viernes, 28 de octubre de 2011

True Believer - Chapter 2

El martes al mediodía, un día después de la entrevista con la revista People, Nick llegó a Carolina del Norte. Caía aguanieve sobre Nueva York cuando abandonó la ciudad, y las previsiones apuntaban a nuevas nevadas para los siguientes días. En el sur, en cambio, el cielo que se extendía sobre su cabeza era rabiosamente azul, y el invierno parecía haber quedado lejos, muy lejos.

Según el mapa que había adquirido en un quiosco del aeropuerto, Boone Creek se hallaba en el condado de Pamlico, a ciento sesenta kilómetros al sur de Raleigh y, por lo que veía, a un billón de kilómetros de todo vestigio de civilización. A ambos lados de la carretera por la que circulaba, el paisaje era completamente monótono: llano y sin apenas vegetación. Las granjas quedaban separadas entre sí por finas líneas de pinos y, dado el reducido número de vehículos con los que se cruzaba, lo único que Nick podía hacer para matar el aburrimiento era apretar el acelerador.

No obstante, tenía que admitir que la situación no era tan terrible, después de todo. Bueno, al menos en lo que concernía al acto de conducir. Sabía que la leve vibración del volante, el ruido del motor y la sensación de aceleración provocaban un aumento de la producción de adrenalina, especialmente en los hombres (una vez había escrito un artículo sobre ese tema). En la ciudad, tener un coche le parecía un lujo superfluo. Además, aunque lo hubiera querido, tampoco habría sido capaz de justificar ese gasto. Por eso siempre se desplazaba de un lado a otro en metro o en taxis que parecían conducidos por kamikazes. Moverse por la ciudad resultaba estresante, con todo ese ruido infernal y, dependiendo del taxista, arriesgando incluso la vida en cada trayecto; pero puesto que Nick había nacido y se había criado en Nueva York, hacía tiempo que aceptaba ese contratiempo como otro aspecto inevitable del hecho de vivir en esa ciudad tan apasionante a la que él denominaba hogar.

Sus pensamientos volaron entonces hacia su ex mujer, Selena. Seguramente habría disfrutado de un viaje en coche como ése. En los primeros años de casados solían alquilar un automóvil de vez en cuando para perderse por las montañas o la playa. En dichas ocasiones solían pasar bastantes horas en la carretera. Conoció a la que se convirtió en su esposa en una fiesta organizada por una acreditada editorial. Selena era editora de la revista Elle. Cuando Nick le preguntó si podía invitarla a un café en un bar cercano, no podía ni soñar que acabaría siendo la única mujer de su vida. De entrada pensó que había cometido un grave error al invitarla, simplemente porque no parecían tener nada en común. Selena era una persona muy vital y emotiva, pero unas horas más tarde, cuando la acompañó hasta la puerta de su apartamento y la despidió con un beso, se dio cuenta de que se había enamorado de ella.

Con el tiempo llegó a apreciar su fiera personalidad, sus instintos infalibles acerca de la gente, y la forma que tenía de quererlo sin juzgarlo, ni para bien ni para mal. Un año más tarde se casaron por la iglesia, rodeados de amigos y familiares. Nick tenía entonces veintiséis años, y todavía no era columnista del Scientific American, aunque ya había empezado a labrarse su reputación como periodista intrépido. No obstante, la pareja sólo pudo permitirse alquilar un diminuto apartamento en Brooklyn. Él creía que todos sus esfuerzos valían la pena, que aunque les costara esfuerzo llegar a final de mes, eran jóvenes y su matrimonio contaba con la bendición del cielo. Ella creía, según averiguó él al cabo de un tiempo, que su matrimonio era fuerte en teoría pero estaba edificado sobre unos cimientos escasamente sólidos. Desde el principio, el punto clave del que partieron todos sus problemas fue que, mientras que ella tenía que quedarse en la ciudad a causa de su trabajo, Nick no paraba de viajar, siempre dispuesto a desplazarse hasta donde fuera necesario con tal de conseguir la historia más sensacionalista que uno pudiera llegar a imaginar. A veces se ausentaba durante varias semanas, y mientras que él se decía a sí mismo que ella lo soportaría, Selena debió de darse cuenta durante sus ausencias de que no era así. Justo después de su segundo aniversario de bodas, cuando Nick ultimaba los preparativos para otro viaje, Selena se sentó a su lado en la cama, le cogió la mano y lo miró fijamente con sus ojos castaños.
—Esto no funciona —dijo simplemente, dejando las palabras colgadas en el aire durante unos instantes—. Nunca estás en casa. Y no creo que sea justo, ni para mí ni para ti.
—¿Quieres que cambie de profesión? —preguntó él, al tiempo que sentía cómo empezaba a hincharse la burbuja de pánico que se había formado en su pecho.
—No, pero quizá podrías encontrar trabajo en algún periódico local, como por ejemplo en el Times, o el Post, o el Daily News.
—Mira, este ritmo tan frenético no durará siempre; es sólo transitorio —masculló él.
—Lo mismo dijiste hace seis meses. No, sé que no cambiará.

Nick recapacitó y se dijo que debería de haberse tomado esa conversación como lo que era: un aviso. No obstante, en esos momentos sólo le interesaba la nueva historia que estaba preparando sobre las pruebas nucleares en Los Álamos. Ella esbozó una sonrisa insegura cuando se despidió de él, y Nick dedicó unos segundos a pensar en esa expresión mientras estaba sentado en el avión; pero cuando regresó a casa, Selena se comportó como si nada hubiera pasado, y pasaron todo el fin de semana acurrucados cariñosamente en la cama. Fue entonces cuando ella empezó a hablar de tener un hijo, y a pesar de que Nick se sintió inicialmente nervioso, poco a poco se fue animando con la idea. Pensó que ella se había resignado a sus viajes; sin embargo, la armadura protectora de su relación se había resquebrajado irreparablemente, y unas imperceptibles fisuras empezaron a aflorar con cada nueva ausencia. La separación se materializó un año más tarde, justo un mes después de asistir a una cita concertada con un médico de la zona Upper East Side, quien selló el futuro de ellos irremediablemente. Las consecuencias fueron letales, incluso peor que las malas caras a causa de sus constantes viajes por trabajo. Esa visita marcó el final de su relación, y Nick fue plenamente consciente de ello.
—No puedo continuar así —se sinceró Selena más tarde—. Me gustaría seguir intentándolo, y una parte de mí siempre estará enmorada de ti; pero no puedo.

No fue necesario que dijera nada más, y en los duros momentos de soledad después del divorcio, Nick a veces se cuestionaba si alguna vez ella había llegado a amarlo. Podrían haberlo conseguido, se decía a sí mismo. Pero al final comprendió intuitivamente por qué ella lo había abandonado, y no le guardó ningún rencor. Ahora incluso hablaban de vez en cuando por teléfono, a pesar de que Nick no tuvo el coraje de asistir a la boda de Selena con un abogado que vivía en Chappaqua tres años más tarde de su separación.

Hacía siete años que se habían divorciado, y para ser honestos, era la única experiencia adversa que le había deparado la vida. Sabía que poca gente podía decir eso. Jamás había sufrido ningún accidente grave, tenía una vida social muy activa, y no estaba afligido por ningún trauma psicológico infantil como parecía que le pasaba a la mayoría de su generación. Sus hermanos y respectivas esposas, sus padres e incluso sus abuelos —los cuatro ya pasaban de los noventa años— gozaban de buena salud. Además, estaban muy unidos: un par de fines de semana al mes, el clan que aún continuaba aumentando en número se reunía en casa de sus padres, que todavía vivían en la casa de Queens donde se crió Nick. Tenía diecisiete sobrinos, y a pesar de que a veces se sentía fuera de lugar en las reuniones familiares, ya que era el único soltero en medio de una familia compuesta por parejas felizmente casadas, sus hermanos eran lo suficientemente respetuosos como para no meter las narices en los motivos que lo llevaron a divorciarse de Selena.

Y él había superado el mal trago, al menos la mayor parte del tiempo. A veces, sin embargo, cuando estaba conduciendo solo como ahora, sentía una punzada de dolor en el pecho al imaginar lo que habría podido llegar a ser, pero luego se decía que ya no tenía remedio. Afortunadamente, el divorcio no le había originado ninguna clase de resentimiento hacia el sexo opuesto.

Un par de años antes Nick se había interesado por un estudio sobre si la percepción de la belleza era el producto de unas normas culturales o genéticas. En dicho estudio se solicitó a unas mujeres atractivas y a otras no tan atractivas que sostuvieran a niños pequeños en brazos, y se comparó la prolongación del contacto visual entre las mujeres y los niños. El estudio, que fue ponderado por las revistas Newsweek y Time, demostró una correlación directa entre la belleza y el contacto visual: los niños miraban a las mujeres atractivas durante más rato, lo cual sugería que las percepciones de la belleza son instintivas.

Nick estuvo a punto de escribir una columna para criticar el citado estudio, en parte porque omitía algunas puntualizaciones que él consideraba básicas. Cierto, la belleza exterior podía atraer miradas —él era tan susceptible a los encantos de una supermodelo como cualquier otro hombre—, pero siempre había defendido que determinados rasgos como la inteligencia y la pasión eran mucho más atractivos e influyentes. Para descifrar esas cualidades, se precisaba más que un instante, y la belleza no tenía nada que ver con ello. La belleza podía ser un factor determinante a corto plazo, pero a medio y a largo plazo, las normas culturales —básicamente aquellos valores y normas inculcados por la familia— eran más importantes. Su editor, sin embargo, consideró que la idea era «demasiado subjetiva» y le sugirió que escribiera un artículo sobre el uso excesivo de antibióticos en la alimentación de los pollos, que tenía el potencial de convertir el estreptococo en la próxima plaga bubónica. Muy a su pesar, Nick tuvo que admitir que la sugerencia no carecía de sentido: el editor era vegetariano, y su esposa era increíblemente guapa y tan brillante como el cielo de Alaska en los meses de invierno.

Editores. Hacía tiempo que había llegado a la conclusión de que la mayoría de ellos eran una panda de hipócritas. Pero, al igual que en casi todas las profesiones, suponía, los hipócritas tendían a ser tanto personas apasionadas como duchas en política —en otras palabras, sobrevivientes corporativos—, lo cual significaba que eran ellos los que no sólo distribuían los trabajos sino los que acababan sufragando los gastos.

Pero quizá, tal y como Nate había sugerido, pronto podría librarse de ese círculo. Bueno, no completamente. Probablemente Alvin tenía razón cuando afirmaba que los productores de programas televisivos no diferían en nada de los editores, si bien al menos en televisión pagaban unos estipendios más elevados, y eso se traducía en la posibilidad de poder permitirse el lujo de elegir los proyectos, en lugar de tener que andar negociando durante casi todo el tiempo. Selena tenía razón cuando le dijo que trabajaba demasiado y que no creía que fuera capaz de cortar con ese ritmo frenético. Habían transcurrido quince años y seguía trabajando tanto como al principio. Quizá las historias que ahora tocaba eran más interesantes, o le costaba menos colocar sus artículos gracias a las relaciones que había establecido a lo largo de todos esos años, pero ninguno de esos dos motivos cambiaba el reto esencial de tener que buscar incansablemente nuevas historias que despuntaran por su originalidad. Todavía se veía obligado a redactar una docena de columnas para el Scientific American, una o dos investigaciones de cierta calidad, más unos quince artículos de menor importancia al año, algunos de ellos sobre temas de actualidad, según la estación del año. ¿Se acercaba Navidad? Entonces tocaba escribir una historia sobre el verdadero san Nicolás, que nació en Turquía, llegó a ser obispo de Myra, y se hizo famoso por su generosidad, su amor por los niños y su preocupación por los marineros. ¿Se acercaba el verano? Entonces, ¿por qué no escribir una historia sobre o bien (posibilidad a) el calentamiento global y el innegable aumento de 0,8 grados en la temperatura durante los últimos cien años, y el impacto negativo, similar a lo acaecido en el Sahara, que ese cambio provocaría en Estados Unidos, o bien (posibilidad b) la aproximación de una nueva Edad de Hielo a consecuencia del calentamiento global, que convertiría el territorio de Estados Unidos en una enorme tundra helada. Para el Día de Acción de Gracias, en cambio, lo más apropiado era sacar a colación la vida de los colonizadores ingleses denominados «peregrinos», y no hablar únicamente de su gesto de amistad al invitar a cenar a los indios, sino también incluir la caza de brujas de Salem, las epidemias de la viruela, y la desagradable tendencia que tenían esos colonizadores hacia el incesto.

Las entrevistas con reputados científicos y los artículos sobre satélites o proyectos de la NASA siempre eran bien recibidos por cualquier revista durante cualquier mes del año, y la misma aceptación tenían los artículos sobre drogas (legales e ilegales), sexo, prostitución, juegos de apuestas, alcohol, litigios relativos a asentamientos masivos, y cualquier cosa, absolutamente cualquier cosa, referente al mundo sobrenatural. Estos últimos casos solían tener muy poco —o nada— que ver con la ciencia y mucho que ver con farsantes como Clausen.

No podía negar que su trabajo no se asemejaba en absoluto a como había imaginado que sería la vida de periodista. En la Universidad de Columbia —Nick fue el único de sus hermanos que cursó estudios superiores y se convirtió en el primer miembro de su familia en obtener un título universitario, un hecho que su madre no se cansaba de referir a todo el mundo siempre que se le presentaba la ocasión—, se graduó en física y en química, con la intención de hacerse profesor. Pero una novia que trabajaba en la gaceta universitaria lo convenció para que escribiera un artículo sobre la subjetividad de los puntos del examen SAT —basándose en las estadísticas— en el proceso de admisión a las universidades del país. Cuando su artículo provocó numerosas huelgas estudiantiles, Nick se dio cuenta de que se le daba bien escribir. No obstante, su introducción en el mundo del periodismo no tuvo lugar hasta que su padre fue víctima de una gran estafa de casi 40.000 dólares por parte de un asesor financiero de pacotilla antes de que Nick se graduara. Con la casa de la familia en peligro —su padre era conductor de autobuses y trabajó para la Autoridad Portuaria hasta que se jubiló—, Nick se saltó la ceremonia de graduación para dar caza al timador. Investigó los archivos de los juzgados sin descanso, se entrevistó con colegas del estafador, y finalmente redactó un informe con unos datos increíblemente precisos.

Cosas del destino, en la oficina del fiscal del distrito de Nueva York estaban más interesados en pescar un pez más gordo en vez de a un mediocre timador aficionado, así que Nick tuvo que volver a revisar sus fuentes, condensar sus notas y escribir su primera declaración oficial. Al final logró salvar la casa, y el informe llegó a manos del editor de la revista New York, quien lo convenció de que la vida de profesor era muy aburrida y, con unas grandes dosis de halagos e interminables sermones acerca de la persecución del gran sueño americano, le sugirió que escribiera un artículo sobre Leffertex, un antidepresivo que se hallaba en estudios clínicos de fase III y que había suscitado una enorme polémica en los medios de comunicación.

Nick aceptó la sugerencia. Dedicó dos meses al proyecto, sufragando él mismo todos los gastos del trabajo. Al final su artículo consiguió que el laboratorio fabricante del medicamento tuviera que retirarlo del mercado hasta previa inspección y aprobación de las autoridades sanitarias estadounidenses. Después de eso, en lugar de matricularse en el Instituto Tecnológico de Massachusetts para cursar un máster, viajó a Escocia con un grupo de científicos que investigaban las pruebas de la existencia del monstruo del lago Ness y escribió el primero de sus artículos sensacionalistas. Estuvo presente en la confesión que realizo un reputado cirujano en su lecho de muerte, quien admitió que la fotografía que había tomado del monstruo en 1933 —la fotografía que catapultó la leyenda a la fama— había sido retocada por él y un amigo un domingo por la tarde sólo como una broma práctica. El resto, como ellos dijeron, ya era historia.

Sin embargo, quince años a la caza de historias eran quince años a la caza de historias, y ¿qué había recibido a cambio? Tenía treinta y siete años, estaba soltero y vivía en un apartamentucho de una sola habitación en el Upper West Side, y se dirigía a Boone Creek, en el estado de Carolina del Norte, para aclarar un caso sobre unas luces misteriosas que aparecían en un cementerio.
Perplejo como siempre de los extraños derroteros que había tomado su vida, sacudió varias veces la cabeza. El gran sueño americano. Todavía estaba ahí fuera, esperándolo, y todavía albergaba esperanzas de alcanzarlo. Mas sólo ahora se empezaba a cuestionar si la televisión sería el medio que lo conduciría directamente a ese sueño.
 

La historia de las luces misteriosas se remontaba a una carta que había recibido un mes antes. Cuando la leyó, se dijo que sería la historia ideal para Halloween. Según el ángulo desde el que encauzara la historia, ese artículo podría interesarles a los del Southern Living o incluso a los del Reader's Digest para su número de octubre; si acababa siendo más literario que narrativo, quizá podría interesarle a Harper's o incluso al New Yorker. Por otro lado, si era un montaje del pueblo para atraer la atención, como en el caso de los ovnis en Roswell, Nuevo México, la historia podría ser apropiada para alguno de los diarios del sur más leídos, que incluso podría sufragar el coste del viaje. O si procuraba no extenderse demasiado, podría usar el artículo para su columna. Su editor en el Scientific American, a pesar del sello de seriedad que siempre intentaba imprimir en los contenidos de la revista, también estaba inmensamente interesado en incrementar el número de suscriptores y hablaba de ello sin parar. Sabía de sobra que al público le gustaban las historias sobre fantasmas. Sí, podía hacerse rogar mientras clavaba una mirada perdida en la foto de su esposa simulando evaluar los inconvenientes, pero jamás dejaba escapar una historia como ésa. A los editores les pirraban los temas sensacionalistas tanto como la miel a las abejas, ya que eran plenamente conscientes de que sin suscriptores no había negocio. Y los temas sensacionalistas, aunque resultara triste aceptarlo, se estaban convirtiendo en uno de los elementos indispensables en los medios de comunicación.

En el pasado, Nick había investigado siete historias sobre apariciones de fantasmas; cuatro habían acabado en sus columnas de octubre. Algunas no habían llegado a destacar —visiones espectrales que nadie podía documentar científicamente—, pero tres de ellas estaban vinculadas con poltergeists, o dicho de otro modo, espíritus traviesos que se dedicaban a mover objetos o a ocasionar daños. Según los investigadores de lo paranormal —el oxímoron de referencia para Nick—, los poltergeists se sentían generalmente atraídos por una persona en particular en lugar de por un lugar. En cada uno de los casos que Nick había investigado, incluyendo aquellos que se publicaban en algún medio de comunicación perfectamente documentados, el fraude había sido el origen de los misteriosos eventos.

Pero se suponía que las luces de Boone Creek eran una cuestión diferente. Por lo que parecía, eran lo suficientemente predecibles como para permitir que los del pueblo organizaran una «Gira por el cementerio encantado» y una «Visita guiada por las casas históricas», y en dichas salidas, según se aseguraba en el folleto, la gente no sólo vería casas que databan de mediados del siglo xviii, si el tiempo lo permitía, sino también «a los atormentados antepasados de nuestra localidad en su marcha nocturna hacia los infiernos».

Había recibido el folleto, que se completaba con unas fotos de la localidad y un par de frases melodramáticas, junto con una carta. Mientras conducía, recordó su contenido.

Apreciado señor Jonas:
Me llamo Doris McClellan, y hace dos años leí su historia en la revista Scientific American acerca del poltergeist que azotaba la mansión de Brenton Manor en Newport, Rhode Island. Rápidamente pensé en escribirle, pero no sé por qué razón no lo hice. Supongo que simplemente cambié de parecer, pero debido al cauce por el que están discurriendo las cosas en mi pueblo en los últimos días, creo que será mejor que le cuente lo que sucede.
No sé si ha oído alguna vez hablar del cementerio de un pequeño pueblo de Carolina del Norte llamado Boone Creek, pero, según cuenta una leyenda, el cementerio está maldito, asediado por los espíritus de antiguos esclavos. En invierno —enero hasta principios de febrero—, unas luces azules parecen danzar encima de las tumbas cuando hay niebla. Algunos dicen que son como luces estroboscopias; otros aseguran que son del tamaño de una pelota de baloncesto. Yo también las he visto, y me recordaron a las luces de colores que hace bastantes años se proyectaban en las paredes y en el techo de las discotecas. El año pasado un grupo de investigadores de la Universidad de Duke se desplazó hasta aquí; creo que eran meteorólogos o geólogos o algo por el estilo. Ellos también vieron las luces, pero no pudieron dar ninguna explicación lógica del fenómeno, y la prensa local publicó un extenso artículo acerca del misterio. Quizá le apetezca escaparse unos días al sur para intentar esclarecer este caso.
Si necesita más información, no dude en llamarme al restaurante Herbs de Boone Creek.

La remitente de la carta agregaba más información de contacto. Nick había examinado seguidamente el folleto, elaborado por la Sociedad Histórica local. Leyó unos fragmentos que describían algunas de las casas que se podían ver en la gira, repasó la información sobre el desfile y el baile que iba a tener lugar el viernes por la noche en un granero del pueblo, y enarcó una ceja sorprendido ante el anuncio de que, por primera vez, se realizaría una visita al cementerio el sábado por la noche. En la parte posterior del folleto —rodeado por lo que parecían unos esbozos de la película Casper— se incluían el testimonio de varias personas que habían visto las luces y un extracto de lo que parecía un artículo de prensa. En el centro destacaba una fotografía borrosa de una intensa luz en lo que podía, o no, ser el cementerio (el pie de foto aseguraba que sí que lo era).

No es que el caso se asemejara al de Borely Rectory, la laberíntica rectoría victoriana situada en la ribera norte del río Stour en Essex, Inglaterra, y considerada la casa encantada más famosa de la historia, en la que se podían oír lamentos y gemidos que helaban la sangre a uno, ver a caballeros decapitados, escuchar música de órgano esperpéntica y el melancólico tañer de campanas. No obstante, la historia parecía suficientemente interesante como para despertar su interés.

No pudo encontrar el artículo que Doris mencionaba en la carta —la página electrónica del diario local no disponía de hemeroteca—, así que contactó con varios departamentos de la Universidad de Duke hasta que finalmente consiguió el proyecto original de la investigación. Lo habían redactado tres becarios que estaban realizando estudios de doctorado, y a pesar de que tenía sus nombres y números de teléfono, no vio razón para llamarlos. El informe de la investigación no aportaba ninguno de los detalles que Nick esperaba encontrar. En lugar de eso, se limitaba a acreditar la existencia de las luces y el correcto funcionamiento del material que habían empleado los estudiantes; en pocas palabras, ninguna información relevante. Además, si algo había aprendido en los últimos quince años, era a no fiarse del trabajo de nadie excepto del suyo propio.

Sí, ése era el vergonzoso secreto más bien guardado de aquellos que se dedicaban a escribir artículos para revistas. Mientras que todos los periodistas alegaban hacer sus propias investigaciones y la mayoría lo hacía en cierta manera, todavía confiaban demasiado en las opiniones y las verdades a medias que se habían publicado con anterioridad. Por esa razón solían cometer errores con bastante frecuencia, habitualmente pequeños errores, aunque a veces eran más que notables. Cada artículo en cada revista contenía errores, y dos años antes Nick había escrito un artículo precisamente sobre ese asunto, exponiendo los hábitos menos laudables de sus compañeros de profesión.

Sin embargo, su editor se negó a publicar el artículo. Y ninguno otra revista mostró el más mínimo interés por el trabajo.

Contempló por la ventana los robles que poco a poco iba dejando atrás en el camino, preguntándose si necesitaba cambiar de profesión, y súbitamente sintió deseos de haber analizado esa historia de los fantasmas de Boone Creek con más profundidad. ¿Y si no existían tales luces? ¿Y si esa mujer que le había escrito la carta lo había engañado? ¿Qué pasaría si la leyenda no diera de sí como para escribir un artículo entero? Sacudió la cabeza varías veces. No, no valía la pena perder el tiempo con esas elucubraciones; ahora ya era tarde. Prácticamente había llegado a la localidad en cuestión, y seguramente Nate debía de estar muy ocupado atendiendo llamadas telefónicas en Nueva York.

En el maletero, Nick llevaba todo el material necesario para cazar fantasmas (tal y como se especificaba en el libro Ghost Busters for Real!, un manual que había comprado únicamente por afán de divertirse después de una noche sobrecargada de cócteles). Llevaba una cámara Polaroid, una cámara de 35 mm, cuatro cámaras de vídeo y trípodes, una grabadora y micrófonos, un detector de radiación de microondas, un detector electromagnético, una brújula, gafas de visión nocturna, un ordenador portátil, y otros artilugios similares.

Después de todo, se trataba de hacerlo bien. Cazar fantasmas no era un trabajo para neófitos.

Tal y como era de esperar, su editor se había quejado del elevado coste de los trastos que había adquirido últimamente con la excusa de que eran vitales para llevar a cabo investigaciones de ese calibre. Nick le había explicado que la tecnología avanzaba a grandes zancadas y que los artilugios que había comprado el año anterior eran el equivalente a herramientas prehistóricas de piedra y sílex, fantaseando ante la posibilidad de no escatimar gastos y comprar esa mochila especial con rayo láser incluido que Bill Murray y Harold Ramis exhibían en la película Los cazafantasmas. Le habría encantado ver la cara contrariada de su editor frente a ese carísimo juguete. Al final siempre acababa sucediendo lo mismo: su editor, mascando un tallo de apio excitadamente, como si se tratara de un conejo que estuviera bajo los efectos de las anfetaminas, accedía a firmar la factura. Seguramente se pondría de muy mala gaita si la historia acababa apareciendo en televisión en lugar de en su columna.

Sin borrar la sonrisa socarrona de sus labios al imaginar la expresión contrariada de su editor, Nick sintonizó diferentes emisoras de radio —rock, hip-hop, country, gospel— antes de decidirse finalmente por un programa en una radio local en el que estaban entrevistando a dos pescadores de platijas, que defendían apasionadamente la necesidad de disminuir el peso de los peces que se les autorizaba pescar. El entrevistador, que parecía sumamente interesado en el tema, hablaba con un marcado timbre nasal. Después de la entrevista escuchó varias cuñas publicitarias sobre las armas y las monedas que se podían admirar en la Logia Masónica de Grifton, y los cambios de última hora en los equipos de las tradicionales carreras automovilísticas Nascar.

El tráfico se incrementó cerca de Greenville, y Nick dio un rodeo cerca del campus de la East Carolina University para evitar pasar por el centro de la ciudad. Cruzó las amplias y salobres aguas del río Pamlico y tomó una carretera rural. A medida que se adentraba en el campo, el pavimento se fue estrechando progresivamente, y Nick tuvo la sensación de estar prensado entre los áridos campos invernales, los matorrales cada vez más espesos, y alguna que otra granja que aparecía esporádicamente. Unos treinta minutos más tarde, avistó Boone Creek.

Después del primer y único semáforo, el límite de velocidad permitido se redujo a cuarenta kilómetros por hora, y al aminorar la marcha, se dedicó a contemplar el paisaje con tristeza. Aparte de la docena de casas móviles dispuestas de forma aleatoria a ambos lados de la carretera y después de cruzar un par de calles transversales, sólo distinguió dos gasolineras destartaladas y un almacén de neumáticos que se anunciaba con un rótulo, Neumáticos de Leroy, coronando una torre de ruedas usadas que en cualquier otra jurisdicción habría sido considerada eminentemente peligrosa por la posibilidad de convertirse en una pira altamente combustible. Nick llegó al otro extremo de la localidad en cuestión de un minuto, y en ese punto volvió a incrementarse el límite de velocidad autorizado. Dio un golpe de volante y detuvo el coche en el arcén.

O la Cámara de Comercio había usado fotografías de otro pueblo en su página electrónica, o se le escapaba algo. Asió el mapa para volverlo a inspeccionar y sí, según su versión de Rand McNally, se hallaba en Boone Creek. Echó un vistazo por el retrovisor preguntándose dónde diantre estaba el pueblo. Las tranquilas calles bordeadas por hileras de árboles, las azaleas en flor, las bellas mujeres...

Mientras intentaba averiguar qué era lo que fallaba, divisó el campanario blanco de una iglesia que despuntaba por encima de los arboles y decidió dirigirse hacia una de las calles transversales que acababa de cruzar. Después de una curva serpentina, todo a su alrededor cambió drásticamente, y pronto se encontró conduciendo a través de un pueblo que debía de haber sido singular y pintoresco en su día, pero que ahora parecía a punto de morir de longevidad. Los porches decorados con banderas americanas y macetas colgantes ornamentadas con plantas no conseguían disimular la pintura deteriorada y las paredes enmohecidas debajo de los aleros. Los jardines quedaban ensombrecidos por enormes magnolios, pero las vallas de setos perfectamente recortados sólo lograban ocultar parcialmente las estructuras resquebrajadas de las casas. A pesar de todo, lo que vio le pareció francamente acogedor. Un par de parejas de ancianos arropados con jerséis y sentados en las mecedoras de sus porches lo saludaron con la mano.

Necesitó un poco de tiempo para percatarse de que no le saludaban porque creyeran reconocerlo, sino porque esa gente era así de genuina y saludaba a todo el que pasaba. Serpenteó por las calles hasta que finalmente llegó al pequeño embarcadero, y una vez allí constató que el pueblo se había erigido en la confluencia del afluente Boone y el río Pamlico. Mientras pasaba por la calle Comercial, que sin duda había sido un próspero distrito antaño, tuvo la sensación de que el pueblo había entrado en una fase agonizante. Entre los locales vacantes y las lunas de varios escaparates cubiertas por carteles variopintos o páginas de diario, Nick divisó dos tiendas de antigüedades abiertas, una deslucida cafetería, un bar llamado Lookilu y una barbería. Casi todos los establecimientos exhibían nombres con reminiscencias locales, y si bien tenían aspecto de haber estado operativos durante décadas, parecía como si ahora libraran una batalla perdida contra su extinción. El único vestigio de vida moderna eran las camisetas de vivos colores con eslóganes llamativos como ¡Los fantasmas de Boone Creek no han podido conmigo!, que engalanaban el escaparate de lo que probablemente era la versión rural y sureña de un bazar.

Encontró sin ninguna dificultad el Herbs, el restaurante donde trabajaba Doris McClellan. Estaba al final de la calle en un edificio victoriano de finales de siglo de color melocotón. Vio coches aparcados delante de la puerta y en el pequeño aparcamiento con el suelo de gravilla que había justo al lado del local. Distinguió varias mesas dispersas a través de las cortinas de las ventanas y también en el porche. Por lo que pudo ver, todas las mesas estaban ocupadas, así que decidió dar una vuelta por el pueblo y regresar más tarde para conversar con Doris, cuando hubiera disminuido el volumen de trabajo.

Se fijó en el inmueble donde se ubicaba la Cámara de Comercio, un pequeño edificio de ladrillo situado en los confines del pueblo que pasaba totalmente desapercibido, y se dirigió hacia la carretera principal. Se detuvo impulsivamente en una de las gasolineras.

Después de quitarse las gafas de sol, Nick bajó el cristal de la ventana. El propietario tenía el pelo cano e iba ataviado con un mono deslustrado y una vieja gorra. Se levantó lentamente de la silla que ocupaba y se dirigió con paso parsimonioso hacia el coche, mascando algo que Nick supuso que debía de ser tabaco.
—¿Puedo ayudarle en algo? —dijo con un acento marcadamente sureño al tiempo que exhibía unos dientes con manchas de color marrón. En la chapa de identificación que lucía se podía leer su nombre: Tully.
Nick le preguntó la dirección para ir al cementerio, pero en lugar de responder, el propietario miró a Nick con sumo detenimiento.
—¿Quién se ha muerto? —preguntó finalmente. Nick parpadeó desconcertado.
—Perdón, ¿cómo dice?
—Va a un entierro, ¿no? —inquirió el propietario.
—No, simplemente quería ver el cementerio.
El hombre asintió.
—Pues parece que vaya a un entierro.

Nick se fijó en su ropa: americana negra sobre un jersey de cuello de cisne también negro, pantalones téjanos negros, y zapatos Bruno Magli negros. Realmente Tully tenía razón.
—Supongo que es porque me gusta el color negro. Bueno, ¿puede indicarme cómo llegar...?
El propietario se echó la gorra hacia atrás y empezó a hablar lentamente.
—No soporto los entierros. Me recuerdan que debería ir a misa con más frecuencia para expiar todos mis pecados antes de que sea demasiado tarde. ¿A usted no le sucede lo mismo?
Nick no sabía qué contestar. No era la típica pregunta que le hacian a menudo, especialmente como respuesta a una petición sobre direcciones.
—No, no me ha pasado nunca —se aventuró a articular finalmente.
El propietario sacó un trapo sucio del bolsillo y empezó a limpiarse las manos grasientas.
—Me parece que usted no es de aquí. Lo digo por su acento.
—Soy de Nueva York —aclaró Nick.
—Ah, he oído hablar mucho de esa ciudad, pero nunca he estado allí —comentó mientras observaba el Taurus que Nick conducía—. ¿Es suyo ese coche?
—No, es de alquiler.

El individuo asintió con la cabeza, y no dijo nada más durante un rato.
—Siento insistir en el cementerio, pero ¿puede indicarme cómo llegar hasta allí, por favor? —lo acució Nick.
—Ah, sí. ¿Cuál de ellos?
—Creo que se llama Cedar Creek.
El propietario lo observó con curiosidad.
—¿Y para qué quiere ir a ese lugar? Si no hay nada interesante. Hay otros cementerios más agradables al otro lado del pueblo.
—Ya, pero es que estoy interesado precisamente en ése.
El hombre no pareció escucharlo.
—¿Tiene algún familiar enterrado ahí?
—No.
—Usted debe de ser uno de esos magnates de los negocios, ¿no? ¿No estarán pensando en construir un complejo turístico o unos grandes almacenes en esos terrenos?
Nick sacudió la cabeza decididamente.
—No, no soy un hombre de negocios. Soy periodista.
—A mi mujer le encantan los grandes almacenes. Y los complejos turísticos también. No estaría mal construir uno.
—Ah —dijo Nick, preguntándose cuánto tiempo más se prolongaría ese diálogo sin sentido—. Ojalá pudiera ayudarle, pero no tengo nada que ver con los promotores inmobiliarios.
—¿Necesita gasolina? —preguntó Tully desplazándose hasta la parte posterior del coche.
—No, gracias.
Pero el hombre ya estaba desenroscando el tapón.
—¿Premium o normal?
Nick sacó la cabeza por la ventana y la giró para mirarlo, armándose de paciencia.
—Normal, supongo.

Después de llenar el depósito, el propietario se quitó la gorra y se pasó la mano por el pelo mientras se acercaba nuevamente; a la ventanilla del conductor.
—Si tiene algún problema con el coche, no dude en venir a verme. Puedo arreglar las dos clases de coches, y por un módico precio, además.
—¿Las dos clases?
—Extranjeros y de los nuestros —replicó—. ¿A qué pensaba que me refería?
Sin esperar la respuesta, el hombre sacudió la cabeza, como si pensara que Nick era un poco idiota.
—Me llamo Tully, ¿y usted?
—Nick Jonas.
—¿Y me ha dicho que es anestesista?
—Periodista.
—No tenemos ningún anestesista en el pueblo, pero hay unos cuantos en Greenville.
—Ah —repuso Nick, sin preocuparse por corregirlo—. De todos modos, volviendo a lo de la dirección a Cedar Creek...
Tully se frotó la nariz y desvió la vista hacia la carretera. Luego volvió a mirar a Nick.
—Bueno, ahora no verá nada. Los fantasmas no aparecen hasta que se hace de noche, si es eso lo que busca.
—¿Cómo?
—Los fantasmas. Si no tiene a ningún pariente enterrado en ese cementerio, entonces seguramente está aquí por lo de los limusinas, ¿no?
—¿Ha oído hablar de los fantasmas?
—Pues claro. Yo mismo los he visto con mis propios ojos. Pero si quiere verlos, tendrá que ir a la Cámara de Comercio y Comprar una entrada.
—No me diga que es necesario pagar para verlos.
—Hombre, no se puede entrar así por las buenas en una casa ajena, ¿no le parece?

Nick necesitó unos instantes para comprender sus palabras.
—No, claro —convino finalmente—. Se refiere a la «Visita guíada por las casas históricas» y a la «Gira por el cementerio encantado», ¿verdad?
Tully miró fijamente a Nick, como si pensara que estaba hablando con la persona más obtusa sobre la faz de la Tierra.
—Pues claro que estoy hablando de la gira. ¿A qué otra cosa cree que me refería?
—No estoy seguro —balbuceó Nick—. Y ahora, si me hace el favor de indicarme cómo llegar hasta...
Tully sacudió la cabeza con obcecación.
—De acuerdo, de acuerdo —contestó, como si de repente hubiera decidido tirar la toalla. A continuación señaló hacia el pueblo—. Tiene que regresar por donde ha venido, atravesar el pueblo, luego seguir por la carretera principal hasta llegar a un cruce a unos seis kilómetros de donde se acaba la carretera principal. Gire a la derecha y continúe hasta que llegue a una bifurcación, y siga hasta llegar a casa de Wilson Tanner. Gire a la derecha, donde hay un coche abandonado, siga un poco más adelante, y ya verá el cementerio.
Nick asintió.
—De acuerdo.
—¿Está seguro de que me ha entendido?
—Un cruce, la casa de Wilson Tanner, un coche abandonado —repitió como un robot—. Muchas gracias por su ayuda.
—No hay de qué. Encantado de servirle. Me debe siete dólares y cuarenta y nueve céntimos por la gasolina.
—¿Acepta tarjetas de crédito?
—No. Nunca me han gustado esos cacharros. No soporto que el gobierno me controle, que sepa cada movimiento que hago. Mi vida es sólo mía y de nadie más.
—Pues eso es un problema —repuso Nick mientras buscaba su billetero—. He oído que el gobierno dispone de espías por todos lados.
Tully asintió como si fuera totalmente consciente de ello.
—Supongo que ustedes, los médicos, lo tienen peor. Precisamente eso me recuerda que...
 

Tully continuó parloteando sin parar durante los siguientes quince minutos. Nick aprendió bastantes cosas acerca de las inclemencias del tiempo, los ridículos edictos del gobierno, y cómo Wyatt —el propietario de la otra gasolinera del pueblo— timaría a Nick si a éste se le ocurría ir allí a repostar, ya que manipulaba la calibración de los surtidores de gasolina tan pronto como el camión de la compañía petrolera Unocal desaparecía de vista. Pero básicamente se dedicó a escuchar los problemas que Tully tenía con la próstata, que lo obligaba a levantarse de la cama por lo menos cinco veces cada noche para ir al baño. Le pidió la opinión a Nick, puesto que era médico. También se interesó por el Viagra.

Después de embutirse tabaco en la boca un par de veces más, un coche se detuvo al otro lado del surtidor de gasolina, y Tully se vio obligado a interrumpir su charla. El conductor abrió el capó, Tully echó un vistazo al interior, manoseó algunos cables, escupió a un lado y le aseguró al individuo que podía arreglarlo, pero que tendría que dejarle el coche por lo menos una semana porque en esos momentos estaba muy ocupado. Parecía como si el desconocido ya esperase esa respuesta, y un momento más tarde estaban los dos enfrascados en una charla sobre la señora Dungeness y la anécdota de una comadreja que se había colado en su cocina la noche anterior y se había comido toda la fruta del frutero.

Nick aprovechó la oportunidad para escabullirse. Se detuvo en el bazar para comprar un mapa y un paquete de postales con los lugares más destacados de Boone Creek, y acto seguido se dirigió hacia el cementerio por una carretera sinuosa que lo llevó hasta los confines del pueblo. Por arte de magia encontró primero el cruce y luego la bifurcación, pero lamentablemente no vio la casa de Wilson Tanner. Reculó un poco y finalmente descubrió un estrecho sendero de gravilla prácticamente oculto entre la maleza que había crecido desmesuradamente a ambos lados.

Condujo lentamente y con precaución por la superficie minada de socavones hasta que el camino empezó a despejarse. A la derecha ha vio un poste que anunciaba que se estaba acercando a la colina de Riker's Hill —un enclave famoso por haber sido escenario de uno de los combates de la guerra civil— y escasos momentos después se detuvo delante de la verja de la entrada de cementerio de Cedar Creek. Riker's Hill, la única colina en esa parte del estado, sobresalía como una majestuosa torre a su espalda. Cualquier cosa habría sobresalido en ese paraje totalmente plano, tan plano como las platijas de las que hablaban los pescadores en el programa de radio.

Rodeado por columnas de ladrillo y una herrumbrosa valla de hierro forjado, el cementerio de Cedar Creek se asentaba en un pequeño valle, dando la impresión de hundirse lentamente. Los terrenos estaban bañados por la sombra de una veintena de robles con los troncos revestidos de musgo, pero el enorme magnolio en la pequeña explanada central dominaba toda la escena. Las raíces se desplegaban por encima de la tierra, alejándose del tronco, como si de unos dedos artríticos se tratara.

A pesar de que el cementerio debió de haber sido un reducto lindado y apacible antaño, en esos momentos el aspecto que tenía era de absoluto abandono. El sendero que nacía detrás de la verja estaba anegado de lodo, con unas acanaladuras profundas originadas por el agua de la lluvia, y finalmente desaparecía debajo de una tupida alfombra de hojarasca. Los escasos tramos parcialmente cubiertos de césped parecían estar fuera de lugar. Por todos lados se podían ver ramas caídas, y el terreno ondulado le recordó a Nick el romper de las olas en una playa. Las malas hierbas crecían por doquier, sin ninguna clase de concierto entre las lápidas, que estaban resquebrajadas.

Tully tenía razón. No había nada que apreciar en ese lugar. Pero para ser un cementerio maldito —especialmente uno que acabaría saliendo por televisión—, era más que perfecto. Nick sonrió. El lugar parecía como si hubiera estado diseñado en los mismísimos estudios de Hollywood.

Salió del coche y estiró las piernas antes de ir en busca de la cámara de fotos que guardaba en el maletero. La brisa era fría, aunque sin propiciar las dentelladas árticas de la brisa de Nueva York. Aspiró profundamente y se impregnó del aroma de los pinos y de la hierba. Por encima de su cabeza unos cúmulos se desplazaban lentamente por el cielo, y un halcón solitario planeaba en círculos a lo lejos. Las laderas de Riker's Hill aparecían moteadas de pinos, y en los campos que se extendían en la base de la colina avistó un granero de tabaco abandonado y cubierto por kudzú al que le faltaba la mitad del tejado de hojalata. Se estaba derrumbando hacia un lado, y daba la impresión de que una leve ráfaga de viento sería suficiente para derribarlo al suelo sin compasión. Aparte del ruinoso edificio, no había ningún otro vestigio de civilización.

Nick oyó el chirrido de la verja cuando la empujó para abrirla; a continuación empezó a andar por el sendero enlodado. Contempló las lápidas que surgían a ambos lados del camino y se preguntó cómo era posible que no incluyeran ninguna inscripción, pero entonces se dio cuenta de que las inclemencias del tiempo y el paso de los años se habían encargado de borrar los grabados originales. Las pocas que llegó a vislumbrar databan de finales de 1700. Más arriba había una cripta prácticamente destruida. El techo y las paredes se habían desmoronado, y por debajo de los escombros, en medio del camino, asomaba un monumento hecho añicos. Después descubrió otras criptas derrumbadas y más monumentos caídos. Nick no vio ninguna prueba de vandalismo, sino de decadencia —si bien grave— natural. Tampoco parecía que hubieran enterrado a nadie en ese lugar en los últimos treinta años, lo cual explicaría por que tenía ese aspecto completamente abandonado de la mano de Dios.

Se detuvo debajo de la sombra del magnolio, preguntándole qué aspecto tendría ese lugar en una noche cerrada con una densa bruma. Probablemente pondría la piel de gallina a cualquiera, y eso debía de ser lo que provocaba que la gente imaginaba cosas insólitas. Pero ¿de dónde provenían las luces extrañas? Dedujo que los fantasmas eran simplemente el reflejo de la luz, convertida en un prisma de un mágico color azul, de las finas gotas de agua que se formaban en la niebla, aunque no vio farolas ni ninguna otra clase de iluminación en todo el recinto. Tampoco advirtió señales de algún riachuelo en Riker's Hill que pudiera ser el posible causante del efecto luminoso. Supuso que podían proceder de la luz de los focos de los automóviles, pero solo distinguió una única carretera cercana, y la gente se habría dado cuenta de esa simple conexión bastante tiempo atrás.

Tenía que conseguir un buen mapa topográfico del área, además del mapa de carreteras que acababa de comprar. Quizás en la biblioteca local podrían prestarle alguno. En cualquier caso, pasaría por la biblioteca para consultar la historia del cementerio y del pueblo. Necesitaba saber cuándo fue la primera vez que se detectaron las luces; eso podría aportarle alguna idea sobre su origen. Por supuesto, había pensado pasar un par de noches en el cementerio, si la niebla se dignaba a cooperar.

Durante un rato deambuló por el cementerio tomando fotos por aquí y por allá. No serían las que publicaría; le servirían como puntos de referencia en caso de que consiguiera fotos más antiguas del cementerio. Deseaba contrastar los cambios acaecidos a lo largo de los años, y de paso averiguar cuándo —o por qué— se habían desmoronado las criptas y los monumentos. También tomó una foto del magnolio. Sin lugar a dudas, era el ejemplar más grande que jamás había visto. Su tronco ennegrecido estaba totalmente arrugado, y dos de las ramas que colgaban desmayadamente lo habrían mantenido ocupado —a él y a mus hermanos— durante muchas horas en sus años infantiles. Si no hubieran estado rodeados de muertos, claro.

Mientras se dedicaba a revisar las fotos que había tomado con la cámara digital para asegurarse de que ya tenía suficientes, con el rabillo del ojo vio algo que se movía.

Apartó la cámara y vio a una mujer que avanzaba con paso decidido hacia él. Iba ataviada con unos pantalones vaqueros, unas botas y un jersey de color azul celeste que hacía conjunto con el enorme bolso que llevaba colgado del hombro. Su melena castaña le llegaba hasta los hombros, y su piel, de un ligero color aceitunado, hacía innecesario el uso de maquillaje; pero fue el color de sus ojos lo que lo cautivó: desde la distancia parecían casi violetas. Fuera quien fuese esa muchacha, había aparcado el coche justo detrás del suyo.

Por un momento imaginó que se acercaba para pedirle que se marchara de ese lugar. Quizá habían declarado ruinoso el cementerio y ahora no se podía entrar en esos terrenos por temor a que alguien resultara herido. Aunque a lo mejor su visita se debía a una simple coincidencia. Ella continuó caminando hacia él.
Nick pensó que se trataba de una coincidencia atractiva. Irguió la espalda, guardó la cámara en la funda, y dibujó una amplia sonrisa en sus labios cuando ella se aproximó.
—Hola, ¿qué tal? —la saludó.

Ella aminoró el paso ligeramente, aunque no mostró señal alguna de haberlo visto. Tenía la expresión ausente, pero Nick supuso que se detendría; mas en lugar de eso, le pareció oír el eco de su risa cuando pasó por su lado y continuó andando.
Nick se quedó unos instantes inmóvil, observando cómo se alejaba de él sin darse la vuelta. De repente, movido por un impulso irrefrenable, intentó llamar su atención.
—¡Eh! —gritó.
En lugar de detenerse, ella simplemente se dio la vuelta y regresó sobre sus pasos, con la cabeza erguida inquisitivamente. Nick vio la misma expresión ensimismada en su rostro.
—No debería mirarme de ese modo tan descarado —replicó la muchacha súbitamente—. A las mujeres nos gustan los hombres que saben comportarse con más sutileza.

Luego se dio la vuelta, se ajustó el enorme bolso en el hombro y prosiguió la marcha. En la distancia, Nick volvió a oír cómo se reía. Se quedó boquiabierto, absolutamente desconcertado y sin saber qué contestar.
Así que no estaba interesada en él. Bueno, daba igual. No obstante, cualquiera habría contestado cortésmente a su saludo con otro saludo. Quizá era un hábito del sur. Quizá los hombres la habían maltratado sin tregua y ella se había cansado de ser amable. O quizá no quería que la interrumpieran mientras hacía... hacía...

¿Hacía qué?

Ese era el problema de su profesión. Cualquier situación despertaba su curiosidad. Se recordó a sí mismo que lo que hiciera esa mujer no era de su incumbencia y, además, estaba en un cementerio. Probablemente había venido a visitar la tumba de un familiar o un conocido. Eso era lo que normalmente hacía la gente, ¿no?

Nick enarcó una ceja. La única diferencia era que en casi todos los cementerios alguien se encargaba de recortar la hierba y de mantener los parterres más o menos pulcros, pero en camino éste tenía el aspecto de San Francisco después del terremoto de 1906. Por unos instantes tuvo la tentación de seguirla para ver lo que pretendía hacer, pero había hablado con suficientes mujeres como para saber que el espiarlas podía incomodarlas mucho más que una simple mirada insistente. Y por lo que parecía, a ella no le gustaba que la mirasen descaradamente.

Nick hizo un esfuerzo por no observarla mientras desaparecía detrás de uno de los robles, zarandeando el bolso con gracia a cada paso.

Sólo después de haberla perdido de vista por completo, recordó que no había ido a ese lugar en busca de chicas monas. Tenía un trabajo que hacer, y su futuro dependía en cierta manera de eso. Dinero, fama, televisión, blablablá. Bueno, ¿qué era lo que tocaba hacer ahora? Ya había visto el cementerio... Podía echar un vistazo a los alrededores para familiarizarse con el lugar.

Regresó al coche y se alegró de haber sido capaz de no volverse ni una sola vez para ver si la muchacha lo estaba observando. Los dos podían jugar al mismo jueguecito. Eso, claro, si ella estaba interesada en averiguar lo que él estaba haciendo, y le daba la impresión de que ése no era el caso.

Una mirada furtiva desde el asiento del conductor corroboró su corazonada.

Puso el motor en marcha y aceleró lentamente; cuando se alejó del cementerio, notó que le era más fácil borrar de su mente la imagen de la muchacha y concentrarse en la tarea que lo ocupaba. Condujo un poco más para averiguar si había otros caminos —o bien de gravilla o bien asfaltados— que se cruzaran con la carretera por la que circulaba, e intentó distinguir, sin suerte, algún molino de viento o algún edificio con el techo de hojalata, mas ni siquiera divisó algo tan simple como una granja.

Con un golpe de volante, dio la vuelta y empezó a recorrer el trayecto en dirección opuesta, en busca de una carretera que lo llevara hasta la cima de Riker's Hill, pero finalmente abandonó la empresa sintiendo una enorme frustración. Cuando se aproximaba de nuevo al cementerio, se preguntó quién era el propietario de los terrenos que lo rodeaban y si Riker's Hill era una colina de acceso público o privado. Como avezado observador, también se fijó en que el coche de la mujer había desaparecido, lo que le provocó una inesperada sensación de contrariedad, que se esfumó tan rápido como había llegado.

Echó un vistazo a su reloj de pulsera. Pasaban unos escasos minutos de las dos, y supuso que la tanda de comidas en el Herbs estaría a punto de tocar a su fin. Quizá podría hablar con Doris. Quizá podría ver un poco la luz en ese tema.

Sonrió burlonamente para sí, preguntándose si la muchacha que había visto en el cementerio se habría reído ante ese comentario tan sutil.

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Sé que es re largo xD es culpa de Sparks :P xq esta es la adaptada :3 LOL okno bieen este es el segundo capítulo que espero se haya publicado bien o mato a alguien (? hahahahaha xD a quién? mmm... a quién quieren que mate? :D okno

Las amo <3 en unos días voy a publicar el primer capítulo de "Don't You Want Me?" :D sé que les va a gustar... eso espero (yn) haha amn... bueno, tengo cosas que decirles sobre esa historia pero lo hago en otra entrada :3 Hice una página de Facebook para el blog (aunque ya tenía una cuenta... LOL) pero igual :3 amn... está en aquí ------------->

Ajá :P la puse en las cosas esas del blog, abajo de las etiquetas :P

Lo más importante de este capítulo es que:
1. Nick está divorciado.
2. Ya llegó a donde tenía que llegar (?
3. La carta.
4. La chica que apareció en el cementerio :D creo ya saben quién es. :3

Eso es :P que yo me acuerde LOL amn... lo de 'Believer' no tiene nada que ver con Justin, x si se preguntaban...

Las amo, chicas, & Nunca dejen de creer :D xoxo AIMiller / Nicky AB.

NILEY FOREVER ~ (:

martes, 25 de octubre de 2011

Don't You Want Me? - Prólogo

Enero 2003. Central Park, New York City.

"Me encuentro sentada aquí, en una banca enfrente del lago de Central Park, en medio de la Ciudad de Nueva York. Estoy observando los gansos comer en el lago, a los pájaros volar de un árbol a otro y a los carruajes pasear con caballos dirigiéndolos. Entonces pienso en mis padres. Sobre todo en mi mamá. Ella nos traía aquí a mi hermana y a mí cuando éramos pequeñas. Nos traía a pasear, a darle de comer a los gansos del lago y a subirnos en los carruajes que antes mencioné. Papá casi nunca estaba en casa. Siempre estaba ocupado en su trabajo. Nunca llamaba y a veces llegaba de madrugada. Siempre fue la misma rutina en 12 años, y entonces mis padres decidieron divorciarse. Mamá se quedó con nosotras y a papá lo transfirieron a Inglaterra. Eso fue hace 6 años. 4 años luego mamá murió, y mi hermana Noah y yo nos quedamos solas. Una tía, hermana de mi madre se hizo cargo de nosotras para que no nos separaran, pero cuando cumplí la mayoría de edad hace unas semanas nos tuvo que dejar solas porque no podía mantenernos a ambas. Con un poco de dinero ahorrado y un poco del que nuestro padre nos manda estoy alquilando un pequeño departamento para mi hermana y para mí, cerca de Central Park. Por ahora eso es suficiente para mantenerme a mí, a mi hermana y pagar mis estudios de Universidad. Estoy estudiando medicina. Dentro de unos días comenzaré con mis prácticas en el Hospital de la Ciudad de Nueva York en el Upper East Side... donde de hecho vivo. Y necesitaré un empleo muy pronto.

Ojalá todo salga... bien."

-Miley.

_*_

Miley cerró su diario, lo guardó en su bolso y se lavantó de la banca donde estaba. Vio en su reloj de mano que eran las 9:30 y se fue a su apartamento. Era sábado pero tenía muchas cosas que hacer. Ir al Central Park sólo era su forma de distraerse.

Llegó a su apartamento caminando. Al abrir la puerta dejó sus cosas en el sofá y se quedó recostada en la puerta mientras cerraba los ojos y una lágrima se deslizaba por su mejilla. No pudo evitar pensar en su madre en todo el camino a su apartamento. Al menos Noah no la vería llorar, ya que ella estaba ahora con unas amigas en casa de una de ellas, y regresaría en la tarde. Fue a la cocina y se sirvió un vaso de agua. Se lo tomó de un solo y luego secó sus lágrimas en un pañuelo que encontró en la encimera. Pensó, una vez más, que su vida estaba vacía. Que no era feliz. Y que si no fuera por Noah, ella tal vez ni siquiera estaría viva.

_*_

-Entonces supongo que terminaron, ¿verdad?

Nick estaba en el apartamento de Joe, uno de sus 2 hermanos mayores. Nick acababa de terminar con su novia, una modelo llamada Delta Goodrem. [me lo pregunté a mí misma & a mi gemela malvada Nicky & llegamos a la conclusión de que Delta no aparecerá, sólo será mencionada :P pero Nicky es bien bipolar así que ella manda! & puede cambiar de parecer o.O] La encontró besándose con uno de sus "mejores amigos", y luego le dijo que ya no lo amaba. Nick, por su parte, sólo asintió con la cabeza y los dejó solos luego de decirle a Delta que fuera feliz y que le deseaba lo mejor, aunque se quedara con las ganas de golpear a Joshua. [el nombre sólo se me ocurrió e.e]

Vaya, qué buena manera de comenzar el día.

-Eso creo -dijo Nick finalmente-. Supongo. Ella lo dejó muy claro.
-Bien, entonces...
-¿Entonces...?
-Deberías salir a divertirte. Eres libre ahora.
-No creo estar de ánimos para divertirme.
-Vamos, Nick... no puedes pasártela trabajando todo el día. Tienes 26 años, eres joven [(? ajá]. Disfrútalo. Ve a clubs luego de tus turnos en el hospital, ve a salir con chicas, yo te puedo arreglar algunas citas con nenas de 22 a 24 años, tú decides.
-Joe, no. No quiero salir con nadie. Por lo menos no ahora... y deja de decirles 'nenas' a las chicas. Sabes que me molesta.
-Claro, eres mi hermano, el sobreprotector con ellas... bien, entonces... ¿quieres que te arregle una cita?
-No, gracias... ¿por qué mejor el lunes no vamos a un bar nosotros 2? Esa noche estoy libre... tú puedes llevar a quien sea. Da igual.
-Creo llevaré a... Jessica. Sí, ella será buena acompañante para esa noche.
-¿Es tu amante de turno? -Joe le dio a Nick una mirada de 'no sigas con esto'-. Bien, ya, cálmate. Ah... bueno, gracias por escucharme. Me voy.
-Ya sabes, siempre estaré allí para escucharte. Como el hermano mayor que soy.
-Ajá... bueno, adiós Joe.
-Bye, Nick.

Nick salió del apartamento de Joe y luego de tomar el ascensor, bajó hasta el estacionamiento. Subió a su auto y se fue.

Ese día necesitaba pensar.

_*_

Luego de unas horas de limpieza en el apartamento, Noah llegó. Ayudó a Miley a ordenar su habitación y un poco la sala y luego ambas fueron al supermercado a comprar lo del almuerzo y la cena. Al regresar a casa, Noah hizo su tarea y luego almorzó. Horas luego, Miley estaba cocinando unos huevos y Noah estaba terminando su cena.

Luego de un rato, Noah se fue a dormir tras desearle a su hermana mayor las buenas noches.

& Miley pensó que definitivamente, necesitaba conseguir un empleo. Y que al otro día comenzaría inmediatamente a buscarlo.

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Hola (? amn... como ven (? a esta historia le cambié la letra :D va a ser algo confuso para mí publicar 2 novelas a la vez xq nunca lo he hecho pero amo el azul así que no le quería cambiar de color LOL así que le cambié de letra :D okya

Esta si es la mía :3 creo se nota en que obviamente yo NO escribo TAN BIEN como Sparks :P & xq tiene mis acotaciones! hahaha :P awwnn amo mis acotaciones tan fumadas <3 okno :P & pues... hahaha parece más capítulo 1 que prólogo esta cosa pero bueeno (?

Creo que no le entendieron mucho al capítulo 1... bien... lo importante de ese capítulo es que Nick apareció en televisión (? & que ya irá hacia donde tiene que ir a investigar :D Nate es el agente de Nick & Alvin es su mejor amigo. & pues... eso es lo básico LOL. Sé que piensan que tal vez es aburrido & larguísimo & toda la onda [confieso... yo misma lo pensé al terminar de leer el primer capítulo cuando compré el libro] pero luego se pondrá mucho más interesante & romántico <3 asdfghjkl amo locamente esa historia :D

Creo usaremos unas cuantas canciones así como en #WeCanMakeItLastForever ...
1. Who Knew? - P!nk
2. Mine - Taylor Swift
3. Don't You Want Me - Glee [creo esa es obvia LOL okno]

& x ahora sólo esas ._. igual que en la anterior conforme vayan pasando los caps. les diré si se me ocurren otras :3

Si este prólogo tiene más de 9 comments. (? OKNO hahaha pasemos a las preguntas :3

1. Les... gustó? o.O
2. Amn... le ven futuro a esta historia? LOL
3. De qué creen que se tratará la trama? WAHAHA o sea... qué creen que pasará? :P

Luego cuando tenga 6 comments. mínimo (? o no sé, subiré el segundo cap. de "True Believer" porque para esta no se me ocurre NADA. :| además tengo que hacer la de Raiza D: me matará. :P Raiza ya tiene 15 :') ILYSFM <3

Las amo a todas <3 & NUNCA DEJEN DE CREER! :D xoxo AIMiller / Nicky AB. :3

Nicky es una maldita. :P #jusysaying ~

sábado, 15 de octubre de 2011

True Believer - Chapter 1

Sentado entre el resto de la audiencia del programa en directo, Nicholas Jonas se sentía inusualmente conspicuo. Formaba parte de la escasa media docena de hombres que integraban el público en esa tarde de mediados de diciembre. Iba vestido de negro riguroso, como siempre, con su pelo oscuro y ondulado, sus ojos de un azul rabiosamente intenso, y su barba de tres días sin afeitar —tal como dictaba la moda—; tenía el aspecto del típico neoyorquino de los pies a la cabeza. Mientras escudriñaba al convidado encaramado en el escenario, observó de reojo a una atractiva rubia sentada tres filas más arriba. A menudo su profesión exigía realizar varias tareas a la vez de forma efectiva. Era periodista, y se había especializado en la búsqueda e investigación de historias que pudieran tener gancho, o dicho de otro modo más conciso, noticias sensacionalistas. Aunque la rubia era simplemente un miembro más de la audiencia, como buen observador no se le escapó lo atractiva que era, embutida en ese top tan sexi con la espalda descubierta y esos pantalones vaqueros tan ajustados. Desde un punto de vista estrictamente periodístico, por supuesto.

Cerró los ojos e intentó centrar nuevamente toda su atención en el convidado. El personaje rezumaba patetismo por todos los costados. Bajo los focos del plató, Nick pensó que el espiritista tenía aspecto de andar estreñido mientras aseguraba oír voces del más allá. Había adoptado un aire de falsa camaradería, actuando como si fuera el hermano o el mejor amigo de los congregados, y parecía que la vasta mayoría de la extasiada audiencia —entre la que se encontraban la atractiva rubia y la mujer que copaba la atención del convidado— lo consideraba como una dádiva enviada desde el mismísimo cielo. Lo cual tenía sentido, se dijo Nick, ya que allí era donde iban a parar los seres queridos al morir. Los espíritus de ultratumba siempre estaban rodeados de una luz angelical, y arropados por un aura de paz y tranquilidad. Nick jamás había oído a ningún espiritista mediar con espíritus provenientes del infierno. Una persona amada que hubiera fallecido jamás mencionaba que se estaba asando en una parrilla o escaldando en una enorme marmita, por ejemplo. Llegado a ese punto, Nick se dio cuenta de que se estaba poniendo un poco cínico. Además, tenía que admitir que el programa despertaba su interés. Timothy Clausen era bueno, mucho mejor que la mayoría de charlatanes sobre los que Nick llevaba escribiendo desde hacia bastantes años.

—Sé que es duro —proclamó Clausen a través del micrófono—, pero Frank te está pidiendo que le dejes partir.

La mujer a la que él se estaba dirigiendo con cara de circunstancias parecía que se iba a desmayar de un momento a otro. Debía de rondar los cincuenta años, lucía una blusa verde a rayas y exhibía una melena roja rizada que se proyectaba en todas las direcciones posibles. Sus manos entrelazadas sobre el pecho estaban tan prietas que tenía los dedos blancos de tanta presión.

Clausen realizó una pausa, se llevó lentamente la mano a la frente y entornó los ojos en señal de que nuevamente estaba contactando con «el más allá», tal y como él lo llamaba. En el silencio de la sala, la multitud se inclinó conjuntamente hacia delante en sus asientos. Todo el mundo sabía lo que sucedería a continuación; era la tercera persona de la audiencia que Clausen había elegido ese día. No era extraño que Clausen fuera el artista invitado más destacado de ese popular programa televisivo.
—¿Recuerda la carta que le envió antes de morir? —inquirió Clausen.
La mujer lo miró con estupefacción. La azafata situada a su lado le acercó más el micrófono para que los televidentes pudieran oírla con más claridad.
—¿Cómo es posible que sepa lo de la... ? —balbuceó ella.
Clausen no la dejó terminar.
—¿Recuerda lo que decía?
—Sí —respondió la mujer.
Causen asintió con la cabeza, como si él mismo hubiera leído esa carta.
—Le pedía perdón, ¿verdad?

En el sofá emplazado en el escenario, la presentadora del programa más popular de las tardes televisivas en Estados Unidos desvió la vista hacia la mujer, luego hacia Clausen, y de nuevo hacia la mujer. Su aspecto denotaba sorpresa y satisfacción a la vez. Los espiritistas siempre ayudaban a aumentar los índices de audiencia.

Mientras la mujer asentía, Nick vio cómo el rímel empezaba a deslizarse lentamente por sus mejillas. Las cámaras se acercaron al objetivo para mostrar ese matiz. Sin lugar a dudas, ése debía de ser uno de los momentos más conmovedores de los programas emitidos en aquella franja horaria.
—¿Cómo es posible que...? —repitió la mujer.
—Y su esposo no sólo hablaba de él, sino también de su hermana —murmuró Clausen.
La mujer miró a Clausen visiblemente afectada.
—Su hermana Ellen —añadió Clausen, y tras esa revelación, la mujer no se pudo contener y lanzó un gemido desgarrador. Las lágrimas manaron de sus ojos como si de un surtidor se tratara.

Clausen, bronceado y elegante en su traje negro y con el pelo perfectamente acicalado, continuó asintiendo con la cabeza como uno de esos perritos de caucho que saludan a los transeúntes desde las ventanas traseras de determinados coches. La audiencia observó a la mujer en medio de un silencio espectral.
—Frank le dejó algo más, algo relacionado con su pasado.

A pesar del calor sofocante que provocaban los focos del estudio la mujer palideció repentinamente. En una de las esquinas del plató, fuera del alcance del área de visión de las cámaras, Nick vio cómo el productor del programa hacía rotar un dedo como si de una hélice de helicóptero se tratara. Había llegado el momento de hacer una pausa para dar paso a los anuncios. Clausen miró casi imperceptiblemente hacia esa dirección. Nadie excepto Nick pareció percatarse de esos movimientos tan sutiles. A menudo se preguntaba por qué los telespectadores jamás se cuestionaban cómo era posible establecer contacto con el más allá con tanta precisión como para poder encajar perfectamente las pausas publicitarias.

Clausen continuó.
—Algo que nadie más sabía. Una llave, ¿no es así?
La mujer volvió a asentir en medio de sollozos.
—Usted no creía que él la hubiera guardado tanto tiempo, ¿no es cierto?
«¡Ajá! El argumento irrebatible —se dijo Nick—, ya la ha convencido. Ya tenemos a otra seguidora incondicional.»
—Es la llave del hotel donde pasaron su luna de miel. Su marido la incluyó en el sobre con la carta para que cuando usted la encontrara, recordara los momentos felices que habían pasado juntos. Él no quiere que le recuerde con pesar, porque la ama.
—¡Ooohhhhhhh...! —gritó la mujer.

O algo parecido. Una especie de llanto, quizá. Nick no estaba seguro, porque el lamento fue interrumpido por un repentino aplauso entusiasta. De pronto, el micrófono se alejó de la mujer, y las cámaras también se alejaron de ella. Su minuto de gloria había culminado, y la mujer se desmoronó en su silla completamente exhausta por tantas emociones. En el escenario, la presentadora se levantó del sofá y miró fijamente a la cámara.
—Recuerden, todo lo que ven aquí es real. Ninguna de estas personas conocía a Timothy Clausen con anterioridad. —Sonrió—. No cambien de canal; volvemos en unos minutos con otras historias tan fascinantes como la que acaban de oír.

Acto seguido, el plató se llenó con más aplausos mientras llegaba la pausa para la publicidad. Nick aprovechó para acomodarse en el asiento.

Como periodista con un interés específico por los temas científicos, Nick se había labrado una reputación escribiendo artículos sobre gente de la calaña de Clausen. Casi siempre disfrutaba con lo que hacía, y se sentía orgulloso del valioso servicio público que prestaba, en una profesión tan especial como para tener todos los derechos enumerados en la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos. Para su columna periódica en la revista Scientific American, había entrevistado a varios premios Nobel, explicado las teorías de Stephen Hawking y Einstein en unos términos inteligibles, y una vez había conseguido convencer a la opinión pública para que las autoridades sanitarias estadounidenses retiraran un antidepresivo peligroso del mercado. Había escrito una plétora de artículos sobre el proyecto Cassini, el espejo defectuoso en la lente de la nave espacial Hubble, y había sido uno de los primeros en criticar abiertamente el experimento fraudulento de fusión fría en Utah.

Lamentablemente, aunque todo eso sonara impresionante, su columna en la revista no le reportaba demasiado dinero. Era su trabajo como autónomo lo que le ayudaba a pagar las facturas a final de mes, y al igual que la mayoría de los trabajadores por cuenta propia, siempre estaba buscando historias que pudieran interesar a los editores de revistas o de periódicos. Su nicho se había ampliado hasta incluir «cualquier cosa que fuera inusual», y en los últimos quince años había seguido e investigado a videntes, espiritistas, curanderos que se basaban en la fe y médiums. Había expuesto fraudes, trucos y falsificaciones. Había visitado casas encantadas, perseguido criaturas místicas y rastreado los orígenes de un sinfín de leyendas urbanas. Escéptico por naturaleza, también tenía la rara habilidad de explicar conceptos científicos difíciles de un modo inteligible para que el lector medio pudiera comprenderlos, y sus artículos habían sido publicados en numerosos periódicos y revistas del mundo entero. Pensaba que desenmascarar fraudes científicos era una labor noble e importante, aunque a veces el público no supiera apreciarlo. Frecuentemente, las cartas que recibía después de publicar alguno de sus artículos estaban salpicadas de palabras tales como «idiota», «imbécil», y su favorita: «lameculos».

Después de tantos años había aprendido que el periodismo de investigación era un trabajo desagradecido.

Con el ceño fruncido como prueba de sus pensamientos, observó a la audiencia charlando animadamente y se preguntó a quién elegiría Clausen a continuación. Nick lanzó otra mirada furtiva hacia la rubia, que examinaba el carmín de sus labios en un espejo de bolsillo.

Nick sabía que las personas que Clausen elegía no formaban parte del acto oficialmente, aunque la aparición de Clausen fuera anunciada con antelación y la gente se peleara desesperadamente con el fin de obtener una entrada para el programa. Lo que significaba, claro, que la mayor parte de la audiencia la formaban personas que creían fehacientemente en la vida después de la muerte. Para ellos Clausen era legítimo. ¿Cómo si no podía saber cosas tan personales sobre seres desconocidos, a no ser que se comunicara con los espíritus? Pero del mismo modo que un mago profesional exhibía su repertorio de una forma magistral, la ilusión continuaba siendo únicamente eso: una ilusión, y justo antes de que se iniciara el espectáculo, Nick no sólo había adivinado los trucos de Clausen, sino que además tenía una prueba fotográfica para testificarlo.

Desenmascarar a Clausen sería el golpe de efecto más impresionante que Nick habría conseguido hasta la fecha, y ese tipo tendría su merecido. Clausen era un estafador de la peor calaña. Sin embargo, la vertiente pragmática de Nick también le indicaba que ése era el tipo de historia que difícilmente captaría la atención del lector, y él deseaba sacar el máximo partido de la ocasión. Después de todo, Clausen gozaba de una enorme celebridad, y en Estados Unidos la fama era lo más importante. A pesar de que sabía que prácticamente no tenía ninguna posibilidad, fantaseó pensando qué pasaría si Clausen lo eligiera a él a continuación. No, imposible. Salir elegido era tan difícil como ganar un premio en una tómbola; aunque eso no sucediera, Nick sabía que continuaba teniendo una historia de calidad entre las manos. Pero calidad y excepcionalidad eran dos conceptos que a menudo iban separados por la fuerza del destino, y mientras la pausa para la publicidad se acercaba a su fin, sintió un ligero nerviosismo ante la esperanza injustificada de que alguien como Clausen lo señalara con el dedo.

Y, como si Dios no estuviera suficientemente satisfecho con la labor que Clausen estaba llevando a cabo, eso fue exactamente lo que sucedió.

-*-

Tres semanas más tarde, la garra del invierno se cernía sobre Manhattan. Un frente frío del Canadá había irrumpido sin compasión, y las temperaturas habían descendido prácticamente hasta alcanzar los cero grados. De las rejillas de las alcantarillas emergían nubes de vapor que coronaban graciosamente las aceras heladas. Pero a nadie parecía importarle ese detalle. Los endurecidos ciudadanos de Nueva York mostraban su habitual indiferencia hacia cualquier evento relacionado con el tiempo atmosférico, y no era cuestión de malgastar un viernes por la noche con cualquier excusa irrisoria. Todo el mundo trabajaba muy duro durante la semana para desaprovechar una noche de fiesta, especialmente cuando había un motivo de celebración. Nate Johnson y Alvin Bernstein llevaban más de una hora celebrándolo, al igual que un par de docenas de amigos y periodistas —algunos de la revista Scientific American— que se habían reunido en honor a Nick. La mayoría se hallaba en la fase más animada de la noche y lo estaba pasando en grande, básicamente porque los periodistas tienden a ser muy conscientes de sus gastos y en esa ocasión las rondas iban a cargo de Nate.

Nate era el agente de Nick. El mejor amigo de Nick se llamaba Alvin y trabajaba de cámara independiente. El grupo se había congregado en un bar de moda situado en el Upper West Side de Manhattan para celebrar la intervención de Nick en el programa Primetime Live de la ABC. Durante toda la semana habían ido apareciendo anuncios de Primetime Live —la mayoría de ellos con un primer plano de Nick y la promesa de una confesión explosiva—, y a Nate no paraban de lloverle las ofertas desde todos los puntos cardinales del país para entrevistar a Nick. Un poco antes, esa misma tarde, había recibido una llamada de la reputada revista People y finalmente había concertado una entrevista para el lunes siguiente.

A nadie parecía importarle el hecho de que no se hubiera organizado una fiesta privada para celebrar la ocasión. Con la interminable barra de granito y una iluminación impresionante, el abarrotado local parecía el paraíso de los yuppies. Mientras los periodistas de la revista Scientific American, agrupados en una de las esquinas del local y concentrados en una conversación acerca de fotones, mostraban una tendencia casi enfermiza por las americanas de tweed con bolsillos ribeteados de piel, el resto de la concurrencia parecía que se había dejado caer por allí después de un arduo día de trabajo en Wall Street o en Madison Avenue. Con las americanas de impecables trajes italianos reposando sobre el respaldo de las sillas y corbatas Hermès aflojadas en los cuellos, esos individuos parecían no buscar otra cosa más que atraer la atención de las mujeres mediante una exhibición descarada de sus Rolex. Ellas, por su parte, tenían aspecto de haber venido directamente desde la empresa de mercadotecnia o la agencia de publicidad en la que trabajaban. Con faldas sofisticadas y zapatos con tacones vertiginosamente altos, sorbían su martini impasiblemente, simulando no prestar atención a los hombres que copaban el local. Por su parte, Nick había puesto el ojo en una llamativa pelirroja, que estaba de pie al otro extremo de la barra y parecía mirar hacia la dirección donde se hallaba él. Se preguntó si lo habría reconocido de los anuncios de la televisión, o si simplemente estaría buscando un poco de compañía. La mujer se dio la vuelta, aparentando una absoluta falta de interés hacia él, pero de repente volvió a girarse y miró insistentemente en la misma dirección. Esta vez mantuvo la mirada un poco más de tiempo, y Nick se llevó la jarra de cerveza a los labios.
—¡Vamos, Nick, presta atención! —dijo Nate al tiempo que lo zarandeaba por el brazo—. ¡Estás saliendo por la tele! ¿No quieres ver tu magistral intervención?

Nick dio la espalda a la pelirroja. Levantó la vista y la fijó en la pantalla, entonces se vio sentado delante de Diane Sawyer. Qué sensación tan extraña, como estar en dos lugares a la vez. Todavía no se lo acababa de creer. A pesar de llevar tantos años trabajando en los medios de comunicación, nada de lo que le había pasado en las tres últimas semanas parecía real.

En la pantalla, Diane lo estaba presentando a la audiencia como «el periodista científico más respetado de todo el país». La historia a la que había dedicado varios meses no sólo había colmado todas sus expectativas, sino que además Nate se había dedicado a halagar la labor periodística de Nick durante una entrevista con Primetime Live, y el programa televisivo Good Morning America había mostrado un inesperado interés por él. Aunque muchos periodistas consideraban que la televisión era un medio de comunicación no tan prestigioso como otras formas «más serias» de información, no por ello dejaban de ver la tele en secreto y de apreciarla por su importancia, al menos por los enormes beneficios económicos que reportaba. A pesar de las felicitaciones, se podía notar cierta envidia en la atmósfera cargada del local, una sensación tan desconocida para Nick como un viaje a la luna. Después de todo, los periodistas de su clase no gozaban de una espectacular popularidad..., al menos hasta entonces.
—¿Ha dicho «respetado»? —soltó Alvin—. ¡Pero si tú sólo escribes sobre Bigfoot y la leyenda de la Atlántida!
—¡Chis! —siseó Nate, alzando un dedo sin apartar los ojos de la televisión—. Estoy intentando escuchar la entrevista. Podría ser muy importante para el futuro laboral de Nick.

Como agente de Nick, Nate procuraba siempre promover eventos que «pudieran ser importantes para el futuro laboral de Nick», porque sabía que el trabajo por cuenta propia no resultaba nada lucrativo. Unos años antes, cuando Nate estaba empezando, Nick le había presentado una propuesta para editar un libro, y desde entonces habían continuado trabajando juntos, simplemente porque se habían convertido en buenos amigos.
—¡Anda ya! —soltó Alvin, haciendo caso omiso de la amonestación.

Mientras tanto, en la pantalla situada justo detrás de Diane Sawyer y Nick se podían ver los momentos estelares de la actuación de Nick en el espectáculo televisivo en directo, en el que fingió ser un hombre desconsolado por la trágica muerte de su hermano cuando éste todavía era un chiquillo, un niño al que Clausen proclamó estar canalizando porque deseaba enviarle un mensaje desde el más allá.
—Está aquí, conmigo —anunció Clausen—. Te pide que le dejes marchar, Thad.

La cámara cambió de plano para capturar la mueca de angustia de Nick, con las facciones contorsionadas. Clausen asintió nuevamente, como si sintiera pena por el invitado o como si estuviera estreñido, dependiendo de la perspectiva.
—Su madre jamás cambió la habitación, esa habitación que los dos compartían. Ella insistió en mantenerla tal y como estaba, y usted tuvo que continuar durmiendo allí, solo —continuó Clausen.
—Sí —dijo Nick entre jadeos.
—Pero a usted le aterraba esa habitación, y en un momento de ira, cogió algo que pertenecía a su hermano, algo muy personal, y lo enterró en el jardín situado en la parte posterior de su casa.
—Sí —acertó a decir Nick de nuevo, como si estuviera tan emocionado que no pudiera pronunciar ninguna palabra más.
—¡Sus retenedores dentales!
—¡Ooohhhhhhh...! —Nick soltó un grito desgarrador y se cubrió la cara con las manos.
—Quiere que sepa que no le guarda rencor, y que él está bien, en paz. No, no está enfadado con usted...
—¡Ooohhhhhhh...! —Nick volvió a rugir, contorsionando su rostro todavía más.

En el bar, Nate miraba las imágenes con fascinación, totalmente concentrado. Alvin, en cambio, no podía parar de reír mientras sorbía tragos de su jarra de cerveza.
—¡Dadle un Oscar a este magnífico actor! —exclamó Alvin.
—No me dirás que no fui convincente —apuntó Nick entre risas.
—¡Callaos de una vez! Lo digo en serio. No quiero volveros a avisar; guardaos vuestras ironías para cuando pongan los anuncios —los increpó Nate.
—¡Anda ya! —volvió a decir Alvin. Era su expresión favorita.

En Primetime Live, la pantalla situada detrás de la presentadora se quedó de color negro y el cámara enfocó a Diane Sawyer y a Nick, que estaban sentados el uno frente al otro.
—¿Así que nada de lo que Timothy Clausen dijo era verdad? —preguntó Diane.
—Nada. Ni una sola palabra —repuso Nick con firmeza—. Como ya le he contado, no me llamo Thad, y si bien tengo cinco hermanos, todos están vivos y gozan de muy buena salud.
Diane sostenía un bolígrafo sobre un trozo de papel, como si estuviera a punto de tomar notas.
—¿Y cómo lo hizo Clausen?
—Bueno, Diane —empezó a decir Nick.
En el bar, Alvin enarcó la ceja en la que lucía un pirsin. Se inclinó hacia Nick y comentó:
—¿Te dirigiste a ella como Diane? ¿Como si fuerais amigos de toda la vida?
—¡Callad de una puñetera vez! —dijo Nate vociferando, al tiempo que su cara reflejaba su creciente exasperación.
En la pantalla, Nick seguía departiendo.
—Lo que Clausen hace es simplemente una variación de lo que la gente ha estado haciendo durante siglos. Primero, es muy hábil observando a la gente, y es un experto en emitir asociaciones vagas, con una gran carga emotiva, y en responder según las reacciones de los miembros de la audiencia.
—Sí, pero Clausen fue tan concreto... No sólo con usted, sino también con los otros invitados. Incluso dio nombres. ¿Cómo lo hizo?
Nick sonrió magnánimamente.
—Me oyó hablar sobre mi hermano Marcus antes de que empezara el programa. Simplemente me inventé una vida imaginaria y la difundí entre el resto del público.
—¿Cómo llegó hasta los oídos de Clausen?
—Esa clase de farsantes recurre a una infinidad de trucos, como por ejemplo micrófonos y espías que circulan por el área de espera antes de que empiece el espectáculo. Antes de sentarme, procuré moverme todo lo posible por la sala y entablar conversación con tantos miembros de la audiencia como pude, observando si alguno de ellos mostraba un interés inusual en mi historia. Y ¡cómo no!, un individuo pareció particularmente interesado.

Una foto ampliada ocupó la pantalla situada justo detrás de ellos. Era la foto que Nick había tomado con la pequeña cámara que llevaba oculta en su reloj de pulsera, un artilugio de última tecnología que había facturado a Scientific American sin sentir remordimiento alguno. A Nick le encantaban los juguetes de última tecnología casi tanto como el hecho de facturarlos a nombre de las empresas para las que trabajaba.
—¿Puede explicarnos quién es el individuo que aparece en la foto que vemos en pantalla? —le pidió Diane.
—Es el espía de Clausen que se había mezclado con la audiencia del programa, haciéndose pasar por un invitado oriundo de Peoria. Tomé esa fotografía justo unos instantes antes de que empezara el programa, mientras charlaba con él. ¿Es posible ampliar la imagen?
Rápidamente la fotografía apareció ampliada, y Nick se incorporó y se acercó a la pantalla.
—¿Ve el diminuto pin con las letras «USA» que lleva en la solapa? No es un complemento decorativo. Se trata de un transmisor en miniatura que emite a un dispositivo de grabación ubicado en otra habitación.
Diane lo miró perpleja.
—¿Cómo puede estar tan seguro?
—Porque yo mismo tengo uno de esos chismes —respondió Nick, sonriendo burlonamente.
Acto seguido, metió la mano en el bolsillo de su americana y extrajo un pin muy similar al que lucía el individuo de la foto, conectado a un cable y a un trasmisor.
—Este modelo en particular se fabrica en Israel. —Se podía oír la voz en off de Nick mientras el cámara mostraba un primer plano del artilugio—. Es el no va más en tecnología. Por lo que he oído, incluso lo utiliza la CIA; pero claro, no puedo confirmar esa información. Lo que sí puedo decir es que se trata de una tecnología sumamente avanzada. Este diminuto micrófono puede captar conversaciones en una habitación abarrotada de gente y, con los sistemas de filtrado apropiados, incluso puede aislar la conversación deseada.
Diane inspeccionó el pin con una patente fascinación.
—¿Y está completamente seguro de que lo que ese individuo lucía era un micrófono y no un pin decorativo?
—Llevo varios meses investigando el pasado de Clausen, y una semana después del programa conseguí otras instantáneas que hablan por sí solas.
Una nueva imagen fue proyectada en la pantalla. Aunque un poco borrosa, se trataba de una foto del mismo sujeto del pin.
—Esta foto la tomé en Florida, en la entrada a la oficina de Clausen. Como se puede apreciar, el individuo se dispone a entrar. Su nombre es Rex Moore, y es uno de los empleados de Clausen. Hace dos años que trabaja para él.

—¡Ooohhhhhhh...! —exclamó Alvin, y a partir de ese momento fue imposible seguir el resto de la transmisión (que de todos modos estaba a punto de concluir), porque el resto de los reunidos, ya fuera por celos profesionales o simplemente por las enormes ganas que tenían de pasarlo bien, empezaron a silbar y a chillar como posesos. Las rondas gratis habían surtido el efecto esperado, y a Nick le llovieron las felicitaciones cuando el programa tocó a su fin.
—Estuviste genial —declaró Nate.

A sus cuarenta y tres años, Nate se estaba quedando calvo y mostraba una tendencia a vestir trajes que le venían demasiado ajustados de emitirá, lo cual era más evidente dada su corta estatura. Pero eso no importaba, porque ese hombre era la mismísima encarnación de la energía incombustible y, como la mayoría de los agentes, derrochaba pensamiento positivo con un ferviente optimismo.
—Gracias —suspiró Nick, apurando la cerveza que quedaba en su jarra.
—No te quepa la menor duda, tu intervención en ese programa será sumamente importante para tu futuro laboral—agregó Nate—. Es tu visado para que te inviten a participar en las tertulias televisivas de los programas con mayor audiencia del país. Se acabó matarte trabajando como un miserable reportero independiente, se acabó escribir historias sobre platillos voladores. Siempre he dicho que tienes empaque, que estás hecho para salir en la tele.
—Ya, siempre lo has dicho —apostilló Nick al tiempo que realizaba una mueca de cansancio, como si estuviera recitando una lección que se sabía de memoria.

—De verdad. Los productores de Primetime Live y GMA no paran de llamar; están interesados en ficharte como convidado habitual en sus tertulias. Ya sabes, «¿qué significa para usted la siguiente información científica de última hora?» y preguntas por el estilo. Un gran paso para un reportero científico.
—Soy periodista, no reportero —dijo Nick con voz altiva.
—Bueno, lo que sea —repuso Nate, realizando un movimiento con la mano como si espantara moscas—. Siempre he dicho que tienes presencia, que estás hecho para lucirte en la tele.
—Tengo que admitir que Nate tiene razón —añadió Alvin Con un guiño—. Quiero decir, ¿cómo si no podrías ser más popular que yo entre las mujeres, con esa absoluta falta de personalidad?
Durante muchos años, Alvin y Nick habían frecuentado la mitad de los bares de la ciudad juntos, en busca de aventuras amorosas.
Nick soltó una estentórea carcajada. Alvin Bernstein, cuyo nombre evocaba a un contable con gafas de aspecto impecablemente aburrido —uno de los incontables profesionales que usaban zapatos de la marca Florsheim y que se paseaban con un maletín bajo el brazo—, no parecía un Alvin Bernstein. De adolescente había visto a Eddie Murphy en la película Delirious y había decidido adueñarse de ese estilo de vestir exclusivamente con prendas de piel. Su armario horrorizaba a Melvin, su progenitor, quien siempre calzaba zapatos Florsheim y se paseaba con un maletín bajo el brazo. Afortunadamente, la ropa de piel parecía no estar reñida con los tatuajes. Alvin consideraba que los tatuajes eran un reflejo de su estética tan singular, y los lucía con orgullo en ambos brazos, cubriendo cada centímetro de su piel hasta casi los hombros. Y para complementar su imagen tan estudiada, llevaba las orejas taladradas de pírsines.
—¿Todavía estás planeando realizar el viaje al sur para investigar ese cuento sobre fantasmas? —le preguntó Nate, cambiando de tema.
Nick se apartó el pelo oscuro de los ojos e hizo una señal al camarero para que le sirviera otra cerveza.
—Sí, creo que sí. Con o sin Primetime, todavía tengo facturas por pagar, y estaba pensando que podría usar esa historia como tema recurrente para el artículo de mi columna.
—Bueno, pero estaremos en contacto, ¿verdad? No harás como la vez que te esfumaste del mapa por culpa de aquella historia sobre la panda de chalados que se hacían llamar Los Siervos Sagrados, ¿no?

Se refería a un artículo de seiscientas palabras que Nick había preparado para Vanity Fair sobre una secta religiosa; en dicha ocasión, Nick cortó toda comunicación durante un período que se prolongó hasta tres meses.
—Estaremos en contacto —aseveró Nick—. Esta historia no es como aquélla. Regresaré antes de una semana, te lo prometo. Sólo son habladurías sobre unas luces misteriosas que aparecen durante la noche en un cementerio abandonado; nada excepcional.
—Vale, pero recuerda que te he concertado una entrevista con la revista People para el lunes que viene. No me falles ¿eh?
—Oye, ¿ no necesitarás un cámara, por casualidad? —intervino Alvin.
Nick lo miró con interés.
—¿Por qué? ¿Acaso quieres venir?
—¿Por qué no? No estaría mal escaparme unos cuantos días al sur durante el crudo invierno de Nueva York. Igual me encandilo de una bella sureña mientras tú realizas tus investigaciones. Me han dicho que las chicas del sur son capaces de volver loco a cualquier hombre, pero en el buen sentido, ¿eh? Sería como disfrutar de unas vacaciones exóticas.
—¿No tenías que filmar un material para Ley y orden la próxima semana?
A pesar de su extravagante apariencia, Alvin gozaba de una excelente reputación como cámara, y los productores solían pelearse siempre por sus servicios.
—Sí, pero es un trabajo corto. Habré terminado antes de que acabe la semana —repuso Alvin—. Y mira, si finalmente te tomas en serio lo de salir por la tele tal y como Nate te pide que hagas, podría ser interesante contar con algunas imágenes de esas misteriosas luces.
—Bueno, eso si realmente existen —apostilló Nick
—Puedes ir adelantando el trabajo y mantenerme informado por teléfono. De momento no aceptaré ningún trabajo para esos días, ¿vale? —propuso Alvin.
—Pero aunque realmente existan esas luces, es una historia de poca trascendencia —lo previno Nick—. No creo que ningún productor muestre interés por ese tema.
—Seguramente el mes pasado no —matizó Alvin—; pero después de tu aparición en la tele esta noche, sí que estarán interesados. Ya sabes cómo funciona ese mundillo: todos los productores se matan por encontrar la noticia más sensacionalista que pueda atraer a cuanto más público mejor. Si de repente GMA consigue una historia intrigante, puedes estar seguro que los del programa Today te llamarán en un santiamén, y a la mañana siguiente Dateline también estará llamando a tu puerta. Ningún productor quiere quedarse al margen, porque si no, los de arriba no tienen ningún reparo en ponerlos de patitas en la calle. Lo último que desean es tener que dar explicaciones a los ejecutivos sobre por qué han dejado escapar una oportunidad tan espectacular. Créeme, sé lo que me digo; trabajo en televisión, conozco a esa gente.
—Alvin tiene razón —apuntó Nate, interrumpiéndolos—. Nunca sabes qué es lo que sucederá mañana, y podría ser una buena idea planificar esa historia con antelación. Esta noche has conseguido ser el centro de atención de medio país. Juega bien tus cartas. Y si logras filmar esas luces, probablemente ese documental sea lo que haga que GMA o Prime time se decidan a ficharte.
Nick miró de soslayo a su agente.
—¿Hablas en serio? Pero si se trata de una historia de escasísimo interés mediático. Me he decidido a escribirla únicamente porque necesito tomarme unos días de descanso después de la absorbente investigación sobre Clausen. Esa investigación ha ocupado cuatro meses de mi vida y me siento completamente exhausto.
—Ya, pero fíjate en lo que has conseguido —prosiguió Nate, al tiempo que ponía la mano sobre el hombro de Nick—. Puede parecer una historia banal, pero con unas imágenes sensacionalistas y una buena redacción sobre los sucesos, ¿quién sabe lo que pensarán los productores de televisión?
Nick se quedó pensativo unos instantes, después se encogió de hombros.
—De acuerdo —dijo. Luego miró a Alvin—. Tengo pensado marcharme el martes por la mañana. Intenta apañártelas para estar allí el viernes. Te llamaré con más detalles.
Alvin asió la jarra de cerveza y tomó un sorbo.
—Lo que mande mi amo —dijo, imitando el tono de un trabajador sumiso—. Ah, y te prometo que esta vez no me pasaré con la factura.
Nick se echó a reír.
—¿Es tu primer viaje al sur?
—No. ¿Y el tuyo?
—He estado en Nueva Orleans y en Atlanta —reconoció Nick—. Pero claro, eso son ciudades, y todas las ciudades se asemejan bastante. Para esta historia realizaremos una inmersión en la América profunda. Iremos a una pequeña localidad de Carolina del Norte, un pueblecito llamado Boone Creek. Tendrías que ver la página electrónica del lugar. Habla de azaleas y cornejos que florecen en abril, y muestra con orgullo una foto del ciudadano más ilustre del pueblo: un tal Norwood Jefferson.
—¿Quién? —preguntó Alvin.
—Un político. Fue senador de Carolina del Norte desde 1907 hasta 1916.
—¿Y a quién diantre le importa eso?
—Eso mismo pensé yo —asintió Nick. Después desvió la vista hacia la otra punta de la barra, y su rostro mostró una visible decepción cuando constató que la chica pelirroja se había esfumado.
—¿Dónde está ese pueblo exactamente?
—Justo en medio de la nada. Y ahora me preguntarás: «¿Y dónde diantre nos alojaremos en ese lugar situado en medio de la nada?». Pues en un complejo de búngalos denominado Greenleaf Cottages, al que la Cámara de Comercio local describe como un paraje pintoresco y bucólico, rústico pero moderno a la vez. Vaya, que menos es nada.
—Pues a mí me suena como el sitio ideal para vivir una aventurilla amorosa —soltó Alvin entre risas.
—No te preocupes. Estoy seguro de que te adaptarás perfectamente.
—¿De veras?
Nick se fijó en la chaqueta de piel, en los tatuajes y en los pírsines de su compañero.
—Oh, no te quepa la menor duda. Seguramente los aldeanos se morirán de ganas por adoptarte.

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Ni idea de si lo dividí bien o.O es que... hahaha ustedes entienden ^^ Bien, este es el primer capítulo ^^ ojalá los nombres estén bien... xD los primeros como 4 caps. son así como que aburridos mazo pero luego se pone interesante :D believe me ^^

Girls, ARE YOU READY FOR THE #FASTLIFE ?! Hahaha es que ya tengo el disco de Joe <3 udfgeuryhfjbcdn CÓMPRENLO! :D

6 comments. :D como siempre ^^ las amo a todas <3 ojalá que esto se publique bien D: ojalá (yn) :D amn, qué más les iba a decir? Haha ya les dije que estoy enferma? pues hoy me mojé mucho xq en mi país está pasando saberrrr ni qué (creo un huracán o una depresión tropical... Dios sepa qué es eso... eso no es ni playa e.e como sea soy un asco en eso de saber esas cosas de Centro América xD x eso casi pierdo sociales el año pasado LOL) & pues no ha parado de llover desde como el martes ._. o sea sí pero todos los días llueve mucho :x & así me fui a comprar el cd :D enferma, ronca, pero valió la pena :D & la medicina la odio sahdgjh e.e

Las amo a todas! & COMENTEN! TODAY'S SATURDAY! :D Las amo a todas (: xoxo AIMiller / Nicky AB. DON'T STOP BELIEVING! :D

Recuerden que esta es la novela adaptada & se puede notar mucho la diferencia con las mías xq aquí hay algunas palabras que ni conozco. HA! :P & yo no uso el vosotros LOL ^^ lya<3