lunes, 5 de diciembre de 2011

True Believer - Chapter 7

Nick se pasó el resto de la mañana encorvado sobre una pila de libros y los dos artículos que Miley había encontrado. El primero, escrito en 1958 por un profesor de folclore de la Universidad de Carolina del Norte y publicado en el Journal of the South, parecía haber sido concebido como una respuesta al relato de la leyenda por parte de A. J. Morrison. El artículo citaba algunas frases del trabajo de Morrison, resumía la leyenda y narraba la visita del profesor al cementerio durante más de una semana seguida. En cuatro de esas noches, había presenciado las luces. Por lo menos, el autor se había esforzado en intentar hallar la causa: se había dedicado a contar el número de casas en el área circundante (dieciocho en total, a un kilómetro y medio a la redonda del cementerio, y, sorprendentemente, ninguna en Riker's Hill) y también había anotado el número de coches que pasaron durante los dos minutos siguientes a la aparición de las luces. En dos casos, la diferencia de tiempo resultó inferior a un minuto. En los otros dos casos, no obstante, no pasó ni un solo coche, lo cual parecía eliminar la posibilidad de que los faros de los automóviles pudieran ser el origen de los «fantasmas».

El segundo artículo sólo era un poco más informativo. Publicado en 1969 en un número de Coastal Carolina, una revista de escasa difusión que acabó por desaparecer en 1980, el artículo hacía hincapié en el hecho de que el cementerio se estaba hundiendo, así como en los desperfectos consecuentes. El autor también mencionaba la leyenda y la proximidad a Riker's Hill, y si bien él no había visto las luces —había visitado el cementerio durante los meses de verano—, se apoyaba en los relatos de algunos testigos para especular sobre un número de posibilidades, en las que Nick ya había pensado.

La primera era la descomposición de la vegetación, que a veces provoca unas pequeñas llamaradas y unos vapores conocidos como gases de las ciénagas. En un área costera como ésa, Nick sabía que no podía descartar esa idea por completo, aunque pensaba que era poco probable, puesto que las luces surgían en noches frías y con niebla. También podían ser «luces de terremotos», es decir, cargas atmosféricas eléctricas generadas por el movimiento y la fricción de las rocas en las profundidades de la corteza terrestre. También hacía referencia a la teoría de los faros de los coches, igual que a la idea de la refracción de la luz estelar y la del destello fosforescente emitido por determinados hongos en un bosque en descomposición. El autor citaba las algas, que también podían brillar de forma fosforescente, e incluso mencionaba la posibilidad del efecto de Novaya Zemlya, una isla en la que los rayos de luz se curvan a causa de las capas adyacentes de aire a diferentes temperaturas, por lo que parecen brillar. Y, como posibilidad final, concluía que podía ser el fuego de San Telmo, que son pequeñas chispas o descargas eléctricas que saltan de los objetos punzantes y metálicos cuando se avecinan tormentas.

En resumidas cuentas, el autor decía que podía ser cualquier cosa.

A pesar de que los artículos no ofrecían conclusiones concisas, por lo menos ayudaron a Nick a aclarar sus propias ideas. En su opinión, las luces estaban relacionadas con algún fenómeno geográfico. La colina de detrás del cementerio parecía ser el punto más elevado en cualquier dirección, y el hundimiento del cementerio hacía que la niebla fuera más densa en esa área en particular. Todo eso significaba luz refractada o reflejada.

Sólo necesitaba concretar el origen, y para ello tenía que averiguar cuándo aparecieron las luces por primera vez. Y no de un modo aproximado, sino la fecha exacta, para poder determinar qué sucedía en el pueblo en ese momento: si pasaba por una fase de cambios determinantes —un nuevo proyecto de construcción, una nueva fábrica, o algo en esa línea—, entonces posiblemente podría hallar la causa. O si pudiera ver las luces —lo cual de momento descartaba—, su trabajo podría ser aún más sencillo. Si surgían a media noche, por ejemplo, y en ese momento no pasaba ningún coche, podría inspeccionar la zona, examinando la ubicación de las casas habitadas que difundían luz por las ventanas, la proximidad de la carretera, o incluso el tráfico fluvial. Las barcas constituían una posibilidad, si éstas eran lo suficientemente grandes.

Por segunda vez volvió a repasar la pila de libros. Tomó notas adicionales sobre los cambios que el pueblo había experimentado a lo largo de los años, poniendo un énfasis especial en los cambios acontecidos a finales de siglo.

Mientras transcurrían las horas, la lista aumentaba. A principios del siglo xx hubo un bum inmobiliario que duró desde 1907 hasta 1914, y durante ese período la parte norte del pueblo creció considerablemente. El pequeño puerto sufrió una ampliación en 1910, luego otra en 1916, y una última en 1922; combinado con las canteras y las minas de fósforo, la excavación en la zona se hizo extensiva. La línea del ferrocarril se empezó a construir en 1898 y continuó expandiéndose por varias áreas del condado hasta 1912. En 1904 tendieron un puente de caballetes de madera sobre el río, y desde 1908 hasta 1915 edificaron tres grandes fábricas: un molino textil, una mina de fósforo y una fábrica de papel. De las tres, sólo la fábrica de papel continuaba operativo —el molino textil había cerrado sus puertas cuatro años antes, y la mina lo hizo en 1987—, así que eso parecía eliminar las otras dos fábricas como posibilidades.

Revisó los datos de nuevo para confirmar que eran correctos, y volvió a apilar los libros para que Miley pudiera colocarlos en las estanterías pertinentes. Se acomodó en la silla, estiró los brazos y las piernas entumecidas y echó un vistazo al reloj. Ya casi era mediodía. Pensó que había aprovechado bien las horas y miró de soslayo hacia la puerta entreabierta a sus espaldas.

Miley no había regresado para ver cómo le iba. En cierto modo le gustaba el hecho de no saber exactamente a qué atenerse con ella, y por un momento deseó que ella viviera en Nueva York o en algún lugar cercano. Habría sido interesante ver por qué cauce habrían discurrido sus vidas si se hubieran cruzado en la ciudad. Un momento más tarde, Miley apareció en la puerta.
—Hola, ¿qué tal va? —saludó ella. Nick se dio la vuelta.
—Muy bien, gracias. Ella se puso la chaqueta y dijo:
—Voy a buscar algo para comer, y me preguntaba si querrías que te trajera algo.
—¿Vas al Herbs? —preguntó Nick.
—No. Si esta mañana has pensado que había demasiada gente a la hora del desayuno, tendrías que ver cómo se llena el local al mediodía. Pero puedo comprarte algo en la tienda de comida preparada de vuelta a la biblioteca.
Él dudó sólo un instante.
—Mira, ¿qué te parece si voy contigo a comer? Me irá bien estirar las piernas. Me he pasado toda la mañana aquí encerrado, así que me apetece cambiar de aire. Quizá podrías enseñarme un poco el pueblo. —Hizo una pausa—. Si te parece bien, por supuesto.

Miley estuvo a punto de decir que no, pero entonces se acordó de las palabras de Doris, y sus pensamientos se nublaron.

«Muchas gracias por meter las narices en mi vida, Doris», pensó Miley. A pesar de que su intuición le hacía decantarse por rechazar la oferta, acabó aceptando.
—De acuerdo. Pero sólo dispongo de una hora para comer, así que dudo que te sirva de mucho.
Nick pareció tan sorprendido como ella ante su respuesta positiva. Se puso de pie y la siguió hasta la puerta.
—No te preocupes; con cualquier cosa estaré más que satisfecho —repuso él—. Así podré empezar a completar los interrogantes que tengo por el momento. Creo que es importante saber lo que sucede en un lugar como éste.
—¿Te refieres a nuestro pueblucho?
—Nunca he dicho que sea un pueblucho.
—Ya, pero es lo que piensas. En cambio, yo amo este lugar.
—Lo supongo, ¿por qué si no vivirías aquí?
—Porque no es Nueva York, por ejemplo.
—¿Has estado allí?
—Viví en Manhatan, en el 69 West.
Nick casi dio un traspié.
—¡Pero si eso está sólo a escasas manzanas de donde yo vivo!
Ella sonrió.
—El mundo es un pañuelo, ¿eh?
Nick caminó apresuradamente intentando no perder el paso mientras se aproximaban a las escaleras.
—Me estás tomando el pelo, ¿verdad?
—No —contestó ella—. Viví allí con mi novio durante casi mi año. Él trabajaba en Morgan Stanley, y yo estaba de interina en la biblioteca de la Universidad de Nueva York.
—No puedo creerlo...
—¿El qué? ¿Que viviera en Nueva York o que me marchara de allí? ¿O que viviera cerca de ti? ¿O que viviera con mi novio?
—Todo... O nada. No estoy seguro.
Estaba intentando imaginarse a la bibliotecaria de esa pequeña localidad viviendo en su barrio. Al darse cuenta de la expresión de su cara, Miley se echó a reír.
—Igualito a los demás, ¿lo sabías? —soltó ella.
—¿A quién te refieres?
—A los orgullosos urbanitas de Nueva York. Os pasáis la vida creyendo que no existe otro lugar más especial en el mundo entero, y que ningún otro lugar vale la pena.
—Tienes razón —admitió Nick—. Pero eso es porque el resto del mundo no puede hacerle sombra a esa maravilla de ciudad.

Miley lo miró fijamente, con una mueca de disgusto que transmitía claramente el siguiente mensaje: «No has dicho lo que creo haber oído, ¿verdad?».

Él se encogió de hombros, con expresión inocente.
—Quiero decir que Greenleaf Cottages no se puede comparar exactamente al Four Seasons o al Plaza, ¿no te parece? Vamos, incluso tú tienes que admitirlo.

Ella no respondió. Lo miró con desdén y aceleró el paso. En ese momento estuvo segura de que Doris se había equivocado.

Nick se sentía incómodo, pero no quería dar el brazo a torcer.
—Vamos, admítelo. Sabes que tengo razón.
Justo entonces llegaron a la puerta de la entrada de la biblioteca, y él se adelantó para abrirla y cederle el paso a Miley. Detrás de ellos, la anciana que hacía las veces de conserje los observaba atentamente. Miley mantuvo la boca cerrada hasta que estuvieron fuera del edificio, entonces se volvió hacia él y profirió:
—Para que te enteres, la gente no vive en hoteles, sino en comunidades —espetó—. Y eso es lo que tenemos aquí: una comunidad donde la gente se conoce y se ayuda; donde los niños pueden jugar en la calle incluso cuando cae la noche, sin temor a que un desconocido les haga daño.

Nick levantó los brazos, en actitud defensiva.
—Oye, no me malinterpretes. Me encantan las comunidades. Precisamente yo crecí en un sitio parecido. Conocía a cada familia del vecindario porque esa gente había vivido allí durante muchos años. Algunos aún siguen viviendo en el barrio. Créeme, sé perfectamente lo importante que es sentirse parte de una comunidad, y lo importante que es que los padres sepan lo que hacen sus hijos a todas horas y con quién salen. Así me crié yo. Estuviéramos donde estuviésemos, los vecinos nos tenían a todos los niños controlados. Lo que quiero decir es que también es posible encontrar esa clase de comunidades en Nueva York, según donde vivas, claro. El barrio en el que vivo ahora no es precisamente un buen ejemplo de comunidad; está abarrotado de gente joven a la que básicamente sólo le interesa trabajar hasta horarios intempestivos para optar a un futuro mejor. Pero pásate un día por Park Slope en Brooklyn o Astoria en Queens y verás los parques llenos de pandillas de críos, jugando a baloncesto o a fútbol, o haciendo prácticamente las mismas cosas que hacen los niños aquí.
—Ya, como si alguna vez te hubieras parado a pensar en esa clase de cosas.
Un segundo después, Miley se arrepintió de haber pronunciado las palabras con ese tono tan cargado de rabia. Nick, en cambio, no parecía molesto.
—Pues sí que pienso en esas cosas —respondió él impávidamente—. Y créeme, si tuviera hijos, no viviría donde vivo ahora. Tengo una pila de sobrinos en la ciudad, y cada uno de ellos vive en un barrio lleno de otros niños y de gente que se preocupa por ellos. Esos barrios se parecen mucho a este lugar en más de un aspecto.

Miley no dijo nada, preguntándose si él le estaba contando la verdad.
—Mira —continuó Nick con un tono amistoso—. No intento iniciar una disputa contigo. Simplemente digo que los niños pueden criarse como es debido en cualquier lugar, siempre y cuando los padres se preocupen por ellos. No creo que las pequeñas poblaciones ostenten el monopolio de los valores positivos. Seguramente, si analizáramos a cada uno de los niños de Boone Creek con más detenimiento, encontraríamos a unos cuantos problemáticos, también aquí. Los niños siguen siendo niños, vivan donde vivan. —Sonrió, intentando demostrar que no se había ofendido por lo que ella le había dicho—. Y además, tampoco estoy seguro de por qué hemos acabado hablando sobre niños. A partir de ahora, te prometo que no volveré a sacar el tema. Lo único que intentaba expresar era mi sorpresa al saber que habías vivido en Nueva York, a tan sólo escasas manzanas de mi casa. —Hizo una pausa—. ¿Hacemos las paces?
Miley lo miró con insistencia antes de acabar soltando el aire apresado en sus pulmones. Quizá tenía razón. No, sabía que Nick tenía razón. Y debía admitir que era ella la que había iniciado la bronca. Pero ¿por qué demonios lo había presionado tanto? A lo mejor porque, a veces, los pensamientos nublados pueden provocar esa clase de reacciones en cualquiera.
—De acuerdo —proclamó finalmente—, pero con una condición.
—¿Cuál?
—Que tú conduzcas. He venido sin coche.
Nick pareció aliviado.
—A ver si encuentro las llaves.
 

Ninguno de los dos tenía demasiado apetito, así que Miley lo llevó hasta una pequeña tienda de comestibles, de la que salieron unos minutos más tarde con una caja de galletas saladas, varias piezas de fruta, diversos tipos de queso, y dos botellas de Snapple.
En el coche, Miley depositó la comida a sus pies:
—¿Hay algo en particular que te gustaría ver? —preguntó Miley.
—Riker's Hill. ¿Existe alguna carretera que conduzca hasta la cima?
Ella asintió.
—Bueno, no es un camino en buen estado, que digamos. Es la pista que originalmente utilizaba la gente para transportar troncos, pero ahora sólo la usan los cazadores. Está llena de socavones, por lo que no sé si quieres subir con tu coche.
—No me importa; es de alquiler. Y además, ya me estoy acostumbrando a las malas carreteras que hay por aquí.
—Muy bien, pero luego no digas que no te he avisado.

Ninguno de los dos habló demasiado mientras se alejaban del pueblo, dejaban atrás el cementerio de Cedar Creek y cruzaban un pequeño puente. La carretera se empezó a estrechar hasta formar una fina línea entre los arbustos cada vez más espesos. El cielo azul había dado paso a un cielo gris enmarañado, que le recordó a Nick las tardes invernales de un lugar a lo lejos, más al norte. Esporádicamente, una bandada de estorninos levantaba el vuelo cuando pasaba el coche, moviéndose al unísono como si estuvieran todos atados a una misma cuerda.

Miley se sentía incómoda con tanto silencio, así que empezó a describir el área: proyectos sobre urbanizaciones que jamás habían llegado a fructificar, nombres de algunas especies de árboles, Cedar Creek cuando lo avistaron a través de la espesa vegetación. Riker's Hill emergió de repente por el flanco izquierdo, con aspecto lóbrego y tenebroso, bajo la luz apagada en el cielo.

Nick había llegado hasta ese mismo punto el día anterior, después de su visita al cementerio, pero había dado media vuelta porque creyó que el camino no llevaba a ninguna parte. Sin embargo, un minuto más tarde, ella le indicó que girara en la siguiente intersección, por una pista que parecía enfilar hacia la parte posterior de Riker's Hill. Miley se inclinó hacia delante y miró con atención a través del parabrisas.
—El desvío está un poco más arriba —explicó—, así que será mejor que vayas más despacio.
Nick aminoró la marcha, y mientras ella continuaba con la mirada fija en el camino, él se dedicó a observarla de reojo, fijándose en la pequeña arruga vertical que se le formaba entre las cejas.
—Por aquí —anunció ella, señalando con el dedo.
Miley estaba en lo cierto: no se podía decir que eso fuera precisamente un camino en buen estado. La estrecha pista estaba llena de cantos rodados, y las raíces de árboles y arbustos habían reventado la superficie. Era similar a la entrada de Greenleaf, pero aún peor. Dejaron atrás la pista principal, y el coche empezó a dar saltitos y a andar a trompicones. Nick aminoró la marcha todavía más.
—¿Las tierras de Riker's Hill pertenecen al Estado?
Ella asintió.
—Las compraron a una de las grandes compañías de madera (Weyerhaeuser o Georgia-Pacific o algo parecido) cuando yo era pequeña. Parte de nuestra historia local, ya sabes, pero no es un parque ni nada por el estilo. Creo que hace tiempo tenían planes para convertirlo en un campin, pero al final no han hecho nada.

Los pinos se condensaron a medida que la pista se estrechaba, pero el camino pareció mejorar cuando avanzaron más hacia la cumbre, siguiendo una pauta casi en zigzag. A cada momento se cruzaban con otras pistas forestales, que Nick dedujo que eran las que usaban los cazadores.

Al cabo, los árboles empezaron a dispersarse y pudieron divisar un pedazo más amplio del cielo. Cuando ya estaban muy cerca de la cima, la vegetación se hizo más ligera, hasta que finalmente llegó a desaparecer casi por completo. Docenas de árboles habían quedado reducidas drásticamente a la mitad, y menos de un tercio de los que se habían salvado de la tala indiscriminada estaban todavía vivos. La inclinación del tramo final de la ladera se hizo menos pronunciada, hasta que llegaron a una superficie plana en el último tramo hasta la cima. Nick aparcó el coche a un lado de la pista. Miley le hizo una señal para que apagara el motor, y los dos salieron del auto.

Miley cruzó los brazos mientras caminaban. El aire parecía más fresco allí arriba; la brisa, más invernal. El cielo también parecía estar más cerca de ellos. Las nubes ya no tenían rasgos monótonos, sino que ahora se retorcían en formas distintivas. Más abajo se podía ver el pueblo, con sus tejados formando una malla contigua, encumbrados a lo largo de calles rectas, una de las cuales conducía directamente hasta el cementerio de Cedar Creek. Justo en los confines del pueblo, el viejo río salobre se asemejaba a una sinuosa barra de hierro. Nick avistó el puente sobre la carretera y también el puente de caballetes por el que pasaba el tren, mientras un halcón de cola roja planeaba en círculos sobre sus cabezas. Fijó la vista con más atención en un punto determinado hasta que distinguió la diminuta silueta de la biblioteca, y luego el enclave donde se asentaba Greenleaf, aunque los búngalos se confundían con la vegetación difuminada.
—Qué vista más espectacular —acertó a decir finalmente.
Miley señaló hacia uno de los extremos del pueblo.
—¿Ves esa casita de allí, la que está cerca del estanque? Ahí vivo yo. ¿Y esa otra más alejada? Es la casa de Doris. Allí es donde crecí. A veces, cuando era una niña, miraba hacia la colina e imaginaba que me veía a mí misma, contemplándome desde aquí arriba.
Nick sonrió. La brisa jugueteaba con el pelo de Miley mientras ella continuaba exteriorizando sus pensamientos.
—Mis amigos y yo solíamos venir aquí y nos quedábamos mucho rato cuando teníamos quince años. Durante los meses de verano, el calor hace que las luces de las casas titilen, casi con tanta intensidad como las estrellas. Y las luciérnagas... Bueno, en junio hay tantas que prácticamente parece que haya otro pueblo en el cielo. Aunque todo el mundo conoce este lugar tan especial, no suele estar muy concurrido. Así que era el punto de reunión de la pandilla, un lugar que podíamos compartir sin que nadie nos molestara.

De pronto dejó de hablar, manifiestamente incómoda y nerviosa; aunque el motivo de su nerviosismo sólo lo supiera ella.
—Recuerdo un día que se esperaba una fuerte tormenta. Mis amigos y yo convencimos a uno de los muchachos para que nos subiera aquí con su tractor, uno de esos remolcadores de oruga que podría trepar por el Gran Cañón si se lo propusiera. Nuestra intención era presenciar el espectáculo de relámpagos desde este sitio privilegiado, sin pararnos a pensar que nos colocábamos en el punto más alto de la zona. Al principio nos pareció impresionante. El cielo entero se iluminó cuando empezaron a caer los relámpagos, a veces con unos destellos sesgados, otras con unas luces destellantes. Animados, nos pusimos a contar en voz alta hasta el estruendo del siguiente trueno, ya sabes, eso que se hace para calcular a qué distancia queda la tormenta. Pero en cuestión de segundos, y sin que nos diera tiempo a reaccionar, el aguacero se nos echó encima. El viento empezó a soplar con tanta virulencia que el tractor no paraba de tambalearse, y la cortina de lluvia era tan tupida que no veíamos nada. Entonces los relámpagos empezaron a caer con una furia desmedida sobre los árboles cercanos; unas gigantescas descargas provenientes del cielo, tan cerca de nosotros que incluso podíamos notar cómo temblaba la tierra bajo nuestros pies con cada impacto. Todavía puedo ver la imagen espeluznante de las copas de los pinos estallando, como bolas chispeantes.

Mientras Miley relataba la historia, Nick se dedicaba a observarla. Era la primera vez que explicaba tantas cosas sobre sí misma desde que se habían conocido, e intentó imaginársela a los quince años. ¿Cómo era cuando iba al instituto? ¿Una de las animadoras populares? ¿O una de esas empollonas que se pasaban todas las horas metidas en la biblioteca? «¡Qué más da!», se dijo; al fin y al cabo no era más que agua pasada. ¿A quién le importaba lo que había sucedido en el instituto? Sin embargo, incluso ahora, cuando Miley continuaba perdida en sus memorias, a él se le hacía imposible figurársela a esa temprana edad.
—Supongo que estabas aterrorizada —apuntó Nick—. Un rayo puede estar a cincuenta mil grados centígrados de temperatura, ¿lo sabías? Es decir, diez veces más candente que la superficie del sol.
Ella sonrió, sorprendida.
—No, no lo sabía. Pero tienes razón. Me parece que jamás he estado tan aterrorizada en toda mi vida.
—¿Y qué sucedió?
—Bueno, llegó un momento en que la tormenta tocó a su fin, como sucede siempre. Y cuando nos hubimos recuperado de la gran impresión, regresamos al pueblo. Pero recuerdo que Demi me agarró de la mano con tanta fuerza que me dejó las uñas marcadas.
—¿Demi? ¿No te referirás a la camarera del Herbs?
—Sí, la misma. —Se cruzó nuevamente de brazos y lo miró con curiosidad—. ¿Por qué? ¿Ha intentado ligar contigo a la hora del desayuno?

Nick empezó a balancearse, apoyando todo el peso de su cuerpo de un pie a otro alternativamente.
—Hombre, tampoco lo definiría de ese modo. Digamos que... me ha parecido una chica bastante lanzada.
Miley se echó a reír.
—No me sorprende. Demi es... Bueno, Demi es así. Es una de mis mejores amigas desde la infancia, y sigo considerándola como una hermana. Supongo que siempre sentiré el mismo aprecio por ella. Pero después de marcharme a la universidad y luego a Nueva York... No sé cómo explicarlo... Cuando regresé, ya nada volvió a ser igual. Algo había cambiado. No me malinterpretes; es una chica formidable y divertidísima, y no tiene ni un pelo de tonta, pero...
Se detuvo unos instantes, como buscando las palabras adecuadas. Nick la observó con atención.
—¿Veis la vida de una manera distinta, quizá? —sugirió él.
Ella suspiró.
—Sí, supongo que sí.
—Me parece que eso nos pasa a todos cuando nos hacemos mayores —respondió Nick—. Descubrimos nuestra propia identidad y lo que queremos, y entonces nos damos cuenta de que la gente que conocemos desde la infancia no interpreta las cosas del mismo modo. Y por eso, aunque recordemos los viejos tiempos con nostalgia, nuestras vidas toman sendas muy diferentes. Es perfectamente normal.
—Lo sé. Pero en un pueblo de pequeñas dimensiones, estas cosas se notan mucho más. Queda tan poca gente de veintiséis años, e incluso menos que esté soltera... Realmente es como un mundo reducido.
Él asintió antes de esbozar una sonrisa.
—Así que tienes treinta años...
De repente Miley se acordó de que él había intentado averiguar su edad el día anterior.
—Sí —confirmó sintiéndose abrumada—. Supongo que me hago mayor.
—O que todavía eres joven, según cómo se mire —argumentó él—. Mira, cuando me deprimo al pensar en la edad, me pongo mis pantalones más bajos de tiro, me subo los calzoncillos basta el ombligo para que se vean, me coloco la gorra de béisbol con la visera echada hacia atrás, y salgo a pasear por algunas galerías comerciales mientras escucho música rap.

Miley soltó una risita al imaginárselo con esa pinta. A pesar de que el aire era cada vez más fresco, se sintió arropada, como tonificada; aunque pareciera extraño, tuvo que admitir que se sentía a gusto con él. Todavía no estaba segura de si le gustaba —más bien tenía la impresión de que no— y por un momento intentó hacer un esfuerzo por reconciliar los dos sentimientos, lo que obviamente quería decir que era mejor evitar esa cuestión por completo. Puso un dedo sobre la barbilla.
—Ya me lo imagino, vaya pinta. Me parece que le das mucha importancia al estilo personal.
—Así es. Pero ayer me fijé en que nadie se mostró impresionado por mi atuendo, incluida tú.
Ella se echó a reír y, en el silencio reconfortante, lo observó tranquilamente.
—Supongo que tendrás que viajar mucho por tu trabajo, ¿no?
—Unas cuatro o cinco veces al año, y cada viaje dura un par de semanas.
—¿Habías estado antes en un pueblo tan pequeño como este?
—No —respondió él—. Cada lugar tiene su propio encanto, pero puedo decir con toda franqueza que jamás había visitado un lugar como éste. ¿Y tú? ¿Has estado en algún otro sitio, además de en Nueva York?
—Estudié en la Universidad de Carolina del Norte, en Chapel Hill, y pasé bastante tiempo en Raleigh. También estuve en Charlotte un día, cuando estudiaba en el instituto. El equipo de futbol local se convirtió en el campeón del estado cuando yo estudiaba el último año, así que nadie en el pueblo quiso perderse la final. Montamos una larguísima caravana de hasta casi cuatro millas. ¡Ah! ¡Y se me olvidaba! En Washington DC, en una excursión cuando era pequeña. Pero jamás he salido de Estados Unidos.
Mientras hablaba, era plenamente consciente de lo aburrida que debía de parecerle su vida a Nick, pero éste, como si le leyera el pensamiento, esbozó una cálida sonrisa.
—Te gustaría Europa. Las catedrales, los pueblos pintorescos, los bares y las plazas bulliciosas de los pueblos y de las ciudades. El estilo de vida relajado... Por tu forma de ser, segura que te sentirías como pez en el agua allí.

Miley sonrió. Qué agradable pensamiento, pero... Ese era el problema. Siempre había un pero. La vida mostraba una desagradable tendencia a acotar las oportunidades exóticas. Viajar por placer a lugares lejanos no era una realidad al alcance de la mayoría de la gente, incluida ella. No podía convencer a Doris para que la acompañara, ni tampoco podía tomarse demasiados días libres de la biblioteca. De todos modos, ¿por qué diantre le estaba contando él toda esa película? ¿Para mostrarle que era más cosmopolita que ella? Miley ya sabía eso de antemano; no hacía falta una exhibición tan desconsiderada.

No obstante, mientras intentaba digerir esos pensamientos, otra vocecita se interpuso en su monólogo mental, una voz que le decía que Nick sólo intentaba elogiarla, decirle que sabía que ella era diferente, más mundana de lo que parecía, y que por eso podía encajar en cualquier sitio sin ningún problema.
—Siempre he querido viajar —admitió finalmente, intentando sortear las voces contradictorias en su cabeza—. Debe de ser fantástico, si uno puede permitírselo, claro.
—Sí, a veces es maravilloso. Pero lo creas o no, lo que más me atrae es conocer a gente. Y cuando recuerdo los lugares donde he estado, a menudo veo caras en lugar de monumentos.
—Hablas como un verdadero sentimental —aseveró ella mientras pensaba: «Señor Jonas, es usted difícil de resistir. Mujeriego, romántico y altruista, viajero pero a la vez enamorado de su ciudad natal, mundano pero consciente de las cosas que realmente valen la pena en esta vida. Seguro que no importa adonde vaya o a quién conozca; no me cabe la menor duda de que tiene una habilidad innata para hacer que los demás, especialmente las mujeres, se sientan a gusto con usted». Lo cual, por supuesto, la llevaba directamente a aceptar la primera impresión que había tenido de él.
—Quizá sí que soy un sentimental —dijo Nick, sin apartar los ojos de ella.
—¿Sabes lo que más me gustaba de Nueva York? —dijo Miley cambiando de tema.
Él la miró con curiosidad.
—La sensación de que siempre pasaba algo en esa ciudad. A todas horas había gente caminando a un ritmo frenético por las aceras, y las calles estaban plagadas de taxis, sin importar la hora que fuera. Siempre había algún lugar adonde ir, algo que ver, un nuevo restaurante que probar. Era excitante, especialmente para alguien como yo, que se había criado en un pueblo pequeño; vaya, casi tan excitante como ir a Marte.
—¿Por qué no te quedaste?
—Supongo que podría haberlo hecho. Pero no era el lugar más idóneo para mí. Al principio tenía una buena razón para estar allí. Me fui con mi novio.
—Ah —dijo Nick—. Así que lo seguiste hasta Nueva York.

Ella asintió con la cabeza.
—Nos conocimos en la universidad. Parecía tan..., no lo sé..., tan perfecto, supongo. Era de Greensboro. Provenía de una buena familia y era sumamente inteligente. Y muy guapo, también; tan guapo como para conseguir que cualquier mujer ignorara sus mejores instintos y cayera rendida a sus pies. Se interpuso en mi camino, y al día siguiente me encontré siguiéndolo a ciegas hasta la gran ciudad, sin poder evitarlo.
—¿De veras era tan especial? —Nick sonrió socarronamente.
Miley también sonrió maliciosamente. A los hombres no les gustaba oír halagos sobre otros hombres, especialmente si éstos habían mantenido una relación formal con la mujer que les interesaba.
—Todo fue viento en popa durante el primer año. Incluso habíamos decidido casarnos. —Miley pareció perderse en sus pensamientos, luego entornó los ojos y soltó un suspiro antes de proseguir—. Obtuve una plaza de interina en la biblioteca de la Universidad de Nueva York, y Avery encontró trabajo en Wall Street; hasta que un día me lo encontré en la cama con una de sus compañeras de trabajo. Fue un golpe muy duro, pero me di cuenta de que no era el tipo que yo esperaba, así que hice las maletas y regresé. Desde entonces no lo he vuelto a ver.
La brisa empezó a soplar con más fuerza, con un lento y prolongado silbido.
—¿Tienes hambre? —le preguntó ella, intentando cambar de tema nuevamente—. Aunque estoy a gusto aquí, charlando contigo, creo que será mejor que coma algo. Si estoy hambrienta, suelo ponerme verdaderamente insoportable.
—La verdad es que yo también me muero de hambre —repuso él.

Regresaron al coche y se repartieron la comida. Nick abrió la caja de galletas saladas. Sentado en el asiento del conductor, se dio cuenta de que la vista que tenían delante no era nada especial, así que puso el motor en marcha y maniobró por la explanada hasta que encaró el coche hacia la fabulosa panorámica del pueblo; entonces apagó el motor.
—Así que volviste a Boone Creek y te pusiste a trabajar de bibliotecaria y...
—Así es —constató ella—. Eso es lo que he estado haciendo durante los últimos siete años.
Nick hizo sus cuentas y calculó que Miley debía de tener treinta y un años.
—¿Has tenido algún otro novio desde entonces? —inquirió.
Miley rompió un trozo de queso de la cajita de cartón que sostenía entre sus piernas y lo puso sobre una galleta salada. No sabía si contestar, pero entonces pensó que tampoco pasaba nada por contar parte de su vida a un desconocido. Después de todo, él se marcharía del pueblo en un par de días.
—Sí. He tenido algún que otro novio. —Le habló del abogado, del médico, y por último de Joe Miller; pero no mencionó al señor sabelotodo.
—Fantástico, ¿no? Por lo que cuentas, parece que eres feliz —dedujo él.
—Lo soy —aseveró ella rápidamente—. ¿Tú no?
—La mayor parte del tiempo sí, aunque de vez en cuando me entra alguna neura repentina, pero creo que eso es normal.
—¿Y es entonces cuando te pones tus pantalones caídos?
—Exactamente —respondió él con una sonrisa. Tomó un puñado de galletas saladas, los dejó en equilibrio sobre una de sus piernas y empezó a colocar trozos de queso sobre cada uno de ellos. Levantó la vista, con aire serio—. ¿Te molesta si te hago una pregunta personal? No tienes que contestar, si no quieres. No me sentiré humillado, de verdad. Pero es que siento una enorme curiosidad por algo que has dicho antes.
—¿Te refieres a algo más personal que preguntarme sobre mis ex novios?
Nick puso cara de ingenuo, y ella tuvo una visión repentina de cómo debía de ser cuando era un chiquillo: con la carita delgada y tersa, con el flequillo cortado en línea recta, con una camiseta y unos vaqueros sucios de tanto jugar en la calle.
—Adelante.
Nick clavó la vista en su cajita de cartón con fruta mientras hablaba, como si le diera vergüenza mirarla a los ojos.
—Antes me has señalado la casa de tu abuela, y has dicho que te criaste allí.
Miley asintió. Se había preguntado cuánto tardaría en hacerle esa pregunta.
—Así es.
—¿Por qué?

Miley desvió la vista hacia la ventana, y por unos instantes buscó un punto de la carretera que conducía hasta los confines del pueblo. Cuando lo avistó, empezó a hablar sosegadamente.
—Mis padres volvían de Buxton, una pequeña localidad en la que tenían una casita en la playa. Está en la zona de la Barrera de Islas, y es el pueblo que eligieron para casarse. Resulta bastante difícil llegar hasta allí desde Boone Creek, pero mi madre aseguraba que era el lugar más bello del mundo, así que mi padre compró una barca para que no tuvieran que usar el transbordador cada vez que quisieran ir. Era su lugar preferido, donde se escapaban juntos siempre que podían. Desde el porche se divisa una magnífica panorámica, con un bonito faro incluido. De vez en cuando yo también me refugio allí, igual que hacían ellos, cuando necesito desconectar de todo y de todos.
En sus labios se esbozó una finísima sonrisa antes de continuar.
—Una noche, de regreso a casa, mis padres estaban cansados. Aún se necesita un par de horas para hacer el trayecto sin el transbordador. Todos creen que en el camino de vuelta mi padre se quedó dormido mientras conducía y el coche se precipitó por el puente. Cuando la policía halló el coche y logró sacarlo del agua a la mañana siguiente, los dos habían muerto.

Nick se quedó mudo durante unos momentos que parecieron eternos.
—Qué terrible —acertó a balbucear finalmente—. ¿Cuántos años tenías?
—Dos. Ese día me había quedado a dormir en casa de mi abuela, y al día siguiente, ella se fue al hospital con mi abuelo. Cuando regresaron, me explicaron que a partir de entonces viviría con ellos. Y así fue. Pero es extraño; quiero decir, sabía lo que había pasado, pero nunca me llegó a parecer particularmente real. No tuve la impresión de que me faltara nada en la infancia. Para mí, mis abuelos eran como los padres de los demás chicos, salvo que yo me dirigía a ellos por el nombre de pila. —Sonrió—. Fue idea de ellos, por si te interesa. Supongo que no querían que a partir de ese momento los viera como mis abuelos, porque tenían que encargarse de criarme, pero tampoco eran mis padres. Cuando terminó, lo miró con serenidad, y se fijó en la forma en que sus hombros parecían llenar el jersey por completo, casi de un modo perfecto. También se fijó en el hoyuelo de la barbilla.
—Ahora me toca a mí hacer preguntas —anunció ella—. Yo ya he hablado demasiado, y estoy segura de que mi vida debe de ser muy aburrida, comparada con la tuya. No me refiero a la trágica historia de mis padres, claro, sino al hecho de vivir aquí.
—Te equivocas. Tu vida no es nada aburrida. Es interesante. Es como cuando lees un libro nuevo, y sientes una agradable sorpresa cuando pasas la página y descubres algo inesperado.
—Bonita metáfora.
—Pensé que sabrías apreciarla.
—¿Y qué hay de ti? ¿Por qué decidiste convertirte en periodista?

Durante los siguientes minutos, Nick le relató sus años escolares, sus planes para convertirse en profesor, y el giro en su vida que le había llevado hasta ese punto.
—¿Y dices que tienes cinco hermanos?
Él asintió.
—Todos más mayores que yo. Soy el bebé de la familia.
—No sé por qué, pero me cuesta creer que tengas hermanos.
—¿Ah, sí?
—Das la impresión de ser el típico hijo único.
Nick sacudió la cabeza lentamente.
—Qué pena que no hayas heredado los poderes adivinadores del resto de tu familia.

Miley sonrió antes de volver a desviar la mirada. En la distancia, un grupo de halcones de cola roja planeaba en círculos sobre el pueblo. Miley apoyó la mano sobre la ventana, sintiendo el cristal frío en su piel.
—Doscientas cuarenta y siete —anunció ella.
Él la miró desconcertado.
—¿Cómo?
—Es el número de mujeres que han ido a ver a Doris para averiguar el sexo de sus bebés. Siempre había alguna embarazada sentada en la cocina de casa, hablando con mi abuela. Y es curioso, incluso ahora puedo recordar que pensaba que todas ellas tenían algo similar: el fulgor en sus ojos, la piel tersa y brillante, y ese nerviosismo genuino. Es verdad lo que cuentan las viejas parteras de que las embarazadas tienen un brillo especial, y recuerdo cuando pensaba que quería parecerme a esas mujeres cuando fuera mayor. Doris se pasaba un buen rato departiendo con ellas para asegurarse de que realmente querían saber el sexo de su bebé; acto seguido, las cogía de la mano y se quedaba totalmente en silencio. Las embarazadas tampoco decían nada, y unos minutos más tarde, ella proclamaba la noticia. —Soltó un suspiro—. Y siempre acertaba. Doscientas cuarenta y siete mujeres fueron a visitarla, y ella acertó doscientas cuarenta y siete veces. Mi abuela tiene los nombres de todas ellas escritos en una libreta, junto con toda clase de detalles, incluidas las fechas de sus visitas. Puedes echarle un vistazo si quieres. Todavía guarda la libreta en la cocina.

Nick se limitó a mirarla fijamente. Pensó que estadísticamente eso era imposible. Alguien que había forzado los límites de lo que podía ser cierto, y que lo había conseguido por chiripa. Y esa libreta sólo debía de contener los datos de las mujeres con las que había acertado.
—Sé lo que estás pensando —dijo ella—. Pero puedes contrastar los datos con el hospital, o directamente con las mujeres. Y puedes preguntarle a quién quieras, para ver si se equivocó alguna vez. Y descubrirás que jamás se equivocó. Incluso los doctores de la localidad te dirán que mi abuela tenía un don especial.
—¿No se te ocurrió pensar que quizá conocía a la persona que realizaba las ecografías?
—Imposible —insistió ella.
—¿Cómo puedes estar tan segura?
—Porque cuando la tecnología finalmente llegó al pueblo, dejó de hacer esas predicciones. Entonces ya no había ninguna razón para que la gente continuara consultando esa clase de cuestiones con ella, porque ya podían ver una imagen de su bebé con sus propios ojos. Poco a poco las mujeres dejaron de ir a casa de Doris, hasta que al final las visitas cesaron casi por completo. Ahora quizá sólo recibe una o dos visitas al año, normalmente de campesinas que no tienen ningún seguro médico. Supongo que se podría decir que hoy día la gente ya no precisa de sus servicios.
—¿Y qué me dices del don de averiguar dónde hay agua?
—Lo mismo —respondió impasible—. No hay demasiada demanda por aquí para alguien con sus habilidades. La sección más meridional del condado se asienta sobre una gran reserva de agua. Pero cuando Doris era una niña, en Cobb County en Georgia, que es donde se crió, muchos granjeros iban a verla para solicitarle ayuda, especialmente durante los meses de sequía. Y aunque no tenía más de ocho o nueve años, siempre encontraba agua.
—Vaya, qué interesante —dijo Nick.
—Me parece que todavía no me crees.
Nick cambió de posición en el asiento.
—Debe de haber una explicación lógica. Siempre la hay.
—¿No crees en ningún tipo de magia?
—No.
—Qué pena —repuso ella—. Porque a veces es real como la vida misma.
Nick sonrió.
—Quién sabe. Igual descubro algo y cambio de parecer mientras estoy aquí.
Ella también sonrió.
—Eso ya ha empezado a pasarte. Lo único es que eres demasiado cabezota como para aceptarlo.
 

Después de dar buena cuenta de toda la comida, Nick puso en marcha el motor y descendieron de Riker's Hill a trompicones, con las ruedas delanteras a punto de hundirse en cada bache profundo. La suspensión hacía el mismo ruido que un colchón de muelles viejo, y cuando llegaron al pie de la montaña, Nick exhibía unos nudillos completamente blancos y tensos sobre el volante.
Siguieron la misma carretera del camino de ida. Al pasar por delante del cementerio de Cedar Creek, Nick no pudo evitar desviar la vista hacia la cima de Riker's Hill. A pesar de la distancia, pudo distinguir el lugar exacto donde habían aparcado.
—¿Nos queda tiempo para ver un par de sitios más? Me encantaría dar una vuelta por el puerto, la fábrica de papel, y quizás el puente de caballetes por donde pasa el tren.
—Tenemos tiempo —afirmó ella—. Siempre y cuando no nos demoremos demasiado. Los tres sitios se encuentran en la misma zona.

Diez minutos más tarde, siguiendo las indicaciones de Miley, Nick aparcaba nuevamente el coche. Se hallaban en uno de los recodos del pueblo, a un par de manzanas del Herbs y cerca del paseo marítimo paralelo al discurrir del río. El río Pamlico, de cerca de un kilómetro y medio de ancho, fluía enfurecido, con la corriente formando numerosos remolinos de espuma blanca mientras se precipitaba río abajo. En la otra orilla, cerca del puente de caballetes, la fábrica de papel —una imponente estructura— escupía nubes de humo por sus inhóspitas chimeneas.

Nick aprovechó para estirar las piernas y los brazos cuando se apeó del coche; en cambio, Miley se estremeció e intentó hacer frente al notable cambio de temperatura cruzando los brazos.
—¿Hace más frío o es sólo mi imaginación? —preguntó desconcertada, con las mejillas sonrosadas.
—Es cierto; empieza a refrescar —confirmó él—. Parece que hace más frío aquí que en la cima de la montaña, aunque quizá sólo sea que notamos más la diferencia de temperatura porque en el coche había puesto la calefacción.

Nick aceleró el paso para no quedarse rezagado cuando ella emprendió la marcha por encima del paseo entarimado. Al cabo de un rato, Miley empezó a caminar más despacio y finalmente se detuvo y se apoyó en la barandilla mientras Nick observaba el puente de caballetes. Quedaba suspendido encima del río, a una gran altura para permitir el paso de los barcos; estaba construido con vigas entrecruzadas, lo que le confería un aspecto de puente colgante.
—Igual querías verlo desde más cerca —comentó ella—. Si tuviéramos más tiempo, te llevaría al otro lado del río, hasta el molino, aunque creo que desde aquí gozas de una vista privilegiada. —Señaló hacia el otro extremo del pueblo—. El puerto queda allí, cerca de la carretera principal. ¿Ves los veleros amarrados?
Nick asintió. No sabía por qué, pero se había imaginado que el lugar sería más impresionante.
—¿Los barcos grandes pueden atracar en el puerto?
—Creo que sí. A veces es posible ver algunos yates imponentes de New Bern.
—¿Y las gabarras?
—Supongo que también. El río está dragado para permitir el tránsito de esas grandes embarcaciones que transportan troncos de madera, pero normalmente atracan en el extremo más alejado. Mira. —Señaló hacia lo que parecía ser una pequeña cueva—. Allí hay un par, cargadas con troncos.

Nick desvió la vista hacia donde ella le indicaba, y después se fue volviendo lentamente, intentando coordinar diferentes puntos. Con Riker's Hill a lo lejos, el puente de caballetes y la fábrica parecían perfectamente alineados. ¿Coincidencia? ¿O acaso era un dato irrelevante? Observó fijamente la fábrica de papel, pensando si la parte superior de las chimeneas se iluminaba por la noche. Tendría que confirmar ese detalle.
—¿Y todos los troncos se trasportan en esas barcazas, o también recurren al ferrocarril?
—Pues la verdad es que no lo sé, pero seguro que no nos costará demasiado averiguarlo.
—¿Sabes cuántos trenes usan el puente de caballetes?
—No estoy segura. A veces oigo el silbido por la noche, y más de una vez he tenido que detenerme en el cruce del pueblo para dejar pasar a uno, aunque no puedo confirmarte el número preciso de trenes. Sé que realizan muchos viajes hasta el molino, que es donde se detienen.

Nick asintió con la cabeza y volvió a observar el puente de caballetes con porte pensativo.

Miley sonrió.
—Sé lo que estás pensando. Piensas que quizá la luz de los trenes emite destellos cuando pasa por encima del puente y eso es lo que origina las luces, ¿no es cierto?
—Sí, es una posibilidad que se me ha pasado por la cabeza.
—Pues no. Ese no es el motivo —anunció ella, sacudiendo la cabeza repetidas veces.
—¿Estás segura?
—Por la noche todos los trenes se dirigen hacia el enorme patio de la fábrica de papel, para que puedan cargarlos a la mañana siguiente. Así que la luz de la locomotora brilla en dirección opuesta, lejos de Riker's Hill.
Nick consideró la explicación mientras se apoyaba en la barandilla al lado de ella. El viento azotaba su melena, aportándole un aspecto desaliñado. Miley escondió las manos en los bolsillos de la chaqueta.
—¿Sabes qué? Entiendo perfectamente por qué te sientes tan orgullosa de haberte criado en este lugar —declaró él.

Ella se dio la vuelta para apoyarse de espaldas a la barandilla y clavó la vista en la calle principal del pueblo, con sus pequeñas tiendas pulidas y adornadas con banderas americanas, con su barbería, con su pequeño parque situado al final del paseo entarimado.
La acera estaba transitada por personas que entraban y salían de los establecimientos, trajinando bolsas. A pesar del aire fresco invernal, nadie parecía llevar prisa.
—Bueno, tengo que admitir que en cierta manera se parece bastante a Nueva York.
Nick se echó a reír.
—No lo decía por eso. Me refería a que probablemente a mis padres les habría encantado criar a sus hijos en un lugar como éste; con tantas zonas verdes y bosques donde poder jugar, e incluso con un río para bañarse cuando aprieta el calor. Debe de haber sido... idílico.
—Todavía lo es. O al menos eso es lo que algunos pensamos.
—Parece que no abandonarías Boone Creek por nada del mundo.
Miley se quedó pensativa unos instantes.
—Es cierto, aunque me marché para ir a la universidad, y eso es algo que poca gente hace aquí. Es un condado pobre, y el pueblo ha pasado por numerosas penurias desde que cerraron el molino textil y la mina de fósforo. Además, son muchos los padres que no confían en las ventajas que supone el ofrecer a sus hijos una buena educación. A veces resulta duro convencer a los niños de que existen cosas más importantes en la vida que trabajar en la fábrica de papel que hay justo al otro lado del río. Yo vivo aquí porque quiero, porque así lo he elegido. Pero muchas de estas personas simplemente se quedan porque no pueden marcharse.
—Eso sucede en todas partes. Tampoco ninguno de mis hermanos fue a la universidad, así que siempre he sido el bicho raro de la familia, sólo porque me gustaba estudiar. Mis padres son de la clase obrera y toda su vida han vivido en Queens. Mi padre era conductor de autobuses; se pasó cuarenta años de su vida sentado detrás del volante hasta que finalmente se retiró.

Miley parecía interesada.
—Vaya, es curioso. Ayer pensaba que eras el típico tipo que se había criado en el Upper East Side. Ya sabes, con porteros que te saludan por tu nombre, escuelas privadas carísimas, ágapes diarios consistentes en cinco platos, un mayordomo que anuncia las visitas...
Nick se estremeció con cara de horror.
—Primero me dices que pensabas que era hijo único, y ahora me sueltas eso. Estoy empezando a pensar que me tomas por un remilgado insoportable.
—No, remilgado no, tan sólo...
—No sigas, por favor —la atajó levantando la mano—. Prefiero no saberlo, especialmente porque no es verdad.
—¿Cómo sabes qué es lo que iba a decir?
—Porque ya veo por dónde vas, y tengo la certeza de que no dirás nada positivo sobre mí.
Las comisuras de la boca de Miley apuntaron hacia arriba sutilmente.
—Lo siento. No hablaba en serio.
—No te creo —contestó él con una sonrisa afable. A continuación se dio la vuelta para apoyarse también de espaldas a la barandilla, y la brisa lo golpeó en plena cara—. Pero no te preocupes; no me lo tomaré como algo personal, porque te aseguro que no soy ningún ricacho malcriado.
—No, eres un periodista objetivo.
—Exactamente.
—Aunque te niegas a mantener una actitud abierta sobre cualquier tema que tenga matices misteriosos.
—Exactamente.
Miley soltó una carcajada.
—¿Y qué hay acerca de la supuesta aura de misterio que envuelve a las mujeres? ¿Tampoco crees en eso?
—Oh, sé que es verdad —proclamó, pensando en ella en particular—. Pero no es como creer en una fusión fría.
—¿Por qué?
—Porque las mujeres son un misterio subjetivo, no objetivo. Es imposible medir nada respecto a ellas de un modo científico, aunque tengo que admitir que es cierto que existen diferencias genéticas entre los dos géneros. Los hombres sólo tildan a las mujeres de misteriosas porque no se dan cuenta de que ellos ven el mundo de una forma diferente a como lo ven ellas.
—¿De veras?
—Claro que sí. Es una cuestión que se remonta a la evolución de la especie y a las formas más convenientes de conservarla.
—¿Y tú eres un experto en la materia?
—Tengo ciertos conocimientos en esa área, sí.
—Así pues, ¿también te consideras un experto en mujeres?
—No, de ningún modo. No te olvides de que soy muy tímido.
—Ya. Y aún quieres que me lo crea.

Nick cruzó los brazos y enarcó una ceja.
—Déjame que lo adivine... Crees que soy incapaz de mantener una relación estable.
Miley lo miró con desdén.
—Más o menos.
Él se echó a reír.
—¿Qué puedo decir? El periodismo de investigación forma parte de un mundo glamuroso, y hay montones de mujeres que desean formar parte de ese mundo.
Ella esbozó una mueca de hastío.
—Vamos, hombre. Ni que fueras un actor de cine o un cantante de una banda de rock. Escribes para Scientific American.¿Y?
—Bueno, aunque sólo sea una chica provinciana, estoy segura de que no es la clase de revista que atraiga a muchas seguidoras femeninas.
Él la miró con aire triunfal.
—Me parece que te contradices.
—Se cree usted muy listo, ¿eh, señor Jonas? —espetó al tiempo que fruncía el ceño.
—Vaya, de nuevo te decantas por el trato formal. ¿Significa eso que estás pensando en retirarme la confianza?
—Quizá —respondió altivamente mientras se arreglaba el pelo detrás de la oreja—. Pero que conste que has sido tú el que ha evitado el tema de que para ser famoso se necesita disponer de un fornido grupo de seguidoras. Mira, todo lo que tienes que hacer es dejarte ver por los sitios de moda y desplegar tus encantos.
—¿Así que crees que soy un tipo encantador?
—Diría que algunas mujeres podrían considerarte un tipo encantador.
—Pero tú no.
—No estamos hablando de mí. Estamos hablando de ti, y ahora estás intentando cambiar de tema otra vez, lo cual significa, probablemente, que tengo razón pero que te niegas a admitirlo.
Nick la contempló con admiración.
—Es usted muy lista, señorita Cyrus.
—Eso es lo que dicen —asintió ella con orgullo.
—Y encantadora —agregó él a continuación.

Miley sonrió y desvió la mirada hacia otro lado. Clavó los ojos en la tarima de madera que había debajo de sus pies, luego miró hacia el pueblo, luego hacia el cielo, y finalmente resopló incómoda. Finalmente decidió no decir nada que sirviera para responder al halago, pero notó que se sonrojaba sin poderlo remediar.

Como si le estuviera leyendo el pensamiento, Nick decidió cambiar de tema rápidamente.
—Tengo una curiosidad: ¿qué opinas sobre todos los acontecimientos que sucederán en el pueblo este fin de semana?
—¿No estarás aquí para sacar tus propias conclusiones? —inquirió Miley.
—Probablemente sí. Pero tengo curiosidad por saber tu opinión.
—¿Dejando de lado el que esos acontecimientos trastornan por completo la vida de mucha gente durante varios días? —se lamentó ella—. Bueno, es... Digamos que en esta época del año es necesario. Pasamos del Día de Acción de Gracias a Navidad en un abrir y cerrar de ojos, y luego no hay nada significativo a celebrar hasta la primavera. Y mientras tanto, los días son fríos y grises y lluviosos... Así que hace bastantes años, los del Ayuntamiento decidieron organizar la «Visita guiada por las casas históricas», y desde entonces se las han apañado para ir añadiendo más actos festivos con la esperanza de poder ofrecer un fin de semana completo a los turistas. Este año le toca el turno al cementerio; el año pasado organizaron el desfile, y el anterior fue el baile en el granero el viernes por la noche. Esas actividades están empezando a engrosar la lista de tradiciones del pueblo, así que prácticamente todos las esperan con muchas ganas. —Lo miró altaneramente—. Aunque te parezca un pueblecito de mala muerte, puedes pasártelo francamente bien aquí.

Nick había seguido toda la explicación con suma atención. Entonces se acordó de la fotografía del baile en un granero que aparecía en el folleto.
—¿Así que organizan un baile? —preguntó, fingiendo no saber nada al respecto.
Miley asintió.
—El viernes por la noche. En el granero de tabaco de Meyer, en medio del pueblo. Es bastante divertido, con una orquesta en directo y toda esa parafernalia. Es la única noche del año en la que el Lookilu está prácticamente vacío.
—Bueno, si me da por ir, supongo que aceptarás bailar conmigo, ¿no?
Ella sonrió antes de lanzarle una mirada casi seductora.
—Mira, hagamos un trato. Si el viernes has hallado la solución al misterio, bailaré contigo.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo —repuso ella—. Pero el trato es que primero tienes que resolver el misterio.
—De acuerdo —aceptó Nick—. ¡Estoy impaciente! Y si me pongo a pensar en el lindy o el fox-trot... —Sacudió la cabeza y soltó un prolongado suspiro—. Bueno, lo único que puedo decir es que espero que estés a mi altura.
—Lo intentaré —dijo Miley entre risas. De repente se puso seria; cruzó los brazos, desvió la vista hacia el sol que intentaba abrirse paso entre la bruma sin éxito y anunció—: Esta noche.
Nick frunció el ceño.
—¿Esta noche qué?
—Verás las luces esta noche, si vas al cementerio.
—¿Cómo lo sabes?
—Se acerca la niebla.
Él siguió su mirada.
—¿Cómo lo sabes? Yo no aprecio nada diferente.
—Mira al otro lado del río, detrás de mí. Las puntas de las chimeneas de la fábrica de papel ya están prácticamente ocultas entre las nubes.
—¡Ya! —soltó él con incredulidad.
—Date la vuelta y mira.

Nick miró hacia atrás por encima del hombro. Entonces volvió a mirar con más atención, estudiando el contorno de la fábrica de papel.
—Tienes razón —confesó.
—Claro.
—Supongo que has mirado de refilón cuando estaba despistado, ¿no?
—No —repuso ella—. Simplemente lo sabía.
—Ah —dijo él—. ¿Otro de esos misterios inexplicables?
Miley se separó de la barandilla.
—Defínelo como quieras. Vamos, se está haciendo tarde y he de regresar a la biblioteca. Dentro de quince minutos tengo una sesión de lectura con los niños.

Mientras regresaban al coche, Nick se fijó en que la cima de Riker's Hill también había quedado oculta. Sonrió, pensando que así lo había adivinado ella. Desde su posición había avistado la niebla en lo alto de la colina y había deducido que también habría niebla al otro lado del río. Trampa, trampa.
—Y bien; puesto que parece que tú también tienes poderes ocultos, ¿cómo puedes estar tan segura de que esta noche se podrán ver las luces? —inquirió él, intentando encubrir su sonrisa burlona.
Miley tardó unos instantes en contestar.
—Porque lo sé —dijo simplemente.
—Entonces supongo que tengo que creerte. ¿Y sugieres que vaya a verlas? —Súbitamente, tras formular la pregunta, se acordó de la cena a la que se suponía que debía asistir y entornó los ojos con aire de fastidio.
—¿Qué pasa? —preguntó ella, desconcertada.
—El alcalde va a organizar una cena con varias personas a las que quiere que conozca; algo parecido a una presentación oficial.
—¿Para ti?
Nick sonrió.
—¿Qué? ¿Impresionada?
—No, sólo sorprendida.
—¿Por qué?
—Porque no me han dicho nada.
—Yo me he enterado esta mañana.
—De todos modos es extraño. Aunque vayas a cenar con el alcalde, no te preocupes por la posibilidad de perderte el espectáculo de las luces. Suelen aparecer bastante tarde, por lo que tendrás tiempo de sobra de verlas.
—¿Estás segura?
—Así es como las vi yo. Era casi medianoche
Nick se detuvo en seco.
—Espera un momento. ¿Tú las has visto? ¿Y por qué no me lo habías dicho?
Ella sonrió.
—No me lo habías preguntado
—Siempre te sales por la tangente con la misma excusa.
—Eso, señor periodista, es porque usted se olvida siempre de preguntar.

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Hola :3 yo creo que el otro cap. es así de asdfghjkl<3 hahahaha I know why ;D & luego será así siempre! jsdkfbhsdjfg okya .-. :P

En unos días o semanas o meses o cuando tenga inspiración .-. voy a publicar el cap. 2 de "Don't You Want Me". Es que no tengo ideas! D: tengo ideas para caps. de más adelante, no para el 2 e.e rara mi vida o.O quiero que sepan (? que ya terminé un libro de Sparks :D lo terminé en 4 días & medio mazo ._. es que tenía sólo 188 páginas :3 & es guay! aunque lloré .-. buee... & hoy supuestamente iba a comenzar con "Cuando te Encuentre" (The Lucky One) de Sparks tmb pero es que la compu... haaaaa <3 es que :3 okya

Así que, bye, las amo & NUNCA DEJEN DE CREER! :D atte: AIMiller / Nicky AB. :3

2 comentarios:

  1. me tarde 20 minutos en leer askjhaskjdsa pero me encanto xd amo los capitulos largos, podria pasarme toda la noche leyendo tus novelas, por eso algun dia tendras que escribir mucho para complacerme? okno .-. adhsakd cuando habra 1313? asdkhaskdas si se que es muy pronto :c pero dejame xd quiero que se besen! que esten juntos y que se quieran! es mucho pedir??? :c sube pronto! :D
    te quiero mucho, cuidate

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  2. una hora pero valio la pena
    me fasino el capis super interesante
    y cuando habra 1313 ajajaj es que somos
    muy pervertidas!!!
    me fasina tu nove
    subi la siguiente rapido plis!!!!

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