jueves, 17 de noviembre de 2011

True Believer - Chapter 5

Quince minutos más tarde, después de conducir por una carretera asfaltada que dio paso a un camino de gravilla —por lo visto, a los del pueblo les encantaban los caminos de gravilla—, Nick aparcó el coche en medio de una ciénaga, justo delante de un cartel pintado a mano que anunciaba los búngalos de alquiler de Greenleaf Cottages. En esos momentos recordó que jamás debía fiarse de las promesas de las Cámaras de Comercio locales.

Definitivamente, el lugar no tenía nada de moderno. Quizá se podría haber considerado moderno treinta años atrás. En total divisó seis pequeños búngalos en fila dispuestos a lo largo del margen del río. Con la pintura ajada, las paredes erigidas con tablones de madera y el techo de hojalata, las casitas estaban conectadas entre sí a través de unos pequeños senderos descuidados que confluían en un camino más ancho que conducía a un búngalo central, el cual debía de albergar la oficina de recepción, pensó Nick. Tenía que admitir que el paisaje era bucólico, pero de rústico sólo debía de tener lo referente a los mosquitos y a los caimanes, y ninguno de esos dos bichos despertaba en él tanto interés como para querer pasar unos cuantos días allí encerrado.

Mientras se preguntaba si valía la pena entrar y confirmar su reserva —había pasado por delante de una cadena de hoteles en Washington, a unos cuarenta minutos de Boone Creek—, oyó el ruido del motor de un coche que se acercaba por la carretera y vio un Cadillac de color granate que se dirigía hacia el lugar donde estaba él, brincando sobre los numerosos baches. El automóvil se detuvo justo detrás de su coche, con un frenazo tan brusco que levantó una enorme nube de polvo y de gravilla.

Un tipo orondo y medio calvo salió disparado por la puerta, con semblante nervioso. Iba ataviado con unos pantalones verdes de poliéster y un jersey de cuello alto de color azul, por lo que parecía como si hubiera elegido la ropa a ciegas.
—¿Señor Jonas?
Nick lo miró sorprendido.
—¿Sí?
El individuo bordeó el coche y se le acercó. Todo lo referente a ese sujeto parecía estar en una moción acelerada.
—¡Qué suerte que le haya encontrado! ¡Qué ganas tenía de verle! ¡No se puede ni imaginar lo contentos que estamos con su visita!
Parecía visiblemente alterado. Extendió el brazo y le propinó un vigoroso apretón de manos.
—¿Nos conocemos? —inquirió Nick.
—No, no, por supuesto que no —dijo riendo el individuo—. Soy Tom Gherkin, el alcalde de Boone Creek. Pero por favor, llámeme Tom. —Volvió a reír—. Sólo quería darle personalmente la bienvenida a nuestra ilustre localidad. Perdón por mi apariencia, pero es que vengo directamente del campo de golf. Tan pronto como me he enterado de que usted estaba aquí, me he dicho: «Tom, no hay ni un minuto que perder». Aunque de haber sabido que tenía la intención de pasar por Boone Creek, lo habría organizado todo para recibirlo con todos los honores en mi despacho consistorial.

Nick lo observó con detenimiento, todavía aturdido. Por lo menos eso explicaba el modo en que iba vestido.
—¿Usted es el alcalde?
—Sí, señor. Desde 1994. Es una tradición familiar. Mi padre, Owen Gherkin, fue alcalde durante veinticuatro años. Mi querido padre siempre mostró un interés especial por el pueblo. Lo sabía todo sobre esta localidad. Pero claro, el trabajo de alcalde es sólo de media jornada; es más bien una posición honoraria. Yo en realidad me dedico más a mis negocios, si quiere que le diga la verdad. Soy el dueño del bazar y de la emisora de radio del pueblo, ya sabe, con los viejos temas de siempre. ¿Le gusta esa clase de música?
—Sí, claro —respondió Nick.
—Bien, bien; me lo figuraba. Desde el primer momento en que le he visto, me he dicho: «Aquí tenemos a un hombre que aprecia la buena música». No soporto ese ruido espantoso al que algunos se empecinan en llamar «música» estos días. Me provoca dolor de cabeza. La música debería aplacar el alma. ¿Verdad que me entiende?
—Sí, claro —repitió Nick, haciendo un enorme esfuerzo para no perder el hilo.
Gherkin se echó a reír.
—Sabía que me comprendería. Bueno, como le decía, no se imagina lo contentos que estamos de que haya decidido venir para escribir un artículo sobre nuestro querido pueblo. Eso es precisamente lo que necesitamos. Quiero decir, ¿a quién no le gusta una buena historia sobre fantasmas, eh? El tema nos tiene a todos excitadísimos, se lo aseguro. Primero fueron esos muchachos de la Universidad de Duke, luego la prensa local. ¡Y ahora un periodista de la gran ciudad! La historia empieza a ser conocida, y eso es bueno. Mire, justo la semana pasada recibimos una llamada de un grupo de Alabama que quería pasar unos días en el pueblo para realizar la «Visita guiada por las casas históricas» este fin de semana.

Nick asintió con la cabeza lentamente al tiempo que pensaba qué podía hacer para apaciguar a ese individuo tan acelerado.
—¿Cómo se ha enterado de que estaba aquí?
Gherkin depositó la mano sobre su hombro con un aire cordial, y antes de que Nick se diera cuenta, lo estaba conduciendo hacia la oficina de recepción de los búngalos.
—Ah, señor Jonas, las noticias en el pueblo corren como la pólvora. Siempre ha sido así; forma parte del atractivo de este lugar. Eso y la belleza natural. Tenemos algunos de los mejores parajes para pescar y cazar patos de todo el estado, ¿lo sabía? La gente viene de todas partes. ¡Incluso gente famosa! La mayoría se aloja en Greenleaf. Es como una estancia en el paraíso, sí señor. El estar a solas en un búngalo tranquilo, rodeado por la naturaleza... Imagínese, toda la noche oirá el delicioso canto de los pájaros y los grillos. Seguro que a partir de ahora pensará que todas esas cadenas hoteleras de Nueva York no son más que unos lugares insulsos.
—Es cierto —admitió Nick. Sin lugar a dudas, ese tipo era un político nato.
—Ah, y no se preocupe por las serpientes.
Nick abrió los ojos como un par de naranjas.
—¿Serpientes?
—Seguro que habrá oído ya la historia, pero ha de pensar que todo lo que pasó el año pasado fue fruto de unos desafortunados malentendidos. Algunos tipos no saben comportarse como Dios manda. Pero como ya le he dicho, no se preocupe por los serpientes. Normalmente no aparecen hasta el verano. De tollos modos, será mejor que no se meta entre los arbustos para buscarlas. La mordedura de una serpiente boca de algodón puede ser muy seria.
—Ah —respondió Nick, buscando la respuesta apropiada mientras intentaba no pensar en esos desagradables reptiles. Odiaba a las serpientes incluso más que a los mosquitos y a los caimanes—. La verdad es que estaba pensando en...

El alcalde soltó un bufido lo suficientemente potente como para interrumpir a su interlocutor, y luego miró a su alrededor, como si quisiera asegurarse de que Nick veía lo satisfecho que estaba de poder disfrutar de ese entorno tan privilegiado.
—Así que dime, Nick... Supongo que no te importará si! te tuteo...
—No.
—Muchas gracias. Eres muy amable. Así que... Nick, me preguntaba si los de la tele podrían estar interesados en nuestra historia.
—No tengo ni idea.
—Es que si estuvieran interesados, los trataríamos a cuerpo de rey. Les mostraríamos la genuina hospitalidad sureña. Incluso les daríamos alojamiento en el Greenleaf gratis y, por supuesto, tendrían una primicia que contar. Mucho mejor que lo que tú hiciste en Primetime. Nuestra historia sí que tiene gancho.
—¿Se da cuenta de que básicamente soy sólo un columnista? Normalmente no tengo ninguna relación con la televisión...
—No, claro que no. —Gherkin le guiñó el ojo; obviamente no le creía—. Bueno, haz lo que tengas que hacer, y luego ya veremos qué pasa.
—Hablo en serio —aseveró Nick. El alcalde volvió a guiñarle el ojo.
—Sí, sí, claro.

Nick no sabía qué decir para convencerlo —en cierta manera porque quizá tenía razón—, y un momento más tarde, el alcalde empujó la puerta de la oficina de recepción, si a ese espacio se le podía llamar así.

Parecía como si no lo hubieran rehabilitado en más de cien años. En la pared situada detrás de un mostrador ruinoso había un róbalo de boca grande. En cada una de las esquinas, a lo largo de las paredes, y encima del archivador y del mostrador se podían ver criaturas disecadas: castores, conejos, ardillas, comadrejas, mofetas y hasta un tejón. A diferencia de la mayoría de exposiciones similares que había visto, todos esos animales habían sido disecados en una actitud como si estuvieran acorralados e intentaran defenderse. Las bocas abiertas parecían dispuestas a gruñir de forma inquietante; los cuerpos estaban arqueados; los dientes y las garras, a la vista. Nick estaba todavía asimilando las imágenes cuando vio un oso en una esquina y dio un respingo del susto. Al igual que los otros animales, exhibía unas garras amenazadoras, como si estuviera a punto de atacar. El lugar era el Museo de Historia Natural transformado en una película de terror y reducido al tamaño de una caja de cerillas.

Detrás del mostrador, un enorme tipo barbudo, sentado y con las piernas levantadas, miraba la tele que tenía delante de él. Las imágenes no eran nítidas; cada dos segundos aparecían unas rayas verticales que atravesaban la pantalla de lado a lado, por lo que era prácticamente imposible ver lo que pasaba.

El individuo se levantó lentamente, y siguió irguiéndose hasta que superó a Nick con creces. Debía de medir más de dos metros, y sus hombros eran más fornidos que los del amenazador oso disecado que lo vigilaba desde la esquina. Iba vestido con un mono y una camisa a cuadros. Sin mediar palabra, agarró un portapapeles y lo colocó bruscamente sobre la mesa.

Con el dedo hizo una señal a Nick y luego al portapapeles.

No sonrió; lo cierto es que tenía toda la pinta de querer arrancarle los brazos y usarlos a modo de bate para propinarle una buena tunda, antes de colgarlo en la pared como un trofeo con el resto de los animales expuestos.

Gherkin se echó a reír, cosa nada extraña. Nick se fijó en que el hombretón se reía de buena gana.
—No dejes que te intimide, Nick —terció Gherkin rápidamente—. A Jed no le gusta demasiado hablar con desconocidos. Sólo rellena la ficha con tus datos, y seguidamente podrás instalarte en tu pequeña habitación en el paraíso.
Nick no podía apartar los ojos de Jed, pensando que era el tipo más temible que había visto en su vida.
—Jed no sólo es el dueño del Greenleaf, también trabaja en el Ayuntamiento y es el taxidermista local —continuó Gherkin—. ¿No te parece un trabajo increíble?
—Increíble —asintió Nick, esforzándose por sonreír.
—Si le pegas un tiro a cualquier bicho viviente que encuentres por aquí, tráeselo a Jed. No te defraudará.
—Intentaré no olvidarlo.
El alcalde pareció animarse súbitamente.
—Así que te gusta la caza, ¿eh?
—No mucho, lo siento.
—Bueno, quizá podamos cambiar un poco tus gustos mientras te alojas aquí. ¿Te había dicho que la caza de patos es espectacular en esta parte del estado?

Mientras Gherkin hablaba, Jed daba golpecitos impacientes en el portapapeles con uno de sus gigantescos dedos.
—Vamos, Jed, no intentes intimidar al señor —lo amonestó el alcalde—. Es de Nueva York. Es un periodista de la gran ciudad, así que trátamelo bien.
Gherkin desvió la atención hacia Nick otra vez.
—Ah, sólo para que lo sepas, Nick, será un placer pagar tu estancia en el Greenleaf.
—Gracias, pero no hace falta...
—¡No se hable más! —lo acalló moviendo nerviosamente los brazos—. La decisión ya está tomada por el jefe del Consistorio, que, por si no lo sabías, soy yo. —Le guiñó el ojo—. Es lo mínimo que podemos hacer por un huésped tan distinguido.
—Oh, muchas gracias.
Nick asió el bolígrafo. Empezó a rellenar la hoja de la reserva, sintiendo cómo Jed lo taladraba con la mirada; súbitamente tuvo miedo de lo que podría suceder si cambiaba de opinión y decidía no quedarse en el Greenleaf. Gherkin apoyó su brazo en el hombro de Nick con un exceso de confianza.
—¿Te he dicho lo contentos que estamos de tenerte aquí?


En una calle tranquila en la otra punta de la localidad, en un búngalo blanco con las persianas pintadas de color azul, Doris estaba salteando beicon, cebollas y ajos mientras que en el otro fogón hervía un cazo con pasta. Miley estaba lavando tomates y zanahorias en el fregadero para luego cortarlos a dados. Después de terminar su trabajo en la biblioteca, se había dejado caer por casa de Doris, como solía hacer un par de días a la semana. A pesar de que su casa quedaba muy cerca, a menudo cenaba en casa de su abuela. Era una vieja costumbre que no se resignaba a perder.

En la repisa de la ventana la radio sonaba al ritmo de jazz, y aparte de las típicas conversaciones de familia, las dos mujeres no tenían muchas cosas que contarse. Para Doris, la razón era que estaba cansada después de un largo día de trabajo. Aunque le costara admitirlo, desde que sufrió el ataque de corazón dos años antes, se cansaba con mucha más facilidad. Para Miley, el motivo era Nick Jonas, pero conocía a Doris lo suficientemente bien como para saber que era mejor no comentar nada al respecto. Su abuela siempre había mostrado una curiosidad desorbitada por su vida personal, y Miley había aprendido que lo más indicado era evitar hablar de ciertos temas con ella siempre que fuera posible.

Sabía que Doris no lo hacía con mala intención. Simplemente no alcanzaba a comprender cómo era posible que una mujer de veintiséis años no hubiera sentado todavía la cabeza, y últimamente no hacía más que preguntarle a qué esperaba para casarse. Aunque su abuela era una mujer sumamente inteligente, pertenecía a la vieja escuela; se casó a los veinte años y pasó sus siguientes cuarenta y cuatro años con un hombre al que adoraba, hasta que él falleció tres años antes.

Miley se había criado con sus abuelos, así que conocía a Doris los suficientemente bien como para prácticamente condensa todas sus preocupaciones en una frase: ya iba siendo hora de que su nieta encontrara a un chico decente, se fuera a vivir con él a una casita rodeada por una verja blanca de madera, y tuviera hijos.

Lo que su abuela pedía no era tan extraño, después de todo, y Miley lo sabía. En el pueblo eso era lo que se esperaba de cualquier mujer. Y las veces que se sinceraba consigo misma, se decía que también anhelaba llevar esa clase de vida. Bueno, al menos en teoría. Pero primero tenía que encontrar al compañero ideal, alguien con quien se sintiera a gusto y del que se enorgulleciera de llamarlo «su hombre». En ese punto difería de su abuela. Doris pensaba que bastaba con encontrar a un hombre decente, honrado y con un buen trabajo. Y quizás en el pasado fuera así. Pero Miley no ansiaba estar con alguien simplemente porque fuera cortés y tuviera un buen trabajo. Quizás albergaba falsas expectativas, pero también deseaba estar enamorada de él. No le importaba si era increíblemente afable o responsable; si no existía un mínimo de pasión, no podía —ni quería— imaginar pasar la vida junto a él. No sería justo ni para ella ni para él. Quería un hombre que fuera tierno y afable, pero que al mismo tiempo la hiciera vibrar, sentirse viva. Soñaba con un compañero que le masajeara los pies después de un largo día en la biblioteca, pero que también estuviera a la misma altura intelectual que ella; alguien romántico, por supuesto, que le comprara flores sin ninguna razón en particular.

Tampoco era pedir demasiado, ¿no?

Según Glamour, Ladies' Home Journal, y Good House-keeping —revistas que Miley recibía en la biblioteca—, sí que era pedir demasiado. En cada artículo se aseguraba que mantener viva la chispa en una relación dependía única y exclusivamente de la mujer. Pero ¿no se suponía que una relación se basaba precisamente en eso, en un pacto entre dos personas? ¿No tenía cada uno de los implicados que procurar colmar las expectativas del otro?

Ese era precisamente el problema de muchas de las parejas casadas que conocía. En todo matrimonio debía de existir un equilibrio entre hacer lo que a uno le apetecía y lo que la pareja quería, y mientras que el hombre y la mujer aceptaran ese compromiso, todo iba bien. Pero los problemas surgían cuando ambos empezaban a hacer lo que querían sin tener en cuenta las necesidades del otro. Un marido decidía de repente que necesitaba más sexo y lo buscaba en un contexto ajeno a la pareja; una esposa decidía que necesitaba más afecto, y actuaba del mismo modo que su marido. Para que un matrimonio funcionara, como en cualquier otra relación, era necesario subordinar las necesidades propias a las del otro, con la esperanza de que el cónyuge actuaría consecuentemente. Y mientras los dos miembros mantenían el pacto, todo iba viento en popa en su universo particular.

Sin embargo, ¿cómo era posible actuar de ese modo si una no estaba enamorada de su marido? Miley no estaba segura. Doris, en cambio, tenía la respuesta: «Mi pequeña Miley, esos sentimientos desaparecen tras los dos primeros años de casados», aseveraba ella, a pesar de que para Miley la relación de sus abuelos había sido más que envidiable. Su abuelo era el típico hombre romántico por naturaleza. Hasta prácticamente el final de sus días, siempre se afanaba por abrirle la puerta del coche a Doris y darle la mano cuando salían a pasear. Jamás le había sido infiel, la adoraba y a menudo soltaba algún que otro comentario acerca de lo afortunado que era de haber encontrado a una mujer como ella. Cuando falleció, una parte de Doris también empezó a morirse. Primero fue el ataque al corazón, y ahora su artritis, que cada vez se agravaba más. Era como si estuvieran predestinados a vivir juntos. Cuando comparaba la relación de sus abuelos con los consejos que Doris le daba, se quedaba meditativa, pensando si Doris había sido simplemente afortunada al encontrar a un hombre como él, o si había sabido intuir alguna cosa más en su esposo de antemano, algo que le corroborara que él era su pareja ideal.

Y lo que era aún más importante, ¿por qué diantre le daba a Miley por pensar en el matrimonio otra vez?

Probablemente porque estaba allí, en casa de Doris, el hogar donde se había criado tras la muerte de sus padres. Se sentía cómoda, arropada en ese espacio tan familiar, cocinando con su abuela. Recordó cuando de niña pensaba que un día viviría en una casa similar, resguardada de las inclemencias del tiempo por un tejado de hojalata, sobre el que la lluvia resonaba de un modo tan virulento al caer que parecía que no podía llover con tanta tuerza en ninguna otra parte del mundo, y con unas ventanas antiguas con los marcos repintados tantas veces que casi resultaban imposibles de abrir. Y ahora vivía en una casa parecida. bueno, por lo menos a simple vista podría parecer que la casa de Doris y la suya eran similares. Estaban construidas en la misma área, aunque Miley jamás había conseguido duplicar los aromas estofados de los domingos al mediodía, el suave perfume de las sábanas secadas al sol, el penetrante olor de la vieja mecedora donde su abuelo había descansado durante tantos años: esa clase de olores reflejaba una existencia cómoda, lenta y tranquila; y cada vez que abría la puerta de esa casa, se sentía invadida por un sinfín de recuerdos de la infancia.

Miley siempre se había imaginado que de mayor acabaría rodeada por su propia familia, incluso con retoños, pero no había sido así. Había tenido dos noviazgos serios: la larga relación con Avery, que había iniciado en la universidad, y después otra con un muchacho de Chicago que un verano vino al pueblo a visitar a sus primos. Era el típico hombre ilustrado: hablaba cuatro idiomas y había estudiado un año en la London School of Economics gracias a una beca universitaria de béisbol. Era encantador y exótico, y ella se enamoró perdidamente, como una boba. Soñó que él se quedaría en Boone Creek, pues parecía sentirse a gusto en el pueblo, pero un sábado por la mañana se despertó y se enteró de que el señor sabelotodo había decidido regresar a Chicago. Ni siquiera se molestó en despedirse de ella.

¿Y después de eso? Nada serio. Un par de idilios que habían durado unos seis meses y que la habían dejado absolutamente impasible; uno con un médico de la localidad, y el otro con un abogado. Los dos se le habían declarado, pero Miley no había sentido ni la magia ni el cosquilleo o lo que se suponía que una debía sentir para decidirse a dar un paso más en esa clase de relaciones. En los dos últimos años, sus salidas con hombres habían sido más bien limitadas, a menos que contara a Joe Miller, el ayudante del sheriff del pueblo. Había salido con él una docena de veces, una vez al mes aproximadamente, normalmente al alguna fiesta benéfica a la que deseaba asistir. Al igual que ella, Joe había nacido y se había criado en Boone Creek, y de chiquillos habían compartido muchas horas de juegos en los columpios del parque situado detrás de la iglesia episcopal. El bebía los vientos por ella, y en alguna ocasión la había invitado a tomar una copa en el Lookilu. A veces Miley se preguntaba por qué no se decidía a salir con él en serio, pero es que Joe... Joe estaba demasiado interesado en pescar, cazar y levantar pesas, y en cambio no mostraba ningún interés por los libros o por cualquier cosa que sucediera más allá de los confines del pueblo. Sí, era un chico agradable, y a veces pensaba que sería un buen marido; pero no para ella.

Así pues, ¿qué opciones le quedaban?

En casa de Doris, tres veces a la semana, se perdía en esos pensamientos, esperando las inevitables preguntas sobre el amor de su vida.
—¿Qué te ha parecido? —le preguntó Doris súbitamente.
Miley no pudo evitar sonreír.
—¿Quién? —inquirió, haciéndose la despistada.
—Nick Jonas. ¿A quién crees que me refería?
—No lo sé. Por eso te lo he preguntado.
—Deja de evitar el tema. Me he enterado de que ha pasado un par de horas en la biblioteca.
Miley se encogió de hombros.
—Parece afable. Le he ayudado a encontrar algunos libros que necesitaba para su investigación, eso es todo.
—¿No has hablado con él?
—Claro que hemos hablado. Como tú misma has dicho, se ha pasado bastante rato en la biblioteca.
Doris esperó a que Miley agregara algo más, pero al ver que no lo hacía, lanzó un prolongado suspiro.
—Pues a mí me ha parecido encantador —precisó Doris—. Todo un caballero.
—Ya, todo un caballero —reiteró Miley.
—Por el tono en que lo dices, no pareces muy convencida.
—¿Qué más quieres que diga?
—Bueno... ¿Lo embaucaste con tu arrolladora personalidad?
—¿Y eso qué importa? Sólo se quedará en el pueblo un par de días.
—¿Te he contado alguna vez cómo conocí a tu abuelo?
—Innumerables veces —contestó Miley, recordando perfectamente la historia. Se habían conocido en un tren de camino a Baltimore; él era de Grifton, y ese día iba a una entrevista para un puesto de trabajo, pero nunca llegó a hacer esa entrevista, porque prefirió quedarse con ella.
—Entonces ya sabes que hay muchas posibilidades de conocer a alguien cuando uno menos se lo espera.
—Eso es lo que siempre predicas.
Doris le guiñó el ojo.
—Claro, porque creo que necesitas que alguien te lo repita constantemente.
Miley llevó la ensaladera a la mesa.
—No te preocupes por mí. Soy feliz. Me encanta mi trabajo, tengo buenos amigos, dispongo de tiempo para leer y salir a correr y hacer las cosas que me gustan.
—Y no olvides la suerte que tienes de tenerme a tu lado.
—Exactamente —afirmó Miley—. ¿Cómo podría olvidarme de ese detalle tan importante?

Doris soltó una carcajada y se concentró nuevamente en la sartén. Por un momento la cocina quedó sumida en un silencio absoluto, y Miley respiró aliviada. Por lo menos el tema había quedado zanjado; y gracias a Dios, Doris no había sido demasiado insistente. Ahora, pensó, podrían disfrutar de una cena tranquila.
—Pues yo lo encuentro bastante atractivo —Doris volvió a la carga.
Miley no dijo nada; en lugar de eso tomó un par de platos y algunos utensilios antes de dirigirse a la mesa. Quizás era mejor si fingía no oírla.
—Y para que te enteres, hay más cosas de él que no sabes —continuó—. Por ejemplo, que no es como te lo imaginas.

Fue la forma de expresarse lo que provocó que Miley se detuviera en seco. Había oído ese mismo tono un par de veces en el pasado: una vez que quiso salir con sus amigos del instituto y Doris la previno para que no lo hiciera, y cuando quiso hacer un viaje a Miami unos años antes y Doris intentó evitarlo. En la primera ocasión, los amigos con los que tenía que salir sufrieron un accidente de tráfico, y en la segunda ocasión, la ciudad de Miami se vio sumida en un caos y el hotel donde planeaba alojarse sufrió graves disturbios.
Sabía que a veces Doris podía presentir cosas. No tanto como la propia madre de Doris, pero a pesar de que casi nunca daba demasiadas explicaciones, Miley tenía la certeza de que su abuela presentía cosas que iban a suceder.
 

Completamente ajeno al hecho de que las líneas de teléfono del pueblo estaban prácticamente bloqueadas a causa de la algarabía que había provocado su presencia en la localidad, Nick yacía tumbado en la cama, arrebujado con la colcha, mirando las noticias locales mientras esperaba ver la información sobre el tiempo, maldiciéndose por no haber seguido su impulso inicial y haberse alojado en otro hotel. De haberlo hecho, ahora no estaría rodeado por las escalofriantes obras de arte de Jed.

Obviamente, ese tipo tenía mucho tiempo libre.

Y muchas balas, o perdigones, o un robusto parachoques en su camioneta, o el cacharro que utilizara para matar a todos esos bichos. En su habitación había doce especímenes; con la excepción de un segundo oso disecado, le estaban haciendo compañía los representantes de todas las especies zoológicas de Carolina del Norte. Sin duda, si Jed hubiera contado con otro ejemplar de oso, lo habría incluido en la exposición.

A pesar de ese pormenor, la habitación no estaba tan mal, siempre y cuando no se le ocurriera intentar conectarse a internet con su portátil, calentar la habitación por otra vía que no fuera la chimenea, solicitar el servicio de habitaciones, mirar la tele por cable, o incluso marcar un número de teléfono en un aparato de teclas. ¿Cuánto tiempo hacía que no veía un teléfono de disco? ¿Diez años? Incluso su madre había sucumbido al mundo moderno en esa cuestión.

Pero Jed no. Ni hablar. Obviamente, el bueno de Jed tenía sus propias ideas sobre qué era importante para hacer la vida más cómoda a sus clientes.

El único atractivo de la habitación era un porche acogedor en la parte trasera del búngalo, con una buena panorámica del río. Había incluso una mecedora, y Nick consideró la posibilidad de sentarse un rato fuera hasta que se acordó de las serpientes. Entonces se preguntó qué había querido decir Gherkin cuando comentó que todo había sido por culpa de unos malos entendidos. No le había gustado nada esa excusa tan escueta. Debería de haberle pedido más explicaciones, del mismo modo que también debería de haber preguntado dónde podía encontrar leña para la chimenea. La habitación era un témpano de hielo, pero tenía la desagradable sospecha de que Jed no contestaría al teléfono si intentaba contactar con recepción. Y además, Jed le daba miedo.

Justo entonces apareció el hombre del tiempo en la tele. Armándose de valor, Nick se incorporó de un salto de la cama para subir el volumen del aparato. Moviéndose con tanta celeridad como pudo y sin dejar de temblar, ajustó el volumen y después se metió rápidamente otra vez debajo de la colcha.

Los anuncios reemplazaron inmediatamente al meteorólogo. ¡Cómo no!

Se estaba preguntando si esa noche debía sacar la nariz por el cementerio, pero quería averiguar si habría niebla. Si no, se dedicaría simplemente a dormir. Había sido un día muy largo; lo había iniciado en el mundo moderno, había retrocedido cincuenta años, y ahora estaba durmiendo entre bichos muertos dentro de una nevera. Indudablemente no era algo que le sucediera cada día.

Y, por supuesto, no podía olvidarse de Miley. Miley a secas, ya que no sabía su apellido. Miley la misteriosa, a la que le gustaba flirtear para luego batirse en retirada, para luego flirtear otra vez. Porque había flirteado con él, ¿no? La forma en que se dirigía a él como «señor Jonas», el comentario mordaz sobre el entierro... Sí, definitivamente estaba flirteando con él.

¿O no?

El hombre del tiempo volvió a aparecer, con aspecto fresco, como recién salido de la universidad. No podía tener más de veintitrés o veinticuatro años, y no le cabía la menor duda de que se trataba de su primer trabajo. Exhibía esa mirada de cervatillo deslumbrado por los faros de un coche pero entusiasta a la vez.

Por lo menos parecía competente. No tartamudeaba, y Nick supo casi de inmediato que no abandonaría la habitación. Se esperaban cielos despejados durante toda la noche, y tampoco mencionó nada sobre la posibilidad de niebla al día siguiente.

«¡Vaya con mi racha de suerte!», pensó.

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Hey there. Blogger maldito ¬¬ okya creo que aquí es cuando ya todo se está poniendo fresa & meloso LOL xD hahaha ya saben quién es Joe Miller ;) so, como será ayudante de sheriff, pueden imaginárselo así como en la película de los JB en 3D cuando anda x el Central Park cantando "Love Is On Its Way", creo, vestido de policía... incluyendo el bigote & todo ;D LOL OKNO! xD Amo este libro <3 ayer estaba leyendo este libro & su continuación once again. Es que lo amo! Mi historia de amor favorita :') escrita x Sparks, obviamente ;D

¿Saben? No estoy de muy buen humor que digamos... es que... miles de cosas están pasando & bueno, me gustaría que todo fuera como antes, cuando todo era simple & no tenía problemas. Aka cuando no iba a cumplir 15 años .-. ¿Acaso no puedo tener 14 para siempre? D: O saltarme de una vez a los 16 e.e es que... bueeno. :/ Además Raiza me dijo algo hoy que me puso peor! Con decirles que me duelen la cabeza & los ojos x tanto llorar... :'( pero trataré de no pensar en eso... se los diré el 20. Hoy no puedo. ):

Ya casi termino el primer cap. de "Don't You Want Me" & pues... creo lo subiré el 20 :D en la madrugada. Ese día será full stress. & pues... haha. Ojalá les guste :3 & quiero McDonalds .-. En fin... nos vemos en 3 días :P

Bye, las amo, & NUNCA DEJEN DE CREER! :D atte: AIMiller / Nicky AB.

4 comentarios:

  1. pienso igual que tu D: no podemos tener esa edad para siempre? D: es mucho pedir? okno me encanto el capitulo! askjdhas estan muyyy 1313 se viene se viene!! nick le tiene su regalo a miley Ö la invitara a su habitacion! kajshdka okya .-. genial q subas "Don't You Want Me" kashdks :D cuidate mucho c: tqm

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  2. awww me encaanto el capiiss supers duperss awww haciia siglos q no pasaba por tu blog upsi lo siento esq este cole me carga de tareas y ahirta segun no tantas solo de 8 materias asii q de rapiin me pasee jeje dupers el capii y aww subee prontiitoo te quiero xaao

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  3. me super encanto lo re ame!!!!!!!!!!!!!!!!tenes que subir el siguiente q me encanto y no veo la hora de que empieze la accion!!!!jajaja me llamo male

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  4. me encanto!!! creo que pronto comenzara lo mejor otro plis :D ya quiero que subas "don't you want me" xD

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