Andrea se quedó callada
simplemente, pensando en qué responder, mientras Aaron se dejaba caer en el
sofá.
-¿Noche de bodas?
–preguntó, solo para asegurarse de haber escuchado bien-.
-Eh… sí, ya sabes. Siempre
hay una noche de bodas.
-Oh… Bueno, pues no sabía
nada. –Se encogió de hombros, y se fue a la cocina. La verdad era que sí sabía
lo de la noche de bodas, pero no quería admitirlo ni darle la razón a Aaron-.
-Andrea, espera… -dijo
Aaron, levantándose del sofá y siguiendo a Andrea a la cocina. Ella volteó a
verlo-. Oye, yo…
-Mira, quiero dejar algo
muy claro contigo –dijo Andrea al estar frente a Aaron, desafiándolo-. Primero:
recordemos que este embarazo fue accidental. Ninguno de los dos quería que
pasara; sin embargo, pasó. Segundo: solamente soy tu esposa porque así tal vez
mi madre se quedará tranquila y me aceptará de nuevo, no es porque esté
locamente enamorada de ti, mi antiguo y pasado amor de secundaria. –Cuando
pronunció esas palabras, se dio cuenta que sí estaba enamorada de
él-.Tercero: a pesar de que esto es, prácticamente, para siempre, no creas que
voy a dejar que me toques solo porque tenemos un papel que diga que estamos
casados. Esto no es lo que yo quería, ¿lo comprendes? ¡Yo quería terminar la
universidad, enamorarme de un buen hombre, casarme, tener hijos y ser feliz!
¡En ese orden!
-¿Así que piensas que no
soy un buen hombre? ¿Que no soy el indicado para ti?
Andrea se quedó muda; no
se esperaba eso.
-Yo nunca dije eso, ¿sí?
Solamente dije que estos no eran mis planes de vida.
-Acabas de decir que esto
no era lo que querías. Yo no soy lo que querías. –Aaron parecía dolido-.
-Por favor, Aaron. Deja tu
ego a un lado. Tú y yo sabemos que esto no es lo que planeamos. Nunca fue lo
que planeamos. Sí, lo admito, cuando tenía dieciséis años soñaba locamente con
la idea de casarme contigo y que tú fueras el amor de mi vida, pero yo ya no
tengo dieciséis años. Soy una adulta, no una chica inmadura que aún cree en los
cuentos de hadas y en el “felices para siempre”.
-Pero si aún usas tu
pijama de Campanita…
-¡Ese no es el punto! El
punto principal de todo esto es que no vas a tocarme, ni esta noche, ni nunca.
¿Entendido?
-Ah… está bien. –Aaron
pensó en contraatacar-. Pero, ya que no puedo tocarte ni hoy ni nunca, y ya que
tengo necesidades propias de mi naturaleza… -carraspeó-. Supongo que tampoco
puedo ir a divertirme con muchas chicas a un burdel, ¿verdad?
Andrea, quien ya se había
volteado para buscar platos en los gabinetes aéreos, volteó la mirada
desafiante a Aaron, quien tenía una sonrisa burlona en el rostro. A él siempre
le había gustado enojarla ya que siempre se había visto guapa al hacerlo. Y esa
noche, con ese vestido lila hasta la rodilla, su cabello en una cola de caballo
con una moña blanca, y unos flats blancos, se veía hermosísima.
Entonces, sonrió.
-Haz lo que quieras,
querido esposo. –Se estaba burlando descaradamente de él-. Solo te recuerdo que
la lujuria es uno de los siete pecados capitales, y ya que estamos casados
–pronunció esa palabra pesadamente-, lo que harías sería engañarme. A Dios no
le gusta eso. ¿Comprendes? Así que quedará en tu conciencia.
Se volteó nuevamente, para
terminar de sacar dos platos y dos vasos de los gabinetes aéreos. Aaron estaba
sorprendido; ella jamás le había hablado así hasta ese momento. Realmente ya no
sabía qué pensar. Sin decir ni una sola palabra, Aaron salió de la cocina
mientras Andrea se encargaba de hacer la cena para los dos.
Comieron en silencio, en
el gran y frío comedor de Aaron. La mesa tenía toda la estructura de acero, y
la parte de arriba era de vidrio. Estaba apenas adornada con un florero de
vidrio con tres margaritas. Andrea comía en un extremo, frente a Aaron.
-He estado pensando en
cambiar este comedor –dijo Aaron, rompiendo el silencio. No se habían dirigido
la palabra desde que ella le había dicho que la cena estaba lista-. Ya sabes,
por el bebé.
-Oh… -Andrea demostró indiferencia-.
-He leído que con los
niños hay que ser muy cuidadoso, y digamos que las mesas de vidrio no son tan
seguras que digamos…
-Entonces, supongo que te
interesas aunque sea un poco en el bebé.
-¡Claro que me intereso en
el bebé! Es mío, y tuyo. Es nuestro. No creas que lo dejaré estar solo por ahí
en el apartamento con una mesa de vidrio. Jamás podría perdonarme que le pasara
algo.
-Oh…
Andrea se quedó callada,
comiendo. Entonces, Aaron se levantó de la mesa y dejó su plato en el lavadero.
-¿Ya terminaste?
–preguntó-.
-Sí. Ahora, si me
necesitas para algo, estaré en el estudio. Tengo unos exámenes importantes esta
semana y necesito estudiar. Espero no tener interrupciones.
-No te preocupes, desde
hace años que puedo cuidarme por mí misma.
Aaron se fue al estudio, y
Andrea se quedó unos minutos más terminando su comida. Al terminar, fue por su
bolso y se dirigió a la habitación para invitados. Justo cuando se estaba
preparando para dormir, se dio cuenta que no tenía la ropa adecuada. ¡Diablos!
Se dirigió hasta el que
supuso era el estudio, y tocó la puerta. Escuchó la voz de Aaron diciéndole que
entrara, y abrió la puerta. Aaron estaba sentado en una silla frente a un gran
escritorio, con varios papeles regados. Su cabello estaba un poco más
despeinado que hacía unos minutos, y Andrea lo encontraba sumamente atractivo.
-¿Necesitas algo?
–preguntó-.
-Bueno, yo… me di cuenta
que no tengo ropa para dormir, así que no sé si podrías prestarme una vieja
playera tuya, y una pantaloneta.
-Oh… bueno, seguramente
recordarás que no me gusta usar pantalonetas, ¿verdad?
-Cierto… -sonrió
levemente-. Lo olvidé.
-Pero sí tengo playeras
para que puedas dormir. Si quieres, puedes revisar en mi armario –señaló a su
armario, y Andrea se dirigió hacia él-. En la parte de abajo están las
playeras.
Andrea encontró una que le
gustó, ya que era grande y de color azul. Seguramente le quedaría perfecta.
-Creo que ya la encontré.
-¿Sí? Bueno, pues espero
que te quede. Me parece bastante grande.
-La verdad es que es para
cubrirme toda, ¿no crees? Ya que no tengo pantaloneta…
-Oh, claro.
-Ya no te interrumpo más.
Buenas noches, Aaron.
-Buenas noches, Andrea.
Andrea salió del estudio,
preguntándose por qué Aaron tenía un armario allí. Se dirigió a la habitación de
invitados, se quitó el vestido y el sostén, y se puso la gran camisa de Aaron
que le cubría hasta los muslos. Seguramente a él también le quedaría un poco
grande.
Se recostó en la cama, y
al encontrar un libro en la mesita de noche, comenzó a leerlo. No pensaba que
fuera un libro interesante; sin embargo, se había acostumbrado a leer antes de
dormir.
Lentamente se fue quedando
dormida, y algo de lo que probablemente jamás se enteraría, es que Aaron amó
verla dormir esa noche.
-*-
A la mañana siguiente,
Andrea se despertó con el tan conocido olor del bacon y los huevos fritos. Al
recordar que estaba con la camisa de Aaron puesta, decidió ponerse uno de los
vestidos que había comprado el día anterior.
-Hola –dijo Aaron al verla
entrar a la cocina, con su típica cola de caballo-. ¿Dormiste bien?
-Sí… eso creo. ¿y tú?
-Bastante bien.
Al sentarse frente al
desayunador, Andrea se dio cuenta que Aaron solamente llevaba puesto un bóxer,
y su camisa formal abierta, dejando ver su pecho y su abdomen. Dios santo,
¡estaba tan guapo y tan sexy! Andrea tuvo que controlarse para no
(literalmente) babear por él.
A los dieciséis años no
era tan sexy.
-¿Qué planes tienes para
hoy, Andrea?
-Bueno, iba a ir a misa
temprano pero seguramente ya no alcanzaré la misa de las nueve… entonces, tal
vez no haga nada. ¿Por qué?
-¿Te gustaría pasar el día
con tu esposo?
-Oh.
-¿Qué pasa?
-Había olvidado ese
detalle. Estamos casados.
-¿Lo habías olvidado?
-Por cinco minutos, nada
más.
Aaron colocó un plato de
bacon y huevos fritos frente a ella, con una taza de té frío de durazno.
-No tengo hambre, Aaron
–dijo Andrea-.
-Bueno, tal vez tú no
tengas hambre pero recuerda que tienes a mi hijo adentro, y seguramente él sí
tiene hambre.
-Puede ser ella, también.
-Bueno, pues él o ella
tiene hambre. Come.
Andrea comenzó a comer,
siempre bajo la mirada vigilante de Aaron.
-Creo que tengo que regresar
a casa, Aaron. Realmente necesito ver a Cleo. No puedo pasar el día contigo.
-¿Por qué no?
-Porque no, y ya. Tengo
que darle de comer a Cleo.
-¿Y si vamos a tu casa, te
arreglas, te disculpas con tu gata y pasamos el día juntos? ¿Te parece?
-¡Aaron! ¡No quiero pasar
el día contigo! ¡Entiéndelo!
Aaron se levantó de su
silla, rodeó el desayunador, y sin decir media palabra, besó muy
apasionadamente a Andrea. Era perfecto.
Unos momentos después,
cuando se rompió el beso, Andrea no sabía qué decir.
-Eres mi esposa ahora,
Andrea. No me gusta ser controlador; sin embargo, realmente me gustaría pasar
el día con mi esposa. ¿Sí?
Andrea solo pudo asentir.
Aaron jamás se había comportado así con ella.
Media hora más tarde,
Aaron y Andrea se dirigieron a la casa de Andrea. Al entrar, Cleo estaba
bastante contenta de verla, y también hambrienta, ya que comenzó a maullarle
fuerte cuando ella se dirigió a la cocina. Le dio de comer antes de entrar a la
ducha y arreglarse.
Cuando salió de la ducha,
escogió un vestido rosado pálido, con muchas manchas pequeñas de colores: azul,
rojo, amarillo y blanco; unos tacones corridos de corcho no muy altos, y un
cinturón delgado, marrón claro. Su cabello, como siempre, iba amarrado en una
cola de caballo.
Al verla, Aaron enmudeció.
Estaba hermosa. Pero, para seguir enfrentándose a ella, dijo:
-Déjame recordar algo. ¿En
tu religión es donde prohíben a las mujeres a usar pantalones y se ven
obligadas a usar faldas y vestidos todo el tiempo?
Andrea suspiró,
fastidiada.
-No, imbécil. Yo uso
vestidos porque me gusta, ¿okay? Los pantalones los prefiero para hacer
ejercicio o dormir, o para los días de mucho frío. ¿Comprendes?
-Claro –sonrió-. ¿Nos
vamos?
Pasaron un día muy lindo:
Aaron la llevó a comer a un lujoso restaurante, a un museo, a una galería de
arte, de nuevo a comer, y por último, a un gran jardín.
Era el momento.
-Andrea… -carraspeó,
mientras se paraba frente a ella y la veía a los ojos. Habían estado platicando
de cosas realmente sin importancia durante casi todo el día-. Me gustaría que
me escucharas.
-Anda, dale –dijo ella,
mientras se sentaban en una banca cerca de una fuente-.
-Bueno, yo… -sonrió-. Ya
que, eh, estamos casados… me gustaría darte este anillo –sacó de su chaqueta el
anillo que había comprado la noche anterior-. No es muy bonito, ni muy grande,
pero me gustaría que lo usaras. Eres mi esposa, después de todo. Yo usaré uno
también.
-¿Estás hablando en serio?
.Sí… No te di un anillo en
el juzgado, así que pensé que podría dártelo ahora. ¿Lo aceptas?
Andrea extendió su mano
hacia él, para que colocara el anillo. Aaron estaba equivocado: era el anillo
más bonito que alguna vez alguien le hubiera comprado o regalado. Sacó de su
chaqueta otro anillo y se lo dio a ella en los dedos, dándole su mano.
-¿Lo pondrías tú?
Andrea sonrió, y colocó el
anillo en el dedo indicado.
-Ya está –dijo ella, sin
dejar de sonreír-. Me haces sentir como una adolescente, Aaron. En serio. Esto
de los anillos fue lindísimo, en serio.
-No quiero hacerte sentir como
una adolescente. Quiero hacerte sentir como una mujer adulta. Como mi esposa.
Andrea se sorprendió, pero
Aaron la besó antes de que pudiera decir cualquier cosa.
-*-
Andrea entró a su
apartamento con una gran sonrisa en su rostro, después de haber pasado una de
las tardes más lindas de toda su vida con el hombre que podía hacerla sentir
mariposas en el estómago como cuando era una niña soñando con la boda de sus
sueños. Cleo estuvo bastante feliz de verla entrar, y justo cuando Andrea se
dejó caer en su sofá, sonó el teléfono. Dio un respingo, pensando que era
Aaron. Cuando contestó, una voz femenina respondió.
Era Devonnie.
-¡Hola, querida amiga!
–dijo Devonnie, al otro lado de la línea-. ¿Cómo estás?
-Bien, Dev, gracias –dijo
Andrea, tratando de aparentar calma-. ¿Y tú?
-¡Yo estoy súper
impaciente de que me cuentes cómo es tu vida de casada! A ver, tienes que
contarme todo porque al parecer, me quedé atrasada con eso de que te casaste.
-Eh… -Andrea sonrió-. ¿Te
cuento toda la historia?
-¡Claro!
-Bueno… -Andrea se acomodó
en el sofá, colocando una mano sobre su pequeño y poco abultado vientre, y fue
contándole abreviadamente la historia a Devonnie, quien escuchaba atenta.
Devonnie era una chica
pelirroja, de cabello rizado y una sonrisa enorme. Ella era una chica amigable,
social y muy, muy divertida.
-¡No puedo creerlo!
–exclamó Devonnie cuando Andrea terminó de narrar-. ¿En serio estás embarazada?
-¡Sí! Tengo como dos
meses, más o menos.
-¿Y qué dijo tu madre?
-Digamos que… no estuvo
muy contenta con eso. Fue una de las razones principales por las cuales me
casé.
-¿Para que ella estuviera
contenta?
-Para que se quedara
tranquila. Aunque, si te soy sincera, creo que de verdad me estoy enamorando de
él.
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PEEEERDÓOOOOON, es que no tengo internet. :'( Ni siquiera he hecho el once, jajajaja.
PASEN UNA FELIZ NILEYVIDAD TODAS, QUE RECIBAN MUCHOS REGALOS Y COSAS BONITAS :3
Las amo. :*
-Ana A.
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