domingo, 12 de enero de 2014

Tenías que ser tú - XII



–¿Estás bien? –Preguntó Aaron, media hora después de haber entrado a la habitación con Andrea. Ella estaba volteada, dándole la espalda, cubierta con el cubrecama de Aaron–. Te dije que podíamos parar si querías.
–No, no. Está bien, estoy bien. No pasa nada.
Andrea ya se había puesto la ropa interior, justo después de terminar el acto de amor que habían hecho. Se había volteado después de que Aaron intentara darle un beso en los labios. A pesar de ser ya una mujer casada, se sentía completamente avergonzada de haber iniciado aquello.
Tal vez, si se hubiera controlado…
–Se sintió muy bien. –Dijo, volteándose para ver a Aaron y darle una leve sonrisa–. De verdad. Me gustó bastante.
–¿Qué te pasa?
–Nada. De verdad. Tengo hambre, ¿me harías un sándwich?
–Claro. –Dijo Aaron, levantándose para ir a la cocina y prepararle el sándwich que tanto le gustaba.
Cuando Aaron salió de la habitación, ella se levantó de la cama y comenzó a ponerse la ropa. Estuvo tentada a ponerse la camisa de Aaron, pero pensó que lo más sensato sería ponerse un vestido. En su mochila tenía uno rosado, y un par de flats.
Salió de la recámara, y cuando llegó a la cocina, se percató que Aaron estaba desnudo.
–¡Aaron! ¡Por Dios!
Aaron levantó la vista mientras ella se cubría los ojos con las manos.
–¿Qué pasa?
–¡Ponte algo de ropa!
–Eh… ¿por qué?
–¡Estás completamente desnudo!
–Andrea. –Dijo él, acercándosele, poniéndola más nerviosa–. No veo por qué. Acabamos de hacer el amor y creo que estando yo en mi casa…
–Tuvimos relaciones sexuales. –Dijo Andrea, quitándose la mano de los ojos para verle el rostro, intentando no bajar la mirada–. No hicimos el amor. Tuvimos relaciones sexuales. Es diferente.
–Andrea…
–Por favor, ponte algo. Podremos seguir esta discusión en cuanto te pongas algo.
Aaron regresó a preparar el sándwich, y al terminarlo, se dirigió a la recámara. Regresó a los tres minutos con un pants, una playera (que hacía que sus músculos se vieran mejor) y unos zapatos para estar en casa. Andrea había ya comenzado a comer.
–¿Mejor?
–Mejor. –Dijo Andrea, antes de que él se sentara frente a ella en el desayunador–.
–¿Ya vamos a poder hablar como dos personas normales?
–Sí. –Terminó de comer–. Comienza.
–Bueno, pues antes de que me llamaras vino a visitarme mi ex novia.
–¿En serio?
–Sí. Me preguntó por ti, y le dije que estábamos bastante felices de tener un bebé. Faltan siete meses, ¿verdad?
–Sí… Mira, Aaron… –Comenzó Andrea, sintiéndose completamente ridícula–. No hicimos el amor. Tuvimos relaciones sexuales, ¿sí? No quiero que creas que esto va a pasar todos los días, porque no será así. Comienzo a pensar que no tuve razones para haberlo hecho.
–¿Te arrepientes?
–No… bueno, sí. Un poco, tal vez. Se me cruzó esta loca idea de que podías hacerme sentir cómo había sido mi primera vez ya que no la recuerdo para nada. Se sintió bien, fue genial y todo… pero nada más. No significó mayor cosa para mí. –Mintió, y Aaron hizo un esfuerzo sobrehumano para no mostrarse dolido–. Sabes que te quiero, ¿verdad? Eres mi esposo por el bebé y… somos amigos.
–No voy a estar ahí dispuesto a complacerte cada vez que tengas ganas de saber cómo se siente. –Dijo Aaron, molesto–. No estoy dispuesto a que me uses cuando quieras. Y tal vez esto no haya significado nada para ti, pero sí significó bastante para mí. Eres mi esposa y la madre de mi hijo, ¿crees que no eres nada?
–Aaron…
–Vienes aquí y quieres que tengamos relaciones sexuales –siguió, molesto–, y yo accedo porque honestamente tengo ganas de hacerlo contigo. Después, cuando terminamos, te sientes avergonzada por haberlo hecho a pesar de haber sido tú quien ha comenzado y te volteas en la cama a ponerte tu ropa interior. Finalmente, me sueltas un discurso sobre esto, y me dices que no significó nada para ti. Diablos, Andrea. –Susurró, dolido–. En serio, no sé qué demonios pasa contigo.
Andrea tenía los ojos llenos de lágrimas, porque tampoco sabía qué diablos pasaba con ella. Estaba confundida. Estaba enamorada de un hombre que la quería nada más por ser la madre de su hijo. Confundida respecto a su cuerpo y al terreno sexual que nunca antes había explorado. Temerosa de su futuro como una mujer casada con un hombre que nunca podría quererla. Su cuerpo comenzaría a cambiar y a crecer dentro de poco, y eso la hacía confundirse aún más.
Aaron se dio cuenta de faltaba poco para que comenzara a llorar, y entonces recapacitó.
–Andrea, perdón… –Dijo, tratando de componer las cosas–. No quería lastimarte.
No respondió. Dejó que unas cuantas lágrimas corrieran por sus mejillas.
–Quiero ir a casa. –Susurró, y apartó a Aaron cuando este quiso darle un abrazo–. Estoy mal, Aaron. Estoy confundida y abrumada; no sé qué pensar. Quisiera regresar el tiempo y no haber ido a esa fiesta contigo. No estaríamos teniendo este problema ni esta conversación, y cada uno podría haber ido por caminos diferentes.
–¿Te arrepientes de ser madre? –Preguntó.
–No. ¿Ves? ¡Ni siquiera sé qué diablos quiero, maldita sea! Llévame a casa. –Dijo, y se levantó de golpe para tomar su mochila.
Aaron no tuvo más opción que buscar las llaves del auto.

–*–

¿Cómo podía hacerle entender a Andrea que estaba enamorado de ella otra vez?
Había pasado un mes desde la última vez que lo había intentado. En ese mes, apenas si se habían dirigido la palabra. Incluso se evadían en la universidad. Ese día tocaba la ecografía ya que se cumplían tres meses de embarazo, y Andrea lo había llamado solo para recordárselo. Cuando Aaron le dijo que la pasaría a traer, ella se negó. Seguramente llegaría en autobús.
Las vacaciones comenzarían en un mes, cuando Andrea tuviera cuatro meses. Aaron estaba impaciente por verla y hablarle, aunque ella seguramente querría golpearlo.
Cuando llegó a la clínica, ella ya estaba allí.
Se veía hermosa. Su cabello negro estaba recogido en un moño del mismo color que su vestido verde claro. Tenía flats blancos. Cuando lo vio entrar, sonrió.
–Aaron. –Se levantó de la silla–. Pensé que no vendrías. –Susurró, y se dieron un abrazo.
–No podría faltar, Andrea. No me quiero perder tus ecografías nunca.
–Podemos pasar ahora, no hay nadie. –Dijo, inocentemente–. Solamente te estaba esperando.
–Oh, pues… pasemos.
Ambos entraron al consultorio de la ginecóloga, quien estaba leyendo una revista médica frente a su escritorio.
–Buenos días. –Dijo Andrea.
–Buenos días. –Sonrió la ginecóloga–. Ecografía, ¿verdad?
–Sí. –Dijo Aaron.
–Bueno, cariño, ya sabes qué hacer. –Dijo la ginecóloga, entregándole una bata celeste a Andrea.
Andrea fue al baño, y regresó a los dos minutos con su ropa en las manos. Se recostó en la camilla para que le colocaran un gel celeste sobre su abultado vientre. Aaron estaba a la par de ella, y se percató de lo mucho que había crecido desde la última vez que lo había visto.
–Al parecer, todo va muy bien, chicos. –Dijo la ginecóloga, sonriendo al ver la pantalla negra y gris–. Justo allí está su bebé. Por lo que veo, su peso y su talla están muy bien. Doce semanas, ¿eh?
–Exacto. –Dijo Aaron–. A las dieciséis podremos saber su sexo, ¿verdad?
–Sí.
–Genial. –Dijo Andrea–. Espero que sea una niña.
–Pensé que no te importaba, que solo querías que fuera saludable.
–No estoy en contra de tener un niño, Aaron. Es que simplemente me gustaría que fuera una niña.
–A mí me gustaría un niño, entonces. Así, sus demás hermanitos podrían tener un hermano mayor quien los proteja.
–¿Hermanitos? ¿De qué hermanitos hablas?
–No hagamos esto ahora aquí, ¿está bien?
–¿Qué? ¿Dejaste embarazada a alguien más, Aaron? Realmente no me sorprendería, ya que aquí estoy yo.
Sus palabras cruzaron el corazón de Aaron. Él sabía que ella usaba el sarcasmo como arma defensora, pero eso realmente le había dolido. Bastante.
–No. –Dijo él–. No hay nadie más.
–Me alegro. No quiero que mi hijo le diga “mamá” a otra.
La ginecóloga estaba escuchando, callada. Al terminar la consulta, Aaron fue a dejarla a su apartamento.
–Lo siento. –Dijo Andrea, antes de bajar del auto–. Sé que crucé la línea. No quise herirte.
–Pero lo hiciste, Andrea. Lo hiciste.
–Aaron, de verdad. No quería lastimarte, pero no pude evitarlo.
–¿Qué es lo que tengo que hacer para que te des cuenta que no hay nadie más? Andrea, por Dios. Puede que no sea un santo, pero me tomo bastante en serio mi papel de esposo a pesar de que te la pases evitándome todo el tiempo. Me hiciste ver como un maldito gigoló frente a la doctora.
–Lo siento, ¿sí? Esto es tan difícil para mí como lo es para ti. Ni siquiera me he atrevido a decirle a mi madre que estoy casada, ¿sabes?
–Bueno, pues ya es hora. Seguramente ya se le pasó el enojo.
–Estoy buscando servicios de niñera para que ambos podamos seguir estudiando. No quiero ni puedo interrumpir mis estudios si quiero darle una buena educación y vida a mi hijo.
–Te prometo que terminaré la universidad y conseguiré un ascenso, Andrea. Ten por seguro que a nuestro hijo no le faltará nada. No quiero que lo cuide una desconocida. Quiero que lo cuides tú.
–Bueno, pues, estoy dispuesta a perder tres semestres seguidos por el bebé. No me inscribiré en el semestre que sigue para poder cuidar de mi embarazo. Al otro, para cuidar del bebé y al otro, para seguir cuidando del bebé. Después contrataré a la niñera, aunque realmente no sé cómo diablos voy a poder mantenerlo sin trabajar.
–¿Qué crees? ¿Qué voy a dejar a la madre de mi hijo sola? Por supuesto, tú vivirás conmigo.
–No.
–¿Por qué no?
–No quiero que mi hijo nazca o crezca en ese apartamento.
–Entonces, quieres que viva en el tuyo.
–Sí, por supuesto. Además, Cleo debe de acostumbrarse. Gracias por traerme, Aaron. Nos veremos dentro de un mes para la siguiente ecografía.
Bajó del auto, y subió hasta su apartamento. Aaron la observó desde su posición en el estacionamiento y no le quedó otra más que irse.
Al llegar a casa, decidió que no podía ocultar más sus sentimientos hacia Andrea. Llamó a su padre, quien seguramente estaría descansando junto con su madre, pensando en el nieto que llegaría dentro de poco. Contestó a los tres timbres.
–¿Hola? ¿Papá?
–Hola, hijo. ¿Cómo estás? ¿Cómo está mi nieto?
–Eh… bueno, yo estoy bien y el bebé está bien.
–¿Y la señorita?
–Andrea también está bien. Mira, quisiera hablarte de una cosa…
–¡Claro! Puedes hablarme de lo que quieras.
–¿Está mamá ahí?
–No, está tomando una ducha. ¿Por?
–Es que es algo de hombres.
–Oh, claro, hijo. Dime.
–Bueno… –Aaron suspiró, dejándose caer en el sofá–. Verás. Andrea y yo no somos novios exactamente… Todo comenzó cuando nos reencontramos en la universidad, y la invité a una fiesta. Entonces, como después de la fiesta estábamos ebrios, tuvimos relaciones. Ella quedó embarazada, y ahí fue cuando comenzamos a comportarnos extraños. No nos habíamos visto en bastantes años, y de la nada teníamos que estar juntos. Comenzamos a vernos, y yo… me enamoré. De nuevo. Incluso fuimos a un juzgado y nos casamos, aunque ni siquiera vivimos juntos. No lo sé, papá… no sé cómo darle a entender que la amo, que de verdad quiero ser su esposo. Ella ni siquiera me quiere.
–Si no te quisiera no se habría casado conmigo.
–Se casó conmigo por el bebé, papá. Su madre es demasiado conservadora para aceptar que su hija sea madre soltera o que esté nada más viviendo con el padre del bebé. La amo, papá. Pero ella…
–¿Ella…?
–Ella es una niña malcriada y consentida. Siempre quiere tener la razón, y a veces puede ser una verdadera molestia. Cambia de estado de ánimo y de opinión cada cinco minutos. No sabe lo que quiere, no sabe si me odia o si me ama. Sin embargo, estoy unida a ella por la ley, por el bebé y por el corazón. Mi corazón. ¿Qué puedo hacer?
–Hijo, yo… La verdad es que no sé qué decir.
–No te preocupes, papá.
–Sin embargo, hay algo que sí me queda muy claro. La amas, y sé que en el fondo ella también te ama a ti. Lo vi cuando vinieron a vernos. Yo te recomendaría, hijo, que se lo confesaras. Tal vez estoy en lo cierto y ella te ama también.
–¿Tú crees?
–Sí, hijo.
–Gracias. –Dijo Aaron, y después de despedirse, ambos cortaron. Inmediatamente, marcó el número de Andrea.

–*–

Andrea estaba recostada en la cama de su habitación.
Pensando.
Pensando en su vida. En su madre. En su carrera. En la universidad. En el teatro. En Devonnie. En su bebé. En Aaron.
En ella.
Se sentía tan confundida, y a la vez, tan calmada. Tan segura.
Estaba segura de sus sentimientos hacia Aaron; sin embargo, no sabía si él sentía algo por ella también.
Pero lo amaba tanto, que estaba dispuesta a enamorarlo de ella, así le llevara toda la vida hacerlo.
Colocó una mano sobre su poco abultado vientre de tres meses de embarazo.
La idea de ser madre ya le había dejado de dar miedo. Estaba entusiasmada por saber el sexo del bebé y comenzar a comprar ropa, juguetes, y demás. Quería comenzar a adornar su habitación, comprar su cuna, los móviles, los muebles. Quería sentir cómo su vientre crecía (está bien, ya lo estaba sintiendo) hasta llegar a ser enorme. Quería ir a sus citas con la ginecóloga y obstetra para ser informada de todo en cuanto a su bebé. Quería verlo nacer y crecer, y que fuera un niño feliz con una familia feliz y normal. Quería darle todo lo que pudiera, consentirlo bastante, pero no demasiado como para que fuera un niño rebelde y malcriado. Quería que el bebé se relacionara con los animales, y llevarlo al zoológico cuando pudiera.
Y quería hacer todo eso junto a Aaron.
No le cabían dudas.
Y entonces, su teléfono sonó.
Casi saltó de la cama por el ruido, pero cuando vio en el identificador de llamadas el nombre de Aaron, sonrió.
–¿Hola? ¿Aaron?
–Hola, Andrea.
–¿Pasa algo?
Por su tono de voz, estaba un poco preocupado.
–No, no pasa nada. ¿No podríamos platicar un rato aquí, en mi casa?
–Claro, Aaron. Voy para allá en un dos por tres.
–No. –Dijo Aaron, pensándolo mejor–. Iré yo para allá, así no tendrás que tomar el autobús. ¿Sí?
–Claro. –Sonrió–. Te estaré esperando.
–Está bien.
Colgó.
Y Andrea esperó.
Veinte minutos luego, Aaron tocó a su puerta. Andrea le abrió, y se quedó muda al ver lo guapo que estaba. Tenía unos vaqueros negros y una camisa de cuadros, con unos zapatos negros formales. Sonrieron, y él pasó a la casa.
Ella seguía con su vestido verde claro, pero ahora tenía un suéter rosa.
–Tengo que hablar contigo. –Dijo Aaron, mientras Andrea cerraba la puerta tras de sí–. Y es algo que probablemente no vas a creer. Sin embargo, es demasiado importante como para hacerlo esperar.

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