domingo, 12 de enero de 2014

Tenías que ser tú - XIII - FINAL



–Yo también quiero hablar contigo. –Susurró Andrea, justo cuando Aaron se le acercó y le tomó el rostro entre las manos, para darle un beso.
Fue uno de los mejores besos de sus vidas. Estaba cargado de pasión, de amor, y de deseo, no quisieran aceptarlo.
Cuando se separaron, a Andrea se le llenaron los ojos de lágrimas.
–Aaron…
–No, escúchame. Tengo que decirte algo.
–Entonces, dilo. –Dijo Andrea, sentándose en el sofá–. Te escucharé.
–Bien… –Aaron se paró frente a ella, nervioso–. Yo… cuando te vi de nuevo en la universidad, realmente me paralicé. Nunca pensé que volveríamos a vernos. Siempre me pareciste hermosa, y ahora lo estás aún más. Ya no eres una niña. Eres una mujer muy hermosa, ¿sabías eso?
–¿Podrías ir directo al grano, Aaron? Me estás poniendo nerviosa…
–Andrea…
–Necesito refrescarme.
Andrea se levantó del sofá, y se dirigió al baño. Se echó agua en la cara, y cuando regresó, Aaron estaba justo donde ella había estado sentada.
–Perdona. Me dieron náuseas. No es muy usual, pero no puedo evitarlas.
–No te preocupes. Ahora, yendo directo al grano…
–¿Sí?
–Me encanta cómo te vistes. Me encanta cómo sonríes, cómo caminas, y cómo tus ojos se iluminan cada vez que hablamos. Han tenido ese brillo especial desde que te besé por primera vez. Y siendo sincero…
–¿Vas a ir al punto o no?
–Andrea…
–¡Aaron! ¡Esto es en serio! ¡No quiero que me hables sobre cosas extrañas, quiero saber a dónde te diriges! Parece imposible mantener una conversación contigo sin que te vayas por las ramas…
–Andrea…
–Y yo también tengo cosas que decirte, Aaron. No tengo todo tu tiempo. De verdad. Yo… –comenzó a decir, pero se le quebró la voz–. He esperado demasiado tiempo, Aaron, y lo único que parecemos hacer es pelear cuando nos vemos…
–Tú eres quien comienza, Andrea.
–¡Maldita sea, Aaron! ¡Estoy hablando en serio! ¿Podrías hablar de una buena vez por todas?
–¡Andrea! –Aaron se levantó del sofá, y la hizo retroceder–. ¿Quieres que te diga la verdad? Bien, aquí va. Te amo. Estoy completa y locamente enamorado de ti desde el primer momento en que te vi en la biblioteca, llena de café. Aunque, si realmente lo pienso bien, jamás dejé de estarlo. Pensaba en ti todos los días, a cualquier hora, incluso en los exámenes de la facultad. Siempre estuviste en mi mente y en mi corazón. Parecía imposible sacarte de ahí, y por eso intenté enamorarme de Julia, pero no pude. Carlos y Mark me dijeron que debía superarte y salir con más chicas hasta encontrar a la indicada, pero no pude. La indicada eres tú. Siempre fuiste tú. No hablamos ni tuvimos contacto alguno por cinco años, pero ahora me doy cuenta de que tenías que ser tú la indicada. Por eso jamás me pude enamorar de nadie más.
–Aaron…
–¿Y sabes algo? Me duele mucho, me duele de verdad que tú no me quieras, y que me veas como un amigo lejano, un desconocido total que de la noche a la mañana se convirtió en un esposo y en el padre de tu hijo. Estoy dispuesto a enamorarte de mí, porque quiero que mi esposa me ame. Quiero estar ahí para ella y mi hijo todos y cada uno de los días de mi vida. Quiero dedicar mi vida a ustedes dos. Quiero trabajar y esforzarme para poder darte la vida que tanto mereces, Andrea. Para poder crear un hogar junto a ti. Contigo. Solamente contigo.
–Oh, Aaron… –Dijo Andrea, antes de comenzar a llorar.
–Andrea… –Él la estrechó entre sus brazos, y ella hundió su cabeza en su cuello–. ¿Dije algo malo?
–No, para nada. –Dijo ella, y, después de unos minutos, se calmó–. He sido una mala persona contigo, Aaron. No entiendo por qué sigues aquí si realmente soy un dolor de cabeza. ¡No te atrevas a negarlo! Aaron, lo siento, de verdad lo siento. Trato de ser una buena persona siempre por la educación que tuve, y sin embargo, siempre te compliqué las cosas. ¿Podrías perdonarme?
–Cariño… –Susurró él, besándole el cabello–. No hay nada que perdonar. Te amo, de verdad que te amo. Jamás has sido un dolor de cabeza. Eres más bien el dolor que te queda en el brazo después de que te ponen una inyección. –Bromeó, y Andrea se apartó de él para golpearlo en el brazo.
–No es divertido, idiota. –Se retractó–. Perdona, tienes razón. Es un dolor estar conmigo porque soy terca, obstinada, cambio de humor demasiado rápido, te insulto, soy sarcástica, pero… –Secó una lágrima de sus ojos–. Quiero que sepas que yo también te amo. Siempre lo he hecho, Aaron. Siempre. Sin embargo, no me había dado cuenta hasta ahora. Este mes que pasamos separados fue un infierno para mí, pero me ayudó, ¿sabes? Me ayudó a poner mis sentimientos en orden. Perdona si te he hecho pasar un mal momento, amor. La maternidad me pone así de sensible. De solo pensar que vamos a tener un bebé…
–Un bebé que será una bendición para ambos. –Dijo Aaron, y le dio un beso a Andrea–. Ya lo es. Gracias al bebé estamos juntos, y ahora ni siquiera puedo imaginarme la vida sin él.
–Yo tampoco. Ya me hice la idea, ¿sabes?
–Yo también. Estoy dispuesto a dejar mi apartamento y venir a vivir aquí al tuyo. Sé que no te gusta el mío y aunque este es más pequeño, creo que podremos arreglárnoslas. A menos que quieras dejar este apartamento tú, y vivir en el mío. Será temporal, te lo prometo. En cuanto recaudemos el dinero suficiente, podremos comprar una casa. ¿Te parece?
–Sí, Aaron. Sí me parece.
Se separaron, y ambos sonrieron al verse a los ojos.
–Y no quiero que nuestro pequeño sea hijo único, Andrea. –Le agarró la mano–. Quiero que sean tres niños.
–¿Tres? ¿No crees que uno es suficiente, al menos por ahora?
–Claro que sí. Cuando cumpla dos años, nos encargaremos de hacerle un hermanito.
–Oh, Aaron. –Susurró Andrea, antes de besarlo–. Te amo tanto. No tienes ni idea de lo mucho que anhelé este momento.
–Claro que lo tengo, nena. Lo anhelé tanto como tú.
Se abrazaron de nuevo, y Cleo maulló.
–Creo que está celosa. –Dijo Aaron, viendo la expresión de la gata–. Te ha tenido solo para ella en estos meses, que no soporta la idea de compartirte con alguien más.
–Bueno, tendrá que compartirme con dos personas. –Dijo Andrea, cargando a Cleo para que conociera mejor a Aaron–. Cleo, él es Aaron. Es mi esposo, y va a vivir con nosotras de ahora en adelante. Vamos a tener un bebé también, a quien seguramente amarás. ¿Entendido?
Cleo no dijo nada, y optó por alejarse de ellos para irse a dormir.
–Ya se acostumbrará a tu presencia. –Dijo Andrea, acercándose para besarlo de nuevo–.
Al terminar el beso, él colocó su frente en la de ella, y la vio a los ojos, sintiéndose muy cerca de su corazón.
–Andrea, cásate conmigo. –Susurró, haciéndola reír–. ¿Qué pasa?
–Ya estamos casados, Aaron. Tenemos un acta en el juzgado que lo prueba, y dos anillos.
–Pero yo hablo de una boda de verdad. Una boda donde tu padre te entregue en el altar, tú usando un vestido blanco. Una boda religiosa. ¿No te gustaría?
–Aaron… –Lo miró, perpleja–. ¿Estás hablando en serio?
–Sí, amor. En serio. Sé que has soñado con tu boda perfecta desde que teníamos dieciséis. No olvido ningún detalle, y lo sabes.
–Aaron… ¡Sí! ¡Sí quiero!
–Pero no te lo he propuesto, nena.
–Oh. Cierto. Lo siento.
Aaron se hincó, y tomó la mano derecha de Andrea entre las suyas.
–Andrea, ¿te quieres casar conmigo en una boda de verdad? ¿Y compartir el resto de tu vida conmigo, y ser una pareja casada ante Dios?
–¡Sí! ¡Sí quiero, Aaron!
Aaron se levantó, la tomó en brazos y le dio una vuelta, abrazándola. Su felicidad era inmensa.
–Te amo tanto… –Le susurró al oído–. Demasiado, diría yo.
–Yo también te amo.
Se besaron de nuevo, y entonces, Andrea fue quien comenzó a despojarlo de su ropa. Aaron se mostró confundido al principio, pero después se dejó llevar.
–Siempre fui muy recatada. –Dijo Andrea entre besos, cuando desabotonaba la camisa de Aaron–. Pero te mentiría si te digo que no deseé nunca hacer esto. Incluso cuando éramos novios.
–¿En serio?
–En serio.
–¿Ves? Hay tantas razones por las cuales te amo, Andrea…
–Y hay más razones por las cuales yo te amo a ti, ¿sabes? Pero en este momento, lo que más me apetece no es hablar.
Andrea besó su torso ya desnudo, y Aaron se encargó de quitar lentamente el vestido mientras entraban en la habitación para amarse mutuamente, como siempre debieron de haberlo hecho.
Ninguno de los dos tenía dudas de su amor.
Así era como todo tenía que ser.
Como siempre tuvo que haber sido.

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