miércoles, 4 de diciembre de 2013

Tenías que ser tú - IX



Andrea pasó las siguientes dos semanas pensando en la proposición de matrimonio tan indignante de Aaron.

Una parte de ella quería decirle que sí, aunque solamente fuera por el niño. Era, obviamente, la parte de ella que aún creía en los príncipes azules y en los finales felices. Esa parte suya era todavía una quinceañera.

Ahora, la parte de ella que era una universitaria sensata y lógica, y sobre todo fiel a sus creencias, se negaba a aceptar esa proposición de matrimonio, ya que era solamente por el bebé en camino.

Pero había una cosa que su parte quinceañera y su parte sensata no querían negar pero tampoco querían admitir.

Se había enamorado de nuevo, del mismo hombre, después de tantos años de no haberlo visto ni de haber tratado con él.

Ya no era un chico de dieciséis años, sino que era un hombre hecho y derecho, futuro ingeniero, y el padre de su hijo.

Realmente, esto no podría estar pasando.

Casi no habían hablado en esas últimas dos semanas. Aaron había estado en su casa, pero ella se mostraba bastante fría con él.

Andrea estaba esperando que él llegara, ya que ese día la acompañaría al ginecólogo para una ecografía. Ya que apenas tenía dos meses de embarazo, no se le notaba casi nada que estuviera embarazada.

Aaron tocó el timbre, y Andrea agarró sus cosas para irse.

-Hola –dijo Aaron, cuando abrió la puerta-. ¿Lista?

-Sí, creo…

Llegaron a la clínica de la ginecóloga y entraron al consultorio.

-Buenos días, chicos –dijo la ginecóloga-. ¿Vienen por una ecografía?

-Sí –dijo Aaron-. Queremos ver cómo va el embarazo.

-Bueno. Te voy a pedir, cariño, que subas quites la ropa y te subas a la camilla. Por allá –señaló una puerta, seguramente el baño-. Si quieres, tu novio puede ir.

-¡No! –dijo casi gritando-. Quiero decir, no quiero que venga conmigo. Ni siquiera es mi novio.

-Soy solamente el padre de su hijo –dijo Aaron, visiblemente herido-.

La ginecóloga asintió en silencio, mientras le daba a Andrea la bata celeste que tendría que colocarse. Andrea entró al baño, y salió del mismo dos minutos después, con su ropa en la mano y la bata puesta. Aaron pareció comerla o desnudarla con la mirada, por lo que ella le devolvió un gesto muy obsceno con uno de sus dedos. Aaron no dijo nada.

Andrea se subió a la camilla, y procedieron a hacer la ecografía. Le colocaron una sustancia gelatinosa celeste a Andrea en el vientre, y la ginecóloga pasó un pequeño aparato con forma de mango encima. Aaron se sentó junto a Andrea, y ambos comenzaron a ver la pantalla donde se reflejaban las imágenes. De repente, la ginecóloga se detuvo.

-Justo eso, ¿lo ven? –señaló a la mancha gris sobre la pantalla negra-. Eso es su bebé.

-¿En serio? ¡Dios, qué lindo! –dijo Andrea, ruborizándose-.

-Tienes aproximadamente ocho semanas.

-Eso es dos meses. ¿A qué mes podemos saber el sexo del bebé?

-Oh, bueno, más o menos a los cuatro o cinco meses.

-¿Podemos volver a los cuatro o cinco meses, Aaron?

-Claro –dijo Aaron, olvidándose de la señal obscena-.

-Para tener bien controlado el embarazo, tendrán que venir cada mes. Después, cada quince días, y después, cada semana. Podríamos intentarlo el próximo mes, pero para más seguridad, dentro de dos meses.

-¿El bebé está bien, doctora?

-Todo indica que está perfecto.

Salieron del consultorio juntos, con una copia de las imágenes de la ecografía que Andrea seguramente pondría en su nevera, y en su álbum favorito de fotos.

Al llegar al edificio donde vivía Andrea, Aaron aceleró y cambió de dirección.

-¿Qué demonios estás haciendo?

-Vaya, es la primera vez que hablas conmigo desde que salimos del consultorio.

-Aaron, déjame en mi apartamento.

-Mejor vamos al mío.

-¿Por qué?

-Quiero que lo conozcas. ¿Eso tiene algo de malo?

-¡Quiero estar en mi casa! ¡Cleo no ha comido desde la mañana!

-Es una gata paciente, seguramente entenderá.

-Eres un estúpido.

-Pero soy el padre de tu hijo.

-No metas al bebé en esto.

-¿Tengo que recordarte que el bebé es el por qué estoy aquí contigo?

-¿Por qué no te esfumas?

-Por favor, Andrea. Solo cállate.

Andrea se quedó callada hasta que llegaron al apartamento de Aaron y entraron.

-Tienes un lindo apartamento, Aaron –admitió ella, sentándose en el sofá de cuero-.

-Gracias. La verdad es que estaba cansado ya de ver el rosa por todas partes.

-¡A Cleo le gusta el rosa!

-¡Cleo es una gata! ¡Los gatos no ven en colores!

-Bueno, ¡pues a ella le gusta! Además, si el bebé es niña su habitación será rosada.

-Estás loca.

Andrea lo miró desafiante, y él apartó la vista.

-Mira, Andrea. Has tenido dos semanas para pensarlo, y quiero saberlo. ¿Quieres casarte conmigo?

-No quiero casarme contigo por el bebé.

-Pero es evidente que solamente existe eso entre nosotros dos.

-¿Además del odio muto que nos tenemos?

-Andrea, no hagas las cosas más difíciles.

-¿Pues sabes algo?

-¿Qué?

-Acepto casarme contigo –las palabras salieron de su boca antes de poder evitarlo-. Pero no quiero vivir contigo. Bueno, tal vez vivir contigo sí, pero no planeo compartir mi cama contigo.

Aaron estaba sorprendido. ¿Ella había aceptado?

-¿En serio?

-Sí. En serio.

-Vaya…

-¿Qué? ¿Te asombra?

-Sí. La verdad es que sí.

-Pero de una vez te digo una cosa. Nos casemos o no por la iglesia, en mi religión no están bien vistos los divorcios.

-¿Y si lo nuestro no funciona?

-Entonces no deberíamos casarnos, ¿o sí?

-Andrea…

-Podríamos casarnos ahora mismo.

-¿Cómo?

-Podríamos ir al juzgado, podríamos llamar a unos amigos y que ellos fueran los testigos.

-Andrea, ¿te sientes bien?

Andrea se quedó callada.

-Mejor hagámoslo antes de que me arrepienta.

-*-

-…Y como decretan las leyes de este país, ya son marido y mujer –dijo el juez que se encargaba de los matrimonios en el juzgado-.

Ambos ya habían firmado los papeles, junto con la mejor amiga de Andrea y el mejor amigo de Aaron como testigos.

-Finalmente –dijo Andrea, exasperada-.

-Ya estamos casados –susurró Aaron, aún sin poder digerir la noticia.

-Gracias por su atención –le dijo Andrea al juez, y los cuatro salieron del lugar-. Vaya, pensé que eso nunca acabaría –le dijo a su mejor amiga, Devonnie-. Dev, gracias por todo.

-No hay de qué, Andrea –dijo, y la abrazó-. Bueno, ya tengo que irme. ¡Me tienes que contar todo por teléfono! –gritó, aunque supuestamente estaba susurrando. Devonnie no sabía nada-.

-Que te vaya bien, Dev.

Ambas se despidieron, y Devonnie se fue.

-Felicidades, hermano –le dijo Mark a su mejor amigo-. Aunque me tienes que contar todo por teléfono.

-Claro –dijo Aaron, riendo y despidiéndose-. Cuídate, ¿eh?

-Claro, gracias. Y cuida a tu esposa ahora –le dijo, guiñándole a Andrea-. Ha sido un placer conocerla, señorita.

-Gracias, Mark.

Mark se fue, y Aaron y Andrea se quedaron solos afuera del juzgado. Entonces, ella se dirigió al auto de Aaron.

-Vámonos, por favor. ¿Sí?

-Claro, pero tendré que pasar un momento a un centro comercial. ¿Te importaría quedarte unos veinte minutos en el auto?

-¿Qué? ¿Estás loco? ¿Quieres que me secuestren y me maten?

-Andrea…

-Yo pasaré contigo al centro comercial, ¿entendido?

-Pero no estarás conmigo mientras compre lo que tengo que comprar, ¿no?

-Estaba pensando en ir a buscar vestidos para embarazadas. Pronto los que tengo no me van a quedar.

-Está bien.

Aaron condujo hasta el centro comercial, donde Andrea fue a buscar vestidos y ropa pre-mamá, y Aaron fue a comprar un juego de anillos para ella y para Andrea.

Al terminar de comprar los que él consideró perfectos, buscó a Andrea en el local “Bebé y Mamá”, donde ella le había dicho que estaría. La encontró ya pagando unas cosas, la esperó y se fueron.

Puesto a que ya eran más de las siete de la noche, Andrea había accedido a quedarse a dormir en casa de Aaron. Él tenía una recámara para invitados. Y aunque su preocupación había sido la pequeña Cleo, Andrea decidió que la recompensaría al día siguiente por no haberse pasado por allí.

-Andrea, ahora que ya estamos casados… -comenzó a decir Aaron, nervioso, mientras entraban al apartamento. Andrea se le quedó viendo-.

-¿Qué? –preguntó, confundida. Aún no estaba acostumbrada a la idea de estar casada-.

-Hay algo de lo que quiero hablarte.

-¿Sí?

-Sí. Yo, eh, bueno…

-¿Qué cosa?

-Se supone que esta es la noche de bodas, ¿verdad?

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Hello, goodbye señoritas. O/ Espero les haya gustado! Las quiero. :3

-Ana A.

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