domingo, 13 de noviembre de 2011

True Believer - Chapter 4

La biblioteca resultó ser una imponente estructura gótica, completamente diferente al resto de los edificios de la localidad. Nick tuvo la impresión de que alguien había arrancado una de esas casonas de una colina de Rumania, cerca de la morada del conde Drácula, y la había dejado caer como por arte de magia en Boone Creek.

El edificio ocupaba casi la totalidad de la manzana, y sus dos plantas estaban ornamentadas con unas ventanas angostas y alargadas, un tejado terminado en punta, y una puerta principal de madera en forma de arco, en la que sobresalían unos picaportes desmesuradamente grandes. A Edgar Allan Poe le habría encantado ese lugar, pero a pesar de la apariencia de casa embrujada, parecía que los del Consistorio habían intentado darle un aire menos tétrico, más acogedor. La fachada de ladrillo —que probablemente había sido de color marrón rojizo en otro tiempo— estaba ahora pintada de blanco; las ventanas estaban enmarcadas por unas contraventanas negras, y unos parterres de pensamientos delimitaban el sendero que conducía a la entrada principal y rodeaban el mástil de la bandera. El llamativo rótulo cincelado con letra dorada y en cursiva daba la bienvenida a todo aquel que se acercaba a la biblioteca de Boone Creek. El resultado final se podía definir como chocante. A Nick le pareció que era como ir a una de esas elegantes mansiones señoriales de la ciudad y que, al llamar a la puerta, inesperadamente apareciera un mayordomo disfrazado de payaso, con globos y una pistola de agua en la mano.

El vestíbulo, pintado de un alegre amarillo pálido —por lo menos el edificio era consistente dentro de su inconsistencia—, estaba amueblado con un mostrador en forma de «L», cuya parte más larga se extendía hasta la parte posterior del edificio, donde Nick distinguió una amplia estancia con unas mamparas de vidrio dedicada a los niños. A la izquierda quedaban los lavabos, y a la derecha, detrás de otra pared de vidrio, vio lo que parecía ser el área principal. Nick saludó con la cabeza a la anciana que estaba sentada detrás del mostrador. La mujer sonrió y le devolvió el saludo, luego se concentró nuevamente en el libro que estaba leyendo. Nick empujó las pesadas puertas de vidrio que daban al área principal, y se sintió orgulloso al pensar que empezaba a comprender el modo de actuar de los lugareños.

El área principal lo decepcionó de inmediato. Debajo de la intensa luz de los fluorescentes sólo divisó seis estanterías de libros, organizadas relativamente juntas entre sí, en una estancia no mucho más grande que su piso de Nueva York. En las dos esquinas más próximas a la puerta habían instalado unos ordenadores anticuados, y al fondo a la derecha estaba el área de lectura, con una pequeña colección de periódicos. Había cuatro mesas pequeñas en la sala, y únicamente vio a tres personas consultando libros en las estanterías, entre ellas un anciano con un aparato de sordera en la oreja que estaba ordenando los libros en los estantes. A juzgar por lo que veía, Nick tuvo la desagradable impresión de haber comprado más libros en toda su vida de los que esa biblioteca albergaba.

Se dirigió hacia la mesa del encargado, y no le sorprendió no encontrar a nadie. Se detuvo delante de la mesa, a la espera de que apareciera Miles. Entonces pensó que Miles debía de ser el hombre de pelo cano que estaba colocando los libros en los estantes. Se fijó en él, pero el anciano siguió con su tarea sin inmutarse. Nick echó un vistazo al reloj. Dos minutos más tarde, volvió a consultar la hora.

Otros dos minutos más tarde, después de que Nick carraspeara sonoramente, el hombre se fijó en él. Nick lo saludó ron la cabeza y lo miró fijamente para darle a entender que necesitaba ayuda, pero en lugar de ir hacia la mesa, el anciano asintió con la cabeza y continuó ordenando los libros. Estaba claro que ese individuo superaba las expectativas sobre la legendaria eficiencia sureña, pensó Nick. Sí, el lugar era francamente interesante.
 

En el diminuto y abigarrado despacho del piso superior de la biblioteca, Miley tenía la mirada fija en la ventana. Sabía que él vendría. Doris había llamado tan pronto como Nick se había marchado del Herbs y le había referido un par de comentarios sobre el individuo vestido de negro procedente de Nueva York, que estaba allí para escribir un artículo sobre los fantasmas del cementerio.
Miley sacudió lentamente la cabeza. Estaba segura de que Doris lo había convencido. Cuando a esa mujer se le metía una idea en la cabeza, podía llegar a ser muy persuasiva, sin tener en cuenta la posible reacción violenta que un artículo como ése podía suscitar. Había leído las historias del señor Jonas de antemano, y sabía exactamente cómo operaba. No tendría suficiente con demostrar que el fenómeno no estaba relacionado con fantasmas —algo de lo que no le cabía la menor duda—, no, el señor Jonas no se detendría ahí. Entrevistaría a los habitantes del lugar en esa forma tan peculiarmente encantadora, conseguiría sonsacarles toda la información que buscaba, y después elegiría los datos que más le interesaran antes de difundir la verdad del modo que le pareciera más oportuno. Cuando hubiera acabado de plasmar sus conclusiones feroces en un artículo, la gente de todo el país pensaría que Boone Creek estaba plagado de unos patéticos personajes simplones, ridículos y supersticiosos.

No, no le hacía ninguna gracia que ese periodista merodeara por el pueblo.

Cerró los ojos mientras con los dedos se dedicaba a retorcer un mechón de su negra melena abstraídamente. Tampoco le gustaba que nadie deambulara por el cementerio. Doris tenía razón: era una falta de respeto, y desde la visita de esos jóvenes de la Universidad de Duke y de la publicación del artículo en la prensa, la situación se les había escapado de las manos. ¿Por qué no lo habían mantenido en secreto? Hacía muchas décadas que aparecían esas luces, y a pesar de que todo el mundo lo sabía, a nadie le importaba. Quizá de vez en cuando alguien se dejaba caer por el cementerio para verlas, básicamente adolescentes o alguien que había bebido más de la cuenta en el Lookilu; pero ¿camisetas, tazas de café, postales cursis con emblemas sobre los fantasmas? ¡Y encima la «Visita guiada por las casas históricas»!

No llegaba a comprender los motivos que habían desatado esa locura colectiva. ¿Por qué era tan importante incrementar el turismo en la zona? Sí, claro, el dinero era un tremendo aliciente, pero los que vivían en el pueblo no lo hacían por afán de hacerse ricos. Bueno, al menos la mayoría no; aunque siempre había personas dispuestas a no dejar escapar esa clase de oportunidades, empezando por el alcalde. Mas siempre había creído que casi toda esa gente vivía en Boone Creek por la misma razón que ella: por la indescriptible alegría que sentía cada tarde cuando se ponía el sol y, súbitamente, el río Pamlico se transformaba en una impresionante cinta de color dorado, porque conocía a sus vecinos y sabía que podía confiar en ellos, porque los niños podían jugar en la calle hasta la noche tranquilamente, sin que sus padres sintieran angustia alguna por pensar que pudiera ocurrirles algo malo. En un mundo cada vez más loco y estresado, Boone Creek era un pueblecito que jamás había mostrado ningún interés en seguir los pasos del mundo moderno, y eso era lo que lo convertía en un lugar tan peculiar.

Por eso vivía allí. Le gustaba todo lo referente al pueblo: el olor a pino y a salitre por la mañana cuando llegaba la primavera, los bochornosos atardeceres de verano que le conferían a su piel ese brillo tan especial, el color intenso de las hojas en otoño... Pero por encima de todo, le gustaba la gente y no podía imaginar vivir en otro lugar. Confiaba en ellos, conversaba con ellos, sentía aprecio por ellos. Pero claro, no todos sus amigos compartían esas mismas impresiones; algunos habían aprovechado el momento de ir a estudiar a la universidad para no volver a pisar el pueblo. Ella también se había ido a vivir una temporada fuera, pero incluso en esa etapa había tenido la certeza de que regresaría; y menos mal que lo había hecho, ya que en los dos últimos años había estado muy preocupada por la salud de Doris. También sabía que acabaría siendo la bibliotecaria de Boone Creek, igual que su madre había ocupando ese puesto antes, con la esperanza de hacer de la biblioteca un lugar del que el pueblo entero pudiera sentirse orgulloso.

No se trataba del trabajo más glamuroso, pero el sueldo no estaba nada mal. Aunque la primera impresión fuera decepcionante, la biblioteca iba mejorando poco a poco. La planta baja sólo albergaba la colección de ficción contemporánea, mientras que en el piso superior se podía encontrar ficción clásica y no-ficción, títulos adicionales de autores contemporáneos, y colecciones únicas. Supuso que el señor Jonas no se habría dado cuenta de que la biblioteca se expandía por las dos plantas, ya que el acceso a las escaleras se hallaba en la parte posterior del edificio, cerca de la sala infantil. Uno de los inconvenientes de que la biblioteca estuviera emplazada en una vieja residencia era que la arquitectura no estaba diseñada para el traqueteo del público. Pero el lugar le parecía correcto.

Casi siempre se respiraba una agradable atmósfera silenciosa en su despacho ubicado en el piso superior, y éste estaba cerca de su estancia favorita de la biblioteca, la que ella había bautizado como «La sala de los originales». Se trataba de una pequeña sala contigua al despacho que contenía los títulos más insólitos, libros que ella había ido adquiriendo en subastas del estado y en mercadillos, por donaciones y visitas a las librerías y a los distribuidores de publicaciones de todo el estado, un proyecto que había iniciado su madre. También custodiaba una creciente colección de manuscritos y mapas históricos, algunos de los cuales databan de antes de la guerra revolucionaria. Ésa era su verdadera pasión. Siempre estaba dispuesta a ir en busca de cualquier material excepcional, y no dudaba en derrochar grandes dosis de amabilidad y de astucia, o de implorar si era necesario, para conseguir lo que quería. Cuando esa táctica no funcionaba, recurría a la excusa irrefutable de la deducción de impuestos, y —puesto que había trabajado duro para conseguir buenos contactos entre los abogados especializados en materia de herencias que operaban en el sur— a menudo recibía libros y otras publicaciones antes de que el resto de las bibliotecas oyeran siquiera hablar de ellos. A pesar de que no contaba con los sustanciosos recursos de la Universidad de Duke, de la de Wake Forest, o de la de Carolina del Norte, su biblioteca estaba considerada como una de las mejores bibliotecas pequeñas no sólo del estado, sino incluso de todo el país.

Se sentía muy orgullosa de ese logro. Aquélla era su biblioteca, y del mismo modo, aquél era su pueblo. Y en esos precisos instantes, un desconocido la estaba esperando, un desconocido que ansiaba escribir una historia que podía perjudicar gravemente a su gente.

Lo había observado mientras aparcaba el coche delante del edificio. Lo había examinado de arriba abajo mientras se apeaba del auto y se dirigía a la puerta principal. Había sacudido la cabeza, porque casi inmediatamente había reconocido la forma de andar confiada y petulante de los que viven en la gran ciudad. No era más que uno de los innumerables individuos que se jactaban de provenir de un lugar más interesante; sujetos que se creían poseedores de un conocimiento más profundo sobre el mundo real, que proclamaban que la vida podía ser mucho más excitante, mas gratificante en las grandes urbes que en un pueblecito remoto. Unos años antes se había enamorado de un hombre que pensaba de ese modo, y se negaba a dejarse embaucar de nuevo.
Un cardenal se posó en la repisa de la ventana. Lo observó fijamente al tiempo que intentaba despejar la cabeza de los pensamientos que la asaltaban, y luego suspiró. De acuerdo, se dijo, lo más cortés era bajar a hablar con el señor Jonas de Nueva York. Después de todo, la estaba esperando. Había recorrido un largo trayecto, y la hospitalidad del sur —así como su trabajo de bibliotecaria— la impulsaba a ayudarlo a encontrar lo que necesitara. Y lo más importante: de ese modo podría vigilarlo de cerca. También se afanaría por filtrar la información de tal modo que él viera la parte positiva de vivir en un lugar como Boone Creek.

Sonrió. Sí, se veía capaz de lidiar con el señor Jonas. Además, tenía que admitir que, aunque no se fiara de él, era muy apuesto.
 

Nick Jonas tenía toda la pinta de estar aburrido.

Se paseaba lentamente por uno de los pasillos, con los brazos cruzados, contemplando los títulos contemporáneos. De vez en cuando fruncía el ceño, como si se preguntara si podría encontrar algo de Dickens, Chaucer o Austen. Se imaginó cómo reaccionaría él si le pidiera un título de uno de esos autores y ella respondiera con un «¿Quién?». Conociéndolo —a pesar de que tenía que admitir que no lo conocía en absoluto sino que simplemente se basaba en una suposición—, probablemente se la quedaría mirando fijamente, como había hecho antes cuando la vio en el cementerio. Ah, qué predecibles eran los hombres, pensó.

Se alisó el jersey, procurando ganar tiempo antes de salir a recibirlo. Se recordó a sí misma que tenía que parecer profesional; una importante misión estaba en juego.
—Supongo que me está esperando —se presentó, esforzándose por sonreír.
Nick levantó la vista al escuchar la voz, y por un momento se quedó paralizado. Súbitamente la reconoció y sonrió.

«Parece afable», pensó ella. En la barbilla se le formaba uno de esos graciosos hoyuelos, aunque la sonrisa que exhibía era un poco estudiada y carecía de la fuerza necesaria para contrarrestar la mirada tan confiada.
—¿Tú eres Miles? —preguntó él.
—Sí, Miles es como la abreviatura de Miley. Soy Miley Cyrus. Pero Doris siempre me llama Miles.
—Eres la bibliotecaria.
—Sí, cuando no estoy merodeando por los cementerios y regañando a los hombres que me miran descaradamente, es lo que intento ser.
—Caramba, caramba —exclamó Nick, intentando imitar el tono sureño de Doris.

Ella sonrió y le dio la espalda, luego asió uno de los libros de la estantería que él había examinado.
—No intente hacerse el gracioso, señor Jonas —espetó ella—. No es tan fácil imitar nuestro acento. Le falta práctica; parece como si estuviera mascando chicle.
Nick se echó a reír sin amedrentarse ante el comentario mordaz.
—¿De veras?
«Vaya, el típico seductor», pensó Miley.
—De veras. —Continuó jugueteando con los libros—. ¿En qué puedo ayudarle, señor Jonas? Supongo que desea información del cementerio.
—Mi reputación me precede.
—Doris me llamó para avisarme que venía hacia aquí.
—Ah —dijo él—. Debería de habérmelo figurado. Es una mujer ciertamente interesante.
—Es mi abuela.
Nick abrió los ojos como una naranja.
«Caramba, caramba —pensó, aunque esta vez no lo dijo en voz alta—. Qué coincidencia tan interesante.»
—¿Te ha explicado que hemos comido juntos?
—No se lo he preguntado.

Ella se aderezó un mechón de pelo detrás de la oreja, al tiempo que se fijaba en que el hoyuelo que se formaba en la barbilla de su interlocutor era tan gracioso que seguramente más de un niño querría hurgarlo con el dedo. Bueno, tampoco era que le importara. Terminó de ojear el libro que sostenía entre las manos y le miró a los ojos, manteniendo el tono firme.
—Lo crea o no, estoy bastante ocupada en estos momentos —declaró—. Tengo que terminar unos informes para esta tarde. ¿Qué clase de información le interesa?
Nick se encogió de hombros.
—Cualquier dato que me ayude a familiarizarme con la historia del cementerio y del pueblo: cuándo empezaron a aparecer las luces, qué estudios se han llevado a cabo sobre el fenómeno, cualquier texto donde se cite la leyenda, mapas viejos, información sobre Riker's Hill y su topografía, anales históricos y cosas por el estilo.

Realizó una pausa y se dedicó a estudiar esos ojos de color violeta. Eran increíblemente sugerentes. Y esta vez ella estaba ahí, delante de él, prestándole atención en lugar de desaparecer sin hacerle caso. Ese cambio también le parecía interesante.
—Menuda coincidencia, ¿no te parece? —comentó Nick, apoyándose en uno de los estantes.
Ella lo miró sin pestañear.
—¿Cómo?
—Que primero te haya visto en el cementerio y ahora aquí. Y además, está lo de la carta de tu abuela, que me trajo hasta este lugar. Vaya coincidencia, ¿no crees?
—La verdad es que tengo cosas más interesantes en las que pensar.
Pero Nick no pensaba tirar la toalla. Casi nunca lo hacía, sobre todo cuando las cosas se ponían interesantes.
—Bueno, ya que no soy de aquí, a lo mejor podrías indicarme qué es lo que hace la gente en su tiempo libre. Me refiero a si hay algún bar donde podamos tomar algo, o quizá comer juntos... —Hizo una pausa—. Quizás un poco más tarde, cuando acabes de trabajar.
Ella pestañeó varias veces seguidas, preguntándose si lo había entendido bien.
—¿Me está invitando a salir? —preguntó.
—Sólo si puedes.
—No, me parece que no, pero gracias de todos modos —contestó recuperando la compostura.

Ella mantuvo la vista fija en él hasta que finalmente Nick alzó las manos.
—De acuerdo —dijo con un tono cansado—, pero no puedes culparme por haberlo intentado. Bueno, ¿te parece bien si nos ponemos manos a la obra? Eso si no estás demasiado ocupada con lo de los informes, por supuesto. Puedo volver mañana, si te parece más conveniente. —Sonrió, y súbitamente volvió a aparecer el hoyuelo.
—¿Hay algún dato por el que desearía empezar en particular?
—Estaba pensando en el artículo que apareció en la prensa local. Todavía no he tenido la ocasión de consultarlo. ¿Lo tienes archivado?
Ella asintió.
—Probablemente estará en la microficha. Hemos estado colaborando con el periódico durante los dos últimos años, así que no tendrá dificultades para encontrarlo.
—Genial —exclamó él—. ¿Y un poco de información en general sobre el pueblo?
—Está en el mismo fichero.

Nick miró a su alrededor por un momento, preguntándose adonde tenía que ir. Ella empezó a andar hacia el vestíbulo.
—Por aquí, señor Jonas. Encontrará todo lo que necesita en el piso superior.
—¿Hay un piso superior?
Ella se dio la vuelta, hablándole por encima del hombro.
—Si hace el favor de seguirme, se lo mostraré encantada.
Nick tuvo que acelerar el paso para seguir a su interlocutora.
—¿Te importa si te hago una pregunta?
Ella abrió la puerta principal y pareció dudar unos instantes.
—No, adelante —consintió, sin alterar la expresión de su cara.
—Me estaba preguntando... Me ha dado la impresión de que muy poca gente se acerca a ese cementerio.
Ella no respondió, y en el silencio, Nick se sintió primero tremendamente curioso, y al final claramente incómodo.
—¿No piensas contestar? —volvió a insistir.
Ella sonrió y, para su sorpresa, le guiñó el ojo antes de franquear la puerta abierta.
—He dicho que podía preguntar, señor Jonas. Pero no he dicho que pensara contestar.


Mientras ella emprendía la marcha de nuevo con paso veloz, Nick se la quedó mirando, atónito. Vaya con esa fémina. No le faltaba nada. Era confiada, hermosa y encantadora, e incluso había sido capaz de rechazar su invitación para ir a tomar algo con él.
Quizás Alvin tenía razón. Quizá había algo en las atractivas chicas del sur capaz de volver loco a cualquier hombre.
 

Atravesaron el vestíbulo, recorrieron la sala infantil, y Miley lo guió escaleras arriba. Una vez en el piso superior, Nick se detuvo y miró a su alrededor.
«Caramba, caramba», se dijo otra vez.

La biblioteca estaba constituida por algo más que unas desvencijadas estanterías abarrotadas de libros nuevos. Mucho más. Y además, rezumaba un ambiente absolutamente gótico, desde el penetrante olor a polvo hasta la típica atmósfera enrarecida de las bibliotecas privadas. Con las paredes revestidas de paneles de roble, el suelo de caoba y las cortinas color vino borgoña, la cavernosa estancia que se abría ante él contrastaba completamente con el área del piso inferior. Las esquinas estaban engalanadas con unas sillas barrocas y unas lámparas de diseño modernista estilo Tiffany. En la pared más alejada de la sala había una chimenea de piedra, sobre la que colgaba un cuadro, y las ventanas, angostas como eran, ofrecían suficiente luz natural como para aportar al lugar una sensación acogedora.
—Ahora comprendo —observó Nick—. El piso inferior es sólo para abrir el apetito. Aquí es donde está toda la acción.
Ella asintió.
—La mayoría de los que vienen aquí a diario están interesados en títulos recientes de autores conocidos, así que he habilitado el área de la planta baja de modo que se sientan a gusto. La sala del piso inferior es pequeña porque es donde estaban ubicados los despachos antes de que reorganizáramos la biblioteca.
—¿Y dónde están los despachos ahora?
—En esta planta —dijo ella, señalando hacia la estantería más alejada—, al lado de la sala de los libros originales.
—Vaya, has logrado impresionarme.

Ella sonrió.
—Por aquí. Primero le enseñaré el lugar y luego le hablaré de la biblioteca.
Durante los siguientes minutos se dedicaron a charlar al tiempo que serpenteaban por los pasillos de estanterías. Nick se enteró de que la casa fue construida en 1874 por Horace Middleton, un capitán que había hecho su fortuna con el comercio de madera y tabaco. Había erigido la casa para su esposa y sus siete vástagos, pero nunca llegó a habitarla. Justo antes de que finalizaran las obras, su esposa falleció, y el oficial decidió trasladarse a Wilmington con su familia. La casa estuvo desocupada durante muchos años, hasta que otra familia decidió instalarse hasta 1950, cuando finalmente fue adquirida por la Sociedad Histórica, que a su vez la vendió al Estado para que la convirtiera en una biblioteca.

Nick escuchaba con atención mientras ella departía. Caminaban despacio, y Miley interrumpía su propio discurso para señalar algunos de sus libros favoritos. Ella era, tal y como pronto dedujo él, una lectora mucho más ávida que él, especialmente de los clásicos; pero claro, ahora que lo pensaba bien, tenía sentido. ¿Por qué otro motivo alguien trabajaría como bibliotecario si no fuera por amor a los libros? Como si supiera lo que estaba pensando, ella se detuvo y señaló con el dedo la placa que coronaba una de las estanterías.
—Seguramente le interesará esta sección, señor Jonas.

Él examinó la placa: Sobrenatural/Brujería. Aminoró la marcha, pero no se detuvo, y se dedicó a anotar algunos de los títulos, entre ellos uno referente a las profecías de Michel de Nostredame. Nostradamus, como era más conocido, publicó cien vaticinios excepcionalmente vagos en 1555 en una obra denominada Centurias, la primera de las diez que escribió a lo largo de toda su vida. De las mil profecías que Nostradamus publicó, únicamente unas cincuenta siguen citándose en la actualidad, lo cual constituye un estrecho margen de acierto de tan sólo el cinco por ciento.
Nick hundió las manos en los bolsillos.
—Si quieres, puedo recomendarte algunos libros interesantes —se ofreció él.
—Estaría encantada. Tengo que admitir que necesito ayuda con esa categoría de libros.
—¿No has leído ninguno?
—No; francamente, no me atraen los temas que tratan. Reviso esos libros cuando llegan a la biblioteca; me fijo en las imágenes y leo algunas conclusiones para decidir si son apropiados, pero nada más.
—Haces bien; es lo mejor que se puede hacer con esta clase de material —dijo Nick.
—Sin embargo, lo más sorprendente es que alguna gente del pueblo no desea que yo adquiera estos libros, especialmente los que tratan sobre brujería. Creen que pueden ejercer una influencia negativa en los jóvenes.
—Y es cierto; sólo cuentan mentiras.
Ella sonrió.
—Quizá tenga razón, pero no me refería a eso. Quieren que me deshaga de los libros porque creen que realmente es posible conjurar los poderes de las fuerzas malignas, y que los niños que leen esas historias pueden invocar accidentalmente a Satán y hacer que éste se dedique a cometer fechorías por el pueblo.
Nick asintió.
—Ya, la impresionable juventud de los estados pentecostales del cinturón de la Biblia.
—Eso es; pero por favor, no se le ocurra citar mi nombre si piensa escribir algo referente a esa cuestión, ¿de acuerdo?
Nick levantó la mano con porte solemne.
—¡Palabra de Scout!

Por unos breves momentos, anduvieron en silencio. El sol invernal apenas tenía fuerzas para irrumpir entre las nubes opacas, y Miley se detuvo frente a una fila de lámparas para encenderlas. Una tenue luz amarillenta se adueñó de la sala. Mientras ella se inclinaba hacia delante, Nick inhaló el ligero aroma floral de su perfume.

Con movimientos distraídos, él se dirigió hacia el retrato que adornaba la chimenea.
—¿Quién es?
Miley hizo una pausa y desvió la vista hacia donde él estaba mirando.
—Mi madre.
Nick la contempló con curiosidad, y Miley suspiró.
—Después de que la biblioteca original fuera pasto de las llamas en 1964, mi madre se encargó de buscar un nuevo edificio y empezar una nueva colección, algo que todo el mundo en el pueblo daba por imposible. Entonces ella sólo tenía veintidós años, pero invirtió muchos años en hacer campaña con las autoridades del condado y del estado para obtener fondos, organizó paradas ambulantes de pastelitos, y se dedicó a visitar uno a uno todos los negocios de la localidad, sin dejarlos en paz hasta que accedían a darle dinero. Necesitó muchos años, pero al final lo consiguió.

Mientras ella hablaba, los ojos de Nick iban de Miley al retrato. Existía cierta similitud, pensó, algo que debería de haber reconocido a simple vista, especialmente en los ojos. Así como el color violeta le había llamado la atención inmediatamente, ahora que estaba más cerca de ella descubrió en los ojos de Miley una pincelada azul celeste en la parte más externa del iris que en cierto modo le confería un aire de gentileza. Aunque el retrato intentaba reflejar el color inusual, no lo conseguía.

Miley terminó de relatar la historia y rápidamente se aderezó un mechón rebelde detrás de la oreja. Repetía ese gesto con cierta regularidad. Nick pensó que probablemente era un hábito nervioso, lo cual quería decir que se sentía nerviosa con él, y consideró ese detalle como una buena señal.
Nick carraspeó.
—Por lo que me has contado, debe de ser una mujer fascinante. Me encantaría conocerla.
Miley sonrió complacida, pero en lugar de proseguir, sacudió la cabeza un par de veces.
—Lo siento. Supongo que no debería robarle tanto tiempo. Está aquí por cuestiones de trabajo, y le estoy entreteniendo innecesariamente. —Señaló hacia la sala de los originales con la cabeza—. Será mejor que le enseñe el lugar donde permanecerá encerrado los próximos días.
—¿Crees que será necesario que dedique varios días a la búsqueda de datos?
—Me ha pedido referencias históricas y el artículo, ¿no? Me encantaría poder anunciarle que toda la información está indexada, pero no es así. Siento decirle que le espera una búsqueda bastante tediosa.
—Pero no hay tantos libros que consultar, supongo.
—No se trata sólo de libros, aunque tenemos un sinfín de títulos que le serán muy útiles. Probablemente encontrará parte de la información que busca en los diarios. Me he dedicado a compilar todos los que he podido de la gente que vivió en esta área, y le aseguro que la colección es considerablemente voluminosa. Incluso he conseguido algunos diarios que se remontan al siglo xvii.
—No tendrás por casualidad el de Hettie Doubilet, ¿verdad?
—No, pero tengo dos que pertenecieron a personas que vivían en Watts Landing, e incluso uno de un tipo que se definía a sí mismo como un historiador aficionado local. No obstante, debo avisarle que no puede sacar nada de la biblioteca, y estoy segura de que necesitará bastante tiempo para revisar todo ese material. Prácticamente son ininteligibles.
—Me muero de ganas por empezar —apuntó Nick animado—. Las investigaciones tediosas me entusiasman.
Ella sonrió.
—Estoy segura de que se le da muy bien ese trabajo.
Él esbozó una mueca burlona.
—Pues sí, pero también se me dan bien otras cosas...
—No me cabe la menor duda, señor Jonas.
—Nick —dijo él—. Llámame Nick.
Ella lo observó fijamente.
—No creo que sea una buena idea.
—Oh, es una idea genial, confía en mí.
Ella resopló al tiempo que pensaba que era la clase de tipo que nunca daba el brazo a torcer.
—Es una oferta tentadora —repuso Miley—. De veras, me siento agasajada, pero no obstante, no le conozco lo suficientemente bien como para confiar en usted, señor Jonas.

Nick la observó ensimismado cuando ella le dio la espalda, entonces pensó que no era la primera fémina que intentaba mantener vigente la línea divisoria de la formalidad. Las mujeres que recurrían a la inteligencia para mantener a los hombres a raya solían tener un punto de agresividad, pero no sabía por qué la reacción de ella le transmitía como... como una sensación agradable, carente de malicia. Quizá era su acento sureño, la sonoridad casi musical que confería a las palabras. Probablemente era capaz de convencer a un gato para que atravesara el río a nado.

No, se corrigió a sí mismo, no se trataba meramente del acento. Ni de su inteligencia, que tanto le atraía. Ni siquiera de sus fascinantes ojos y lo atractiva que estaba con esos vaqueros. De acuerdo, cada uno de esos elementos formaba parte de su encanto, pero había algo más. ¿El qué? No la conocía, no sabía nada acerca de ella. Se dio cuenta de que apenas le había contado nada sobre sí misma. Había hablado mucho sobre libros y sobre su madre, pero todavía era una absoluta desconocida.

Nick se sintió invadido por una repentina sensación de desasosiego al darse cuenta de que, aunque estaba allí para redactar ese dichoso artículo sobre fantasmas, preferiría pasar las siguientes horas con Miley en lugar de ponerse a trabajar. Deseaba pasear con ella por el pueblo, o incluso mejor, cenar juntos en un romántico restaurante alejado de Boone Creek, donde pudieran estar solos para conocerse mejor. Esa mujer irradiaba un aura de misterio, y a él le encantaban los misterios. Los misterios siempre culminaban en sorpresas, y mientras la seguía hacia la sala contigua, no pudo evitar pensar que ese viaje al sur se estaba convirtiendo en una experiencia ciertamente interesante.
 

La sala de los originales era pequeña; probablemente había sido una de las habitaciones de la casa solariega. Estaba atravesada por un tabique de madera que dividía la estancia de un extremo al otro. Las paredes estaban pintadas del color beis del desierto, con el borde ribeteado de color blanco, y el suelo de madera estaba un poco desgastado, sin llegar a poder considerarse deteriorado. Por detrás del tabique sobresalían unas prominentes estanterías repletas de libros; en una de las esquinas descansaba una caja con tapa de vidrio que parecía el cofre de un tesoro, con un televisor y un equipo de vídeo al lado, por lo que sin duda la caja debía de contener cintas de vídeo sobre la historia de Carolina del Norte. En el extremo opuesto a la puerta descollaba un antiguo secreter de tapa deslizable emplazado debajo de una ventana. Justo a la derecha de Nick había una mesita con una máquina de microfichas. Miley se dirigió hacia el secreter, abrió el cajón inferior y luego regresó con una cajita de cartón.

Depositó la caja en la mesita, hojeó rápidamente las láminas transparentes y extrajo una. Inclinándose hacia él, encendió la máquina y colocó la transparencia encima, moviéndola delicadamente hasta que la transparencia quedó totalmente centrada. Nick pudo oler la dulce fragancia de su perfume, y un momento después, el artículo aparecía delante de él.
—Puede empezar con esto —lo invitó ella—. Mientras tanto iré buscando más material que pueda serle útil.
—Qué rapidez —dijo él.
—No ha sido difícil. Se publicó el día en que nací.
—Así que tienes veintiséis años, ¿no?
—Más o menos. Bueno, voy a ver qué encuentro.
Miley se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta.
—¿Veinticinco?
—Se acerca, señor Jonas. Pero no me apetece jugar.
Él soltó una carcajada. Definitivamente, iba a ser una semana muy interesante.

Nick puso toda su atención en el artículo y empezó a leer. Estaba escrito del modo que suponía: cargado de superchería y de frases sensacionalistas, con suficiente altanería como para sugerir que todo el mundo que vivía en Boone Creek era plenamente consciente de que el lugar era sumamente especial.
No obtuvo demasiada información nueva. El artículo cubría la leyenda original, narrándola prácticamente del mismo modo que Doris lo había hecho, con algunas ligeras variaciones. En el artículo, Hettie fue a ver a los comisionados del condado en lugar de al alcalde, y era oriunda de Luisiana, y no del Caribe. Lo más llamativo era que lanzó la maldición justo delante de la puerta del Ayuntamiento, lo que provocó enormes disturbios, y por ese motivo fue encarcelada. Cuando los guardias fueron a soltarla a la mañana siguiente, descubrieron que se había esfumado como por arte de magia. Después de ese incidente, el sheriff se negó a arrestarla de nuevo, porque temía que también maldijera a su familia. Pero todas las leyendas eran similares: historias que habían pasado de boca en boca y que habían sufrido ciertas alteraciones con el fin de hacerlas más sugestivas. Y tenía que admitir que la parte relativa a la desaparición de Hettie por arte de magia era interesante. Debería descubrir si realmente la habían arrestado y si se había escapado.

Nick echó un vistazo por encima del hombro. Todavía no había señales de Miley.

Volvió a clavar la mirada en la pantalla y se preguntó si podría obtener más información de la que Doris le había contado acerca de Boone Creek. Movió la lámina de cristal que mantenía la microficha inmóvil, y empezó a escudriñar el nuevo artículo que acababa de aparecer ante sus ojos. Las cuatro páginas contenían las noticias de por lo menos una semana —el periódico salía cada martes—, y rápidamente se puso al día de todo lo que pasaba en el pueblo. Esos artículos locales eran francamente divertidos, a menos que uno quisiera saber lo que pasaba en el resto del mundo o deseara leer noticias con el suficiente interés como para mantener los ojos abiertos. Leyó la historia acerca de un joven que había pintado la fachada del edificio de la asociación de los Veteranos de Guerras en el Extranjero para lograr el derecho a convertirse en un Eagle Scout, un reportaje sobre la nueva tintorería que acababan de inaugurar en Main Street, y un resumen de una reunión local en la que el punto más destacado del orden del día había sido decidir si colocaban o no una señal de stop en Leary Point Road. La portada de dos días seguidos estaba dedicada a un accidente de tráfico, en el que dos habitantes de la localidad habían sufrido heridas leves.

Se arrellanó en la silla.

Así que el pueblo era tal y como lo había imaginado: adormilado y tranquilo y especial en el sentido de las pequeñas comunidades, nada más que eso. Era la clase de lugar que continuaba existiendo más por la fuerza de la costumbre que por una cualidad específica y única, y que en las siguientes décadas empezaría a descomponerse poco a poco, cuando los jóvenes se marcharan y sólo quedara la gente mayor. Allí no había futuro, no a largo plazo.
—¿Qué tal va la lectura sobre nuestro bonito pueblo? —preguntó ella.
Nick dio un respingo, sorprendido al no haberla oído mientras se le acercaba por detrás, y sintiéndose extrañamente melancólico a causa de la crítica situación que atravesaba el pueblo.
—Perfecto. Y debo admitir que es francamente interesante. Hay que tener agallas para hacer lo que hizo ese Eagle Scout.
—Jimmie Telson —apuntó ella—. La verdad es que es un muchacho encantador, muy correcto y un extraordinario jugador de baloncesto. Lo pasó muy mal cuando su padre murió el año pasado; sin embargo, no dejó de realizar sus obras sociales en la comunidad, aunque ahora combina esa labor con su trabajo a media jornada en Pete's Pizza. Estamos muy orgullosos de él.
—Ese mozalbete me ha impresionado.
«Ya, seguro», pensó ella al tiempo que sonreía.
—Aquí tiene —dijo Miley, dejando una pila de libros delante de él—. Supongo que con esto tendrá suficiente para empezar.
Nick examinó la docena de títulos.
—Creí que habías dicho que podría empezar por los diarios. Estos libros son sobre historia general.
—Lo sé, pero supongo que querrá familiarizarse con el pueblo, ¿no?
Nick se quedó pensativo unos instantes.
—Sí, supongo que es lo más adecuado —admitió finalmente.
—Bien. —Miley se arremangó la manga del jersey con aire ausente—. Ah, y he encontrado un libro sobre historias de fantasmas que quizá le interese. Contiene un capítulo sobre Cedar Creek.
—Fantástico.
—Ahora lo dejaré tranquilo para que pueda empezar. Volveré de aquí a un rato para ver si necesita algo más.
—¿No te quedas conmigo?
—No, ya se lo he dicho antes, estoy bastante ocupada. Puede quedarse aquí o sentarse en una de las mesas del área principal. Aunque preferiría que no sacara los libros de esta planta. No prestamos estas obras tan singulares.
—Entiendo —repuso él.
—Y ahora, si me disculpa, señor Jonas, me voy a trabajar. Recuerde que aunque la biblioteca está abierta hasta las siete, la sala de los originales cierra a las cinco.
—¿Incluso para los amigos?
—No, mis amigos se pueden quedar todo el tiempo que quieran.
—Entonces, ¿nos vemos a las siete?
—No, señor Jonas, nos vemos a las cinco.

Nick se echó a reír.
—Quizá mañana me permitas quedarme hasta más tarde.
Ella enarcó una ceja sin contestar, y acto seguido se dirigió hacia la puerta.
—¿Miley?
—¿Sí? —dijo al tiempo que se daba la vuelta.
—Gracias por tu inestimable ayuda.
Ella le ofreció una deliciosa sonrisa inocente.
—No hay de qué.
 

Nick se pasó las siguientes dos horas examinando con detenimiento la información referente al pueblo. Revisó los libros página por página, fijándose en las fotografías y leyendo las secciones que consideraba apropiadas.

Gran parte de la información cubría los primeros tiempos de la historia de la localidad, y se dedicó a anotar los comentarios que consideraba relevantes en el bloc de notas que tenía a mano. Obviamente, en ese momento no estaba seguro de qué datos eran más relevantes; todavía era demasiado pronto para saberlo, y por ese motivo pronto llenó un par de páginas con sus anotaciones.

Por su experiencia había aprendido que la mejor forma de analizar una historia como ésa era empezar por lo que sabía, así que... ¿qué era lo que sabía? Que el cementerio había estado en activo durante más de un siglo sin ninguna prueba de las luces misteriosas. Que las luces aparecieron por primera vez hacía cien años, y que desde entonces se podían ver con considerable frecuencia, pero sólo cuando había niebla. Que mucha gente las había visto, así que no era posible que fueran fruto de la imaginación de unos pocos iluminados. Y por último, que en esos momentos el cementerio se estaba hundiendo.

Después de un par de horas de trabajo intensivo, todavía no tenía claro por dónde empezar. Como en la mayoría de misterios, la historia parecía un rompecabezas con muchas piezas dispares. La leyenda, tanto si Hettie había lanzado la maldición sobre el pueblo como si no, era esencialmente un intento de unir algunas piezas con el fin de obtener una explicación comprensible. Pero puesto que la leyenda contenía en su base determinados datos falsos, eso significaba que no se estaban teniendo en consideración algunas piezas —fueran cuales fuesen—; lo cual, obviamente, quería decir que Miley estaba en lo cierto. Tendría que leerlo todo para no perder ningún detalle importante.

De hecho, ésa era la parte que más le gustaba. La búsqueda de la verdad resultaba a menudo más divertida que el acto de escribir la conclusión definitiva, y por eso Nick se concentró absolutamente en la labor. Descubrió que Boone Creek fue fundado en 1729, por lo que era una de las localidades más antiguas del estado, y que durante mucho tiempo no fue nada más que una diminuta aldea mercantil asentada en la confluencia del río Pamlico y del afluente Boone. Más tarde, en ese mismo siglo, se convirtió en un puerto de pequeña envergadura dentro del sistema de transporte fluvial, y el uso de los barcos de vapor a mediados del siglo xix aceleró el auge del pueblo. Hacia finales del siglo xix, la fiebre del ferrocarril llegó hasta Carolina del Norte, y entonces talaron infinidad de bosques y excavaron canteras. De nuevo el pueblo sufrió cambios debido a su emplazamiento, que lo convertía en una puerta de acceso a la zona conocida como la Barrera de Islas. Después de ese período, la localidad creció en consonancia con la economía del resto del estado, aunque la población se mantuvo estable después de 1930. En los censos más recientes, la población del condado había disminuido, lo cual no sorprendió a Nick en absoluto.

También leyó la sección sobre el cementerio en el libro de historias de fantasmas. En esa versión, Hettie maldijo el pueblo, no porque hubieran trasladado los muertos del cementerio, sino por el percance que se originó al negarse a ceder el paso a la esposa de uno de los comisionados que se acercaba en dirección opuesta. Se escapó del arresto porque todos la consideraban una figura casi espiritual en Watts Landing, pero unos cuantos elementos racistas de la localidad decidieron tomarse la justicia por sus propias manos y provocaron grandes destrozos en el cementerio de los negros. Indignada, Hettie maldijo el cementerio de Cedar Creek y juró que sus antepasados trincharían los campos del cementerio hasta que la tierra acabara por engullirlo.

Nick se acomodó en la silla, pensativo. Tres versiones completamente distintas de esencialmente la misma leyenda. Se preguntó qué quería decir.
Lo más curioso era que el escritor del libro —un tal A. J. Morrison— había añadido una apostilla en cursiva afirmando que el cementerio de Cedar Creek ya había empezado a hundirse. Según los estudios realizados, el cementerio se había hundido aproximadamente unos tres palmos. El autor no ofrecía ninguna explicación del fenómeno.

Nick buscó la fecha de publicación. El libro había sido escrito en 1954, y por el aspecto que tenía el cementerio en la actualidad, supuso que se había hundido por lo menos otro metro desde entonces. Garabateó una nota para acordarse de buscar estudios sobre los terrenos del cementerio en ese período y también más recientes. Sin embargo, mientras iba asimilando la información, no podía evitar mirar de vez en cuando hacia la puerta por encima del hombro, para ver si Miley regresaba.
 

Mientras tanto, en el campo de golf del pueblo, el alcalde se hallaba en el fairway del tee del hoyo 14, con el móvil pegado a la oreja y con un porte de estar sumamente interesado en lo que un interlocutor le estaba contando. La cobertura era francamente mala en esa parte del país, y el alcalde se preguntó si alzando su hierro cinco por encima de la cabeza canalizaría mejor el mensaje.
—¿Y dices que estaba en el Herbs? ¿Hoy al mediodía? ¿Has dicho Primetime Live?
Asintió, fingiendo no ver cómo su amigo, que a su vez fingía buscar dónde había ido a parar la pelota que acababa de lanzar, apartaba la pelota con el pie de detrás de un árbol hasta colocarla en una posición más conveniente.
—¡La encontré! —exclamó el sujeto, y empezó a prepararse para el siguiente lanzamiento.

El amigo del alcalde hacía esa clase de cosas todo el tiempo, lo que francamente no molestaba demasiado al alcalde, ya que él habría hecho exactamente lo mismo. De otro modo no habría sido posible mantener la holgura de sus tres hándicaps.
Entretanto, mientras su interlocutor terminaba de relatarle el chisme, su amigo lanzó la pelota entre los árboles otra vez.
—¡Maldita sea! —gritó. El alcalde no le hizo caso.
—Vaya, vaya, qué interesante —profirió el alcalde mientras empezaba a maquinar un sinfín de posibilidades—. Me alegro de que me hayas llamado. Cuídate mucho, sí, adiós.
Cerró la tapa del móvil justo en el instante en que su amigo se acercaba a él.
—Espero que tenga más suerte la próxima vez.
—Yo no me preocuparía demasiado —dijo el alcalde, todavía pensando en los últimos eventos que habían tenido lugar en la localidad—. De todos modos, seguro que acabarás colocando la pelota donde te dé la gana.
—¿Con quién hablabas?
—Con el destino —anunció—, y si jugamos bien esta partida, puede que sea definitivamente nuestra salvación.
 

Dos horas más tarde, justo cuando el sol comenzaba a ocultarse detrás de las copas de los árboles y las sombras empezaban a propagarse a través de la ventana, Miley asomó la cabeza por la sala de los originales.
—¿Qué tal? ¿Cómo va?
Nick la miró por encima del hombro y sonrió. Se separó de la mesa y se pasó la mano por el pelo.
—Muy bien; estoy aprendiendo bastantes cosas.
—¿Ha dado con la respuesta mágica?
—No, pero me estoy acercando; lo presiento.
Ella entró en la estancia.
—Me alegro, pero tal y como le indiqué antes, suelo cerrar esta sección a las cinco para poder hacerme cargo del numeroso grupo de personas que viene a la biblioteca después de la jornada laboral.
Nick se levantó de la silla.
—No te preocupes; de todos modos empiezo a sentirme un poco cansado. Ha sido un día muy largo.
—¿Volverá mañana por la mañana?
—Sí, eso es lo que pensaba hacer. ¿Por qué?
—Bueno, normalmente coloco todos los libros en las estanterías al final del día.
—¿Te importaría hacer una excepción con esta pila de libros por el momento? Seguramente tendré que volver a consultarlos prácticamente todos.
Miley se quedó pensativa unos instantes.
—De acuerdo, supongo que por una vez no pasa nada. Pero que conste que si no aparece mañana a primera hora, pensaré que es usted un caradura.
Nick alzó la cabeza con aire solemne.
—Te prometo que no te fallaré. No soy de esa clase de hombres.

Ella esbozó una mueca de fastidio al tiempo que pensaba: «Eso es lo que dicen todos». No obstante, tenía que admitir que el tipo era perseverante.
—Estoy segura de que eso es lo que les cuenta a todas las chicas, señor Jonas.
—No —aclaró él, inclinándose hacia la mesa—. Lo cierto es que soy un hombre muy tímido, casi un ermitaño, de verdad. Apenas salgo de casa.
Ella se encogió de hombros.
—Si usted lo dice... Como periodista de la gran ciudad, suponía que debía de ser el típico mujeriego.
—¿Y eso te molesta?
—No.
—Mejor, porque, como ya debes de saber, las apariencias a veces engañan.
—Oh, ya me había dado cuenta.
—¿Ah, sí?
—Sí —repuso ella—. Cuando le vi por primera vez en el cementerio, pensé que se disponía a asistir a un entierro.

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Hi :3 Soñé con que el Blogger no me publicaba bien & me desperté aterrada! D: OKNO xD Las amo :P Este cap. lo amo ya que BUENO ya saben xq ;) LOL & ya saben qué es lo más importante, so...

Hace unos días vi en una librería este libro en inglés con la portada original & ASDFGHJKL lo amé :'D igual su continuación :') hahaha pero no lo compré... soy pobre & no tengo dinero e.e okno LOL es que el dinero que tengo lo usaré con Raiza para comprar BATTERY PARK CITY! & luego le quitaremos el PARK, lo dejaremos en BATTERY CITY. Conquistaremos toda Manhattan & luego la isla de Manhattan se llamará "Planetary (GO!)" & será el hogar de todos los Killjoys del mundo (? PS: MCR nos afecta.

Cuenta regresiva: 10 DÍAS! :'D & 7 para el mío e.e' como sea... hahaha ayer hace 5 años se estrenó el primer episodio de Hannah Montana en Disney Latinoamérica & desde entonces soy Smiler <3 OHSIII. :D Awn. <3 :') So many memories... Ayer creo tmb fue el cumple de Jackie.. no lo sé ._. Si fue así, HAPPY BIRTHDAY! :D ;)

Las amo mucho <3 bye. NUNCA DEJEN DE CREER! :D atte: AIMiller / Nicky AB.

4 comentarios:

  1. esta genial hahah me encanta nick xd haciendose el lindo con miley, me encanta sadhjkadha
    6 dias!!!! y para Miley 9!!! omg esta tan grande :') parecia ayer cuando era mas joven y awwwwwwwwww era novia de nick :'c bueno xd me gusto mucho el capitulo :D sube pronto! adios tqm c:

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  2. waaaa!
    estaaa genial esta historia anyy!!!!
    kiiero el siguiente jeje!
    chiiik ameee el capi! jajaja
    auch! que coketin que nos salio del nickin! jajaja
    mmm entonces chik!
    kuidathe mucho0o!!!
    te kiierooop! jeje xD

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  3. Me encanto!!!! :D
    Nick esta de coqueto <3 jajajaja quiero ver otro pronto,amo esta historia!!!

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  4. aaaaaaaaaaaaaaaaaaa me encanto e verdad sube pronto sube ok bye cuídate

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