martes, 24 de diciembre de 2013

Tenías que ser tú - X



Andrea se quedó callada simplemente, pensando en qué responder, mientras Aaron se dejaba caer en el sofá.

-¿Noche de bodas? –preguntó, solo para asegurarse de haber escuchado bien-.

-Eh… sí, ya sabes. Siempre hay una noche de bodas.

-Oh… Bueno, pues no sabía nada. –Se encogió de hombros, y se fue a la cocina. La verdad era que sí sabía lo de la noche de bodas, pero no quería admitirlo ni darle la razón a Aaron-.

-Andrea, espera… -dijo Aaron, levantándose del sofá y siguiendo a Andrea a la cocina. Ella volteó a verlo-. Oye, yo…

-Mira, quiero dejar algo muy claro contigo –dijo Andrea al estar frente a Aaron, desafiándolo-. Primero: recordemos que este embarazo fue accidental. Ninguno de los dos quería que pasara; sin embargo, pasó. Segundo: solamente soy tu esposa porque así tal vez mi madre se quedará tranquila y me aceptará de nuevo, no es porque esté locamente enamorada de ti, mi antiguo y pasado amor de secundaria. –Cuando pronunció esas palabras, se dio cuenta que estaba enamorada de él-.Tercero: a pesar de que esto es, prácticamente, para siempre, no creas que voy a dejar que me toques solo porque tenemos un papel que diga que estamos casados. Esto no es lo que yo quería, ¿lo comprendes? ¡Yo quería terminar la universidad, enamorarme de un buen hombre, casarme, tener hijos y ser feliz! ¡En ese orden!

-¿Así que piensas que no soy un buen hombre? ¿Que no soy el indicado para ti?

Andrea se quedó muda; no se esperaba eso.

-Yo nunca dije eso, ¿sí? Solamente dije que estos no eran mis planes de vida.

-Acabas de decir que esto no era lo que querías. Yo no soy lo que querías. –Aaron parecía dolido-.

-Por favor, Aaron. Deja tu ego a un lado. Tú y yo sabemos que esto no es lo que planeamos. Nunca fue lo que planeamos. Sí, lo admito, cuando tenía dieciséis años soñaba locamente con la idea de casarme contigo y que tú fueras el amor de mi vida, pero yo ya no tengo dieciséis años. Soy una adulta, no una chica inmadura que aún cree en los cuentos de hadas y en el “felices para siempre”.

-Pero si aún usas tu pijama de Campanita…

-¡Ese no es el punto! El punto principal de todo esto es que no vas a tocarme, ni esta noche, ni nunca. ¿Entendido?

-Ah… está bien. –Aaron pensó en contraatacar-. Pero, ya que no puedo tocarte ni hoy ni nunca, y ya que tengo necesidades propias de mi naturaleza… -carraspeó-. Supongo que tampoco puedo ir a divertirme con muchas chicas a un burdel, ¿verdad?

Andrea, quien ya se había volteado para buscar platos en los gabinetes aéreos, volteó la mirada desafiante a Aaron, quien tenía una sonrisa burlona en el rostro. A él siempre le había gustado enojarla ya que siempre se había visto guapa al hacerlo. Y esa noche, con ese vestido lila hasta la rodilla, su cabello en una cola de caballo con una moña blanca, y unos flats blancos, se veía hermosísima.

Entonces, sonrió.

-Haz lo que quieras, querido esposo. –Se estaba burlando descaradamente de él-. Solo te recuerdo que la lujuria es uno de los siete pecados capitales, y ya que estamos casados –pronunció esa palabra pesadamente-, lo que harías sería engañarme. A Dios no le gusta eso. ¿Comprendes? Así que quedará en tu conciencia.

Se volteó nuevamente, para terminar de sacar dos platos y dos vasos de los gabinetes aéreos. Aaron estaba sorprendido; ella jamás le había hablado así hasta ese momento. Realmente ya no sabía qué pensar. Sin decir ni una sola palabra, Aaron salió de la cocina mientras Andrea se encargaba de hacer la cena para los dos.

Comieron en silencio, en el gran y frío comedor de Aaron. La mesa tenía toda la estructura de acero, y la parte de arriba era de vidrio. Estaba apenas adornada con un florero de vidrio con tres margaritas. Andrea comía en un extremo, frente a Aaron.

-He estado pensando en cambiar este comedor –dijo Aaron, rompiendo el silencio. No se habían dirigido la palabra desde que ella le había dicho que la cena estaba lista-. Ya sabes, por el bebé.

-Oh… -Andrea demostró indiferencia-.

-He leído que con los niños hay que ser muy cuidadoso, y digamos que las mesas de vidrio no son tan seguras que digamos…

-Entonces, supongo que te interesas aunque sea un poco en el bebé.

-¡Claro que me intereso en el bebé! Es mío, y tuyo. Es nuestro. No creas que lo dejaré estar solo por ahí en el apartamento con una mesa de vidrio. Jamás podría perdonarme que le pasara algo.

-Oh…

Andrea se quedó callada, comiendo. Entonces, Aaron se levantó de la mesa y dejó su plato en el lavadero.

-¿Ya terminaste? –preguntó-.

-Sí. Ahora, si me necesitas para algo, estaré en el estudio. Tengo unos exámenes importantes esta semana y necesito estudiar. Espero no tener interrupciones.

-No te preocupes, desde hace años que puedo cuidarme por mí misma.

Aaron se fue al estudio, y Andrea se quedó unos minutos más terminando su comida. Al terminar, fue por su bolso y se dirigió a la habitación para invitados. Justo cuando se estaba preparando para dormir, se dio cuenta que no tenía la ropa adecuada. ¡Diablos!

Se dirigió hasta el que supuso era el estudio, y tocó la puerta. Escuchó la voz de Aaron diciéndole que entrara, y abrió la puerta. Aaron estaba sentado en una silla frente a un gran escritorio, con varios papeles regados. Su cabello estaba un poco más despeinado que hacía unos minutos, y Andrea lo encontraba sumamente atractivo.

-¿Necesitas algo? –preguntó-.

-Bueno, yo… me di cuenta que no tengo ropa para dormir, así que no sé si podrías prestarme una vieja playera tuya, y una pantaloneta.

-Oh… bueno, seguramente recordarás que no me gusta usar pantalonetas, ¿verdad?

-Cierto… -sonrió levemente-. Lo olvidé.

-Pero sí tengo playeras para que puedas dormir. Si quieres, puedes revisar en mi armario –señaló a su armario, y Andrea se dirigió hacia él-. En la parte de abajo están las playeras.

Andrea encontró una que le gustó, ya que era grande y de color azul. Seguramente le quedaría perfecta.

-Creo que ya la encontré.

-¿Sí? Bueno, pues espero que te quede. Me parece bastante grande.

-La verdad es que es para cubrirme toda, ¿no crees? Ya que no tengo pantaloneta…

-Oh, claro.

-Ya no te interrumpo más. Buenas noches, Aaron.

-Buenas noches, Andrea.

Andrea salió del estudio, preguntándose por qué Aaron tenía un armario allí. Se dirigió a la habitación de invitados, se quitó el vestido y el sostén, y se puso la gran camisa de Aaron que le cubría hasta los muslos. Seguramente a él también le quedaría un poco grande.

Se recostó en la cama, y al encontrar un libro en la mesita de noche, comenzó a leerlo. No pensaba que fuera un libro interesante; sin embargo, se había acostumbrado a leer antes de dormir.

Lentamente se fue quedando dormida, y algo de lo que probablemente jamás se enteraría, es que Aaron amó verla dormir esa noche.

-*-

A la mañana siguiente, Andrea se despertó con el tan conocido olor del bacon y los huevos fritos. Al recordar que estaba con la camisa de Aaron puesta, decidió ponerse uno de los vestidos que había comprado el día anterior.

-Hola –dijo Aaron al verla entrar a la cocina, con su típica cola de caballo-. ¿Dormiste bien?

-Sí… eso creo. ¿y tú?

-Bastante bien.

Al sentarse frente al desayunador, Andrea se dio cuenta que Aaron solamente llevaba puesto un bóxer, y su camisa formal abierta, dejando ver su pecho y su abdomen. Dios santo, ¡estaba tan guapo y tan sexy! Andrea tuvo que controlarse para no (literalmente) babear por él.

A los dieciséis años no era tan sexy.

-¿Qué planes tienes para hoy, Andrea?

-Bueno, iba a ir a misa temprano pero seguramente ya no alcanzaré la misa de las nueve… entonces, tal vez no haga nada. ¿Por qué?

-¿Te gustaría pasar el día con tu esposo?

-Oh.

-¿Qué pasa?

-Había olvidado ese detalle. Estamos casados.

-¿Lo habías olvidado?

-Por cinco minutos, nada más.

Aaron colocó un plato de bacon y huevos fritos frente a ella, con una taza de té frío de durazno.

-No tengo hambre, Aaron –dijo Andrea-.

-Bueno, tal vez tú no tengas hambre pero recuerda que tienes a mi hijo adentro, y seguramente él sí tiene hambre.

-Puede ser ella, también.

-Bueno, pues él o ella tiene hambre. Come.

Andrea comenzó a comer, siempre bajo la mirada vigilante de Aaron.

-Creo que tengo que regresar a casa, Aaron. Realmente necesito ver a Cleo. No puedo pasar el día contigo.

-¿Por qué no?

-Porque no, y ya. Tengo que darle de comer a Cleo.

-¿Y si vamos a tu casa, te arreglas, te disculpas con tu gata y pasamos el día juntos? ¿Te parece?

-¡Aaron! ¡No quiero pasar el día contigo! ¡Entiéndelo!

Aaron se levantó de su silla, rodeó el desayunador, y sin decir media palabra, besó muy apasionadamente a Andrea. Era perfecto.

Unos momentos después, cuando se rompió el beso, Andrea no sabía qué decir.

-Eres mi esposa ahora, Andrea. No me gusta ser controlador; sin embargo, realmente me gustaría pasar el día con mi esposa. ¿Sí?

Andrea solo pudo asentir. Aaron jamás se había comportado así con ella.

Media hora más tarde, Aaron y Andrea se dirigieron a la casa de Andrea. Al entrar, Cleo estaba bastante contenta de verla, y también hambrienta, ya que comenzó a maullarle fuerte cuando ella se dirigió a la cocina. Le dio de comer antes de entrar a la ducha y arreglarse.

Cuando salió de la ducha, escogió un vestido rosado pálido, con muchas manchas pequeñas de colores: azul, rojo, amarillo y blanco; unos tacones corridos de corcho no muy altos, y un cinturón delgado, marrón claro. Su cabello, como siempre, iba amarrado en una cola de caballo.

Al verla, Aaron enmudeció. Estaba hermosa. Pero, para seguir enfrentándose a ella, dijo:

-Déjame recordar algo. ¿En tu religión es donde prohíben a las mujeres a usar pantalones y se ven obligadas a usar faldas y vestidos todo el tiempo?

Andrea suspiró, fastidiada.

-No, imbécil. Yo uso vestidos porque me gusta, ¿okay? Los pantalones los prefiero para hacer ejercicio o dormir, o para los días de mucho frío. ¿Comprendes?

-Claro –sonrió-. ¿Nos vamos?

Pasaron un día muy lindo: Aaron la llevó a comer a un lujoso restaurante, a un museo, a una galería de arte, de nuevo a comer, y por último, a un gran jardín.

Era el momento.

-Andrea… -carraspeó, mientras se paraba frente a ella y la veía a los ojos. Habían estado platicando de cosas realmente sin importancia durante casi todo el día-. Me gustaría que me escucharas.

-Anda, dale –dijo ella, mientras se sentaban en una banca cerca de una fuente-.

-Bueno, yo… -sonrió-. Ya que, eh, estamos casados… me gustaría darte este anillo –sacó de su chaqueta el anillo que había comprado la noche anterior-. No es muy bonito, ni muy grande, pero me gustaría que lo usaras. Eres mi esposa, después de todo. Yo usaré uno también.

-¿Estás hablando en serio?

.Sí… No te di un anillo en el juzgado, así que pensé que podría dártelo ahora. ¿Lo aceptas?

Andrea extendió su mano hacia él, para que colocara el anillo. Aaron estaba equivocado: era el anillo más bonito que alguna vez alguien le hubiera comprado o regalado. Sacó de su chaqueta otro anillo y se lo dio a ella en los dedos, dándole su mano.

-¿Lo pondrías tú?

Andrea sonrió, y colocó el anillo en el dedo indicado.

-Ya está –dijo ella, sin dejar de sonreír-. Me haces sentir como una adolescente, Aaron. En serio. Esto de los anillos fue lindísimo, en serio.

-No quiero hacerte sentir como una adolescente. Quiero hacerte sentir como una mujer adulta. Como mi esposa.

Andrea se sorprendió, pero Aaron la besó antes de que pudiera decir cualquier cosa.

-*-

Andrea entró a su apartamento con una gran sonrisa en su rostro, después de haber pasado una de las tardes más lindas de toda su vida con el hombre que podía hacerla sentir mariposas en el estómago como cuando era una niña soñando con la boda de sus sueños. Cleo estuvo bastante feliz de verla entrar, y justo cuando Andrea se dejó caer en su sofá, sonó el teléfono. Dio un respingo, pensando que era Aaron. Cuando contestó, una voz femenina respondió.

Era Devonnie.

-¡Hola, querida amiga! –dijo Devonnie, al otro lado de la línea-. ¿Cómo estás?

-Bien, Dev, gracias –dijo Andrea, tratando de aparentar calma-. ¿Y tú?

-¡Yo estoy súper impaciente de que me cuentes cómo es tu vida de casada! A ver, tienes que contarme todo porque al parecer, me quedé atrasada con eso de que te casaste.

-Eh… -Andrea sonrió-. ¿Te cuento toda la historia?

-¡Claro!

-Bueno… -Andrea se acomodó en el sofá, colocando una mano sobre su pequeño y poco abultado vientre, y fue contándole abreviadamente la historia a Devonnie, quien escuchaba atenta.

Devonnie era una chica pelirroja, de cabello rizado y una sonrisa enorme. Ella era una chica amigable, social y muy, muy divertida.

-¡No puedo creerlo! –exclamó Devonnie cuando Andrea terminó de narrar-. ¿En serio estás embarazada?

-¡Sí! Tengo como dos meses, más o menos.

-¿Y qué dijo tu madre?

-Digamos que… no estuvo muy contenta con eso. Fue una de las razones principales por las cuales me casé.

-¿Para que ella estuviera contenta?

-Para que se quedara tranquila. Aunque, si te soy sincera, creo que de verdad me estoy enamorando de él.

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PEEEERDÓOOOOON, es que no tengo internet. :'( Ni siquiera he hecho el once, jajajaja.

PASEN UNA FELIZ NILEYVIDAD TODAS, QUE RECIBAN MUCHOS REGALOS Y COSAS BONITAS :3

Las amo. :*

-Ana A.

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