niño?

-Eh… creo que sí. Es algo lógico y sensato, ¿no? Así, bueno, las cosas legales con el niño serán un poco más fácil.

-¡Estás loco! ¿Cómo se te ocurre hacerme una proposición de esa clase? ¡No quiero casarme contigo solo porque estoy embarazada! ¡Esto jamás va a funcionar; jamás funcionó antes! ¡No quiero tener que divorciarme después! ¿Qué dirán los demás si me divorcio?

Aaron definitivamente no se esperaba esa reacción de su parte.

-Andrea, solamente estoy tratando de ser sensato…

-¡Eres un estúpido!

Andrea se levantó del sofá, visiblemente enfadada, y se dirigió a su habitación donde cerró la puerta justo en las narices de Aaron.

-Andrea, no estás siendo sensata…

-¡Vete! ¡Déjame sola! ¡Entiende que no quiero casarme contigo!

-¡Pero es lo más lógico que podemos hacer en esta situación! ¿No crees?

-¡Preferiría criar sola a mi hijo que casarme contigo! ¿No entiendes?

-¡Bien! –dijo Aaron, molesto-. No me esperes, no voy a regresar hoy. Te veré mañana.

Se alejó de la puerta del cuarto de Andrea, y agarró sus cosas.

-¡No regreses nunca! ¡No quiero volver a verte!

“Las hormonas”, pensó Aaron. Estaba bien, le daría un poco de tiempo a Andrea para que se diera cuenta que casarse con él sería lo más sensato de todo, tanto como para ella como para el niño que nacería.

Aaron salió de la casa de Andrea, no sin antes darle una pequeña caricia a Cleo al ver que la gatita salió a despedirlo.

-Pórtate bien, ¿eh? Tu dueña está en sus días… bueno, en sus meses. Cuídala, ¿sí?

Cleo le respondió con un maullido, y después Aaron se fue.

Mientras tanto, Andrea pasó llorando en su habitación más o menos una hora hasta que se pudo tranquilizar. ¡Ella no quería casarse con él! Por Dios, ¿Aaron estaba mal de la cabeza?

Ella quería una boda religiosa con el amor de su vida, no con un tonto ex novio con el que iba a tener un bebé. No quería casarse por el bebé; ella quería casarse por amor. Aunque, seguramente, casarse por el niño era lo más sensato, Andrea se negó a aceptarlo.

Aunque algún día lo tendría que aceptar.

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Me dio risa lo del café. ^^

Las amo!

-Ana A.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Tenías que ser tú - VII



            Dos semanas después, cuando los síntomas del embarazo se hicieron presentes y obvios, Andrea decidió darle la noticia a su mamá. Irían los dos a casa; así Andrea no pasaría por aquello estando sola.

            Aaron aparcó el auto justo frente a la casa de la madre de Andrea, y ésta dio un gran respiro antes de bajarse y jalar sus cosas. Llevaba una magdalena de naranja (las favoritas de su madre), y sabía que su madre tendría café.

            Tocaron el timbre, y rápidamente les abrió el padre de Andrea.

            -¡Andrea! Mi amor –dijo, y la abrazó tiernamente-.

            -Hola, papá –dijo Andrea recibiendo el abrazo, mientras Aaron agarraba las cosas de Andrea de las manos para que no se le cayeran. Terminado el abrazo, el padre de Andrea dispuso a saludar a Aaron dándole la mano-.

            -Buenas tardes, señor –saludó Aaron, obteniendo una respuesta silenciosa-.

            Los dos pasaron a la sala en lo que el padre de Andrea iba a buscar a la cocina a la mamá de Andrea.

            -¿Quieres decirles de un solo? –susurró Aaron-.

            -No, esperaré el momento adecuado –respondió Andrea-.

            -¡Andrea! ¡Mi niña! –exclamó la madre de Andrea, y fue a abrazarla cálidamente-.

            -Hola, mamá –sonrió Andrea-. Traje una magdalena para que comamos los cuatro.

            -¿Los cuatro? Oh, vaya, Aaron… -parece que al fin se había percatado de su presencia-. Vaya sorpresa verte aquí. No te había visto desde hace bastante tiempo.

            Aaron estaba usando una playera polo, un pantalón de lona, y unos Converse azules. Sus rizos parecían despeinados, aunque siempre habían lucido así. Andrea, por su parte, usaba un vestido rosado pálido y unos flats del mismo color, con su cabello recogido en un moño.

            Comenzaron una plática muy entretenida en familia; Aaron estaba muerto del aburrimiento mientras escuchaba lo que la madre de Andrea relataba. Lo único de lo que hablaba era de las novedades de la vecindad, o de la iglesia, o cosas por el estilo. No podía creer que Andrea hubiera vivido así por veintitantos años. ¡Con razón se había mudado! Él también lo habría hecho.

            -En fin, nena –concluyó la madre de Andrea-, ¿a qué debo tu visita?

            -Quería que comiéramos juntos, los cuatro –respondió inmediatamente Andrea-. Por eso traje la magdalena; esperaba que hubieras preparado café.

            -¡Pero claro! Bueno, ahora regreso. ¡Stefano, ven a ayudarme!

            -Con permiso –dijo el padre de Andrea, mientras se levantaba y se iba detrás de Genoveva a la cocina-.

            Aaron y Andrea permanecieron en silencio, esperando a que Genoveva apareciera con el café. Los abuelos paternos de Andrea eran italianos, y su apellido era Belletti.

            Los padres de Andrea regresaron a la sala, y Andrea pudo controlar un mareo que le dio por el olor del café.

            Los cuatro comenzaron a tomar el café y a comer magdalena, mientras platicaban un poco de todo. El momento estaba cerca, y ambos lo sabían.

            Al terminar el café y la magdalena, Andrea se sintió demasiado nerviosa, pero tenía que afrontarlo.

            -Bueno, mamá, papá… tengo que decirles algo. Esto es muy importante para mí, y espero que no lo tomen a mal.

            -Dinos, nena. ¿Qué pasa? –la tranquilizó su padre al ver que estaba nerviosa. Su padre siempre la había conocido muy bien-.

            -Lo que pasa es que… -suspiró-. Estoy embarazada.

            El rostro de Genoveva pasó de una sonrisa a una cara completamente seria.

            -¿Qué?

            -Ya oíste, mamá. Estoy embarazada. Aaron es el padre.

            -No lo puedo creer… -susurró Genoveva-. ¿Estás embarazada?

            -Sí. Tengo un mes y medio de embarazo.

            -¡¿Cómo pudiste, Andrea?! –gritó su madre, en un arrebato de cólera-. ¡Andrea! ¡¿En qué demonios estabas pensando?!

            -Mamá, yo… -Andrea comenzó a llorar-. Lo siento tanto, mamá. Yo nunca planeé que esto pasara.

            -¡Ni siquiera has terminado la universidad! ¡Ni siquiera estás casada! –gritó Genoveva, histérica-.

            Stefano contempló el rostro de su hija, lleno de lágrimas; su cuerpo estaba siendo abrazado por los brazos de Aaron, quien la consolaba. Stefano no había reaccionado mal. Él nunca reaccionaba mal.

            -Mamá, perdóname…

            -Sal de esta casa, ¡ahora mismo! ¡No te quiero volver a ver, niña estúpida!

            -Vámonos, Aaron –susurró Andrea mientras se levantaba del sofá, seguida por Aaron-.

            Cuando llegaron a la puerta que daba directo a la calle, Stefano la llamó. Ella volteó a ver, y regresó sobre sus pasos a abrazar a su padre. Aaron regresó tras ella.

            -Te quiero, pequeña –susurró Stefano-.

            -Y yo te quiero, papá…

            -A tu madre se le pasará dentro de unos días, o tal vez semanas, pero se le pasará.
           
            -¿Cómo puedes estar tan seguro?

            -La conozco, nena.

            -Gracias, papá –susurró Andrea-.

            -Sabes que te quiero. ¡Ah! No te olvides de mandarme fotos de tu vientre, o de tus ultrasonidos…

            Andrea sonrió mientras Aaron le daba la mano a Stefano en señal de despedida.

            -Y tú, jovencito, cuídala bien.

            -No se preocupe, señor. Tenga eso asegurado.

            Momentos después, ambos se fueron al apartamento de Andrea en el auto de él.

-*-

            -Te dije que reaccionaría mal –susurró Andrea ya en la sala de su apartamento, mientras se quitaba los flats y el moño, y Aaron se acomodaba a la par suya-.

            -Andrea, a tu madre se le va a pasar.

            -¿Y si no? ¿Mi padre será el único que quiera ver a su nieto?

            -No pienses eso, Andrea. Tu mamá lo aceptará tarde o temprano.

            -Ya, tú siempre tan seguro de todo –sonrió-. Gracias por ir conmigo.

            -No hay de qué. Es mi hijo también, ¿no?

            -Sí. Tienes razón. Si quieres puedes irte ya, es sábado –se paró y se dirigió a su recámara-. Estaré bien, no te preocupes.

            -Pero, ¿y si quiero quedarme contigo?

            -En ese caso… -sonrió-. ¿Puedes ir a comprarle comida a Cleo? La bolsa se le acabará hoy en la noche.

            -Claro.

            Ambos entraron en la habitación, y Andrea le mostró de qué tipo de comida para gatos comía Cleo. No quería que él se equivocara, ya que Cleo no comía otra comida que no fuera la indicada. Aaron salió para comprar la bolsa, y Andrea se recostó un rato en su cama.

            Aaron llegó a los treinta minutos, con la bolsa indicada de concentrado para gato, y entonces, al ver que Andrea estaba dormida y Cleo lo veía con ojos suplicantes, le sirvió la comida de la bolsa que ya se iba a terminar. Cleo se lo agradeció ronroneándole, y Aaron simplemente se apartó mientras la gata comenzaba a comer. Jamás le habían gustado los gatos, sin embargo, Cleo le irradiaba amor.

            Aaron se quedó esperando sentado en el sofá del cuarto de Andrea a que se despertara. Amaba verla dormir.

            Comenzó a leer un libro que encontró en el buró de la recámara. Entonces, Andrea, a los pocos minutos, despertó.

            -¿Aaron?

            -Hola, Andrea… ¿dormiste bien?

            -Sí, eso creo. ¿Qué hora es?

            -Faltan diez para las nueve de la noche.

            -¿Mañana es domingo?

            -Eh… sí.

            -¿Sabes? Tengo que decirle a mi grupo de teatro que estoy embarazada. Después ya no podré actuar mucho.

            -Y yo les tengo que decir a mis padres y a mis hermanos.

            -¿Tan rápido?

            -Pues, no puedo ocultarlo tanto tiempo. Seguramente mis padres querrán conocer a su nieto.

            -Tu madre jamás me quiso.

            -¿Qué dices? ¡Ella te amaba!

            -Pero siempre se comportaba algo extraña cuando estábamos juntos…

            -Ella siempre ha sido así, no te preocupes. Aunque… me gustaría decirles, tal vez, contigo a la par mía. ¿Quieres ir?

            -¿Ahora?

            -Mañana, después de que vayas a misa…

            -¿Vendrás por mí?

            -No me iré –prometió-. Me quedaré aquí contigo.

            Andrea no pudo evitar sonreír.

            -Gracias, Aaron –susurró-. Ahora, ¿vendrías acá conmigo? ¿A la cama?

            -¿A la cama? –Aaron se sentía confundido. ¿Andrea le estaba pidiendo ir a la cama?-.

            -Sí, a la cama. Ven…

            Aaron se acercó a la cama, y se sentó al borde.

            -Quiero que te recuestes conmigo. ¿Lo harías?

            -Eh… sí, claro.

            Ambos se recostaron juntos en la cama, y entonces, Andrea se quedó dormida rápidamente. Aaron la observó dormir y, media hora después, él se durmió también, no sin pensar en el comportamiento extraño de Andrea y en que, al otro día, iba a pedirle que se casara con él, solamente por la ley, no por la iglesia. Tenía que aceptarlo, ya que estaba embarazada de un hijo de él, y ese matrimonio haría más fáciles las cosas.

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¡Jaaaaa! Pero ya verán la reacción de Andrea. :3

¡Las amo!

-Ana A.