Dos años y medio después…
Sonó el timbre de la casa.
–Yo voy. –Dijo Aaron, levantándose del sofá para ir a atender a las
personas que llegaban.
–¡Gracias! –Exclamó Andrea desde la cocina.
–¿Y cómo te sientes? –Le preguntó Devonnie, quien había llegado
temprano a ayudarla a preparar las cosas para la fiesta. En ese momento, se
encontraban dándole los toques finales al pollo horneado.
–Perfecta. –Dijo Andrea, y sonrió, acariciando su vientre.
–¿No te cansa esto de la maternidad? O sea, ¿no hay días en los que
deseas que nada de esto hubiera ocurrido?
–No. –Dijo Andrea, sonriendo nuevamente–. Hay días en los que
incluso tengo miedo de que todo esto sea un sueño. Es demasiado bueno para ser
verdad.
–Pero es verdad, cariño.
–Eso es lo más bonito de todo.
–Tal vez uno de estos días me decida a probar eso de la maternidad.
–Dijo Devonnie, llevándose un dedo lleno del jugo del pollo a la boca–. Ya es
hora de que me case y que tenga hijos. O tal vez simplemente tener hijos.
–No te desanimes, Dev. De seguro que Aaron tiene muchos amigos de
tu edad que pueda presentarte.
–Ya…
–Créeme.
–Amor… –Dijo Aaron, asomándose a la cocina, llamándoles la
atención–. Vinieron tus padres.
–¿En serio? ¿Tan pronto? ¡Qué bien! Diles que voy en un segundo.
–Claro. ¿Cómo están mis hijos?
–¿Estos chiquillos aquí conmigo? –Andrea colocó una mano en su
abultado vientre de cinco meses de embarazo–. Pateando.
–¿Te están molestando mucho?
–La verdad es que no. Hay veces en las que patean incluso más.
Ahora, Joseph está en su habitación, durmiendo.
–Lo sé. Fui a verlo en cuanto vine con el pastel. Les diré a tus
padres que ya irás.
–Gracias Aaron.
Aaron salió de la cocina, mientras Devonnie y ella se concentraban
de nuevo en el pollo.
Unos minutos más tarde, después de haber colocado el pollo en el
horno, ambas salieron de la cocina a la sala donde estaban Genoveva, Stefano y
Aaron hablando muy amenamente.
–¡Oh, querida! –Dijo Genoveva al ver a su hija, mientras se
levantaba y la abrazaba–. ¿Cómo has estado, amor?
–Muy bien, mamá. Gracias. ¿Y ustedes?
–Bien, cariño. ¿Dónde está el pequeño Joseph?
–Oh, está en su habitación, durmiendo. Se levantó temprano y
comenzó a jugar. Al cansarse, le dimos el biberón y se quedó dormido.
–Le hemos traído un regalo. –Dijo Stefano, abrazando a su hija–.
Esperamos que le guste.
–Seguramente le gustará. –Dijo Andrea–. No debieron de haberse
molestado.
–Andrea, por favor. Sabes que nos gusta consentir a nuestro nieto,
¡danos el gusto!
–Lo sé, papá, lo sé. Y dentro de unos meses tendrán a otros dos
niños para comenzar a malcriar.
En ese momento, escucharon un llanto proveniente del segundo nivel.
Joseph se había despertado.
–Voy por él. –Dijo Aaron, subiendo las gradas a toda prisa para
traer al bebé quien, seguramente, se animaría al ver a sus abuelos.
Andrea les sonrió a sus padres, quienes saludaron a Devonnie.
–*–
Las cosas habían resultado aún más fáciles de lo que ambos habrían
imaginado.
Habían optado por vivir en el apartamento de Aaron por ser más
grande, y poco a poco había pasado de ser un loft de soltero a uno regado de
juguetes, pañales, ropita y demás. Se había cambiado la mesa de vidrio por una
mesa de caoba, y los libros de cálculo, física y agronomía habían pasado a
segundo plano, siendo reemplazados por libros con temas relacionados a la
paternidad. Y a Dios gracias que en ese edificio permitían tener mascotas, ya
que Andrea no habría tenido corazón de dar en adopción a Cleo.
Planificaron la fecha de la boda para cuando Andrea tuviera cinco
meses de embarazo, y todavía estuvieran de vacaciones. Aunque ella no pudo
lucir el vestido de bodas que tanto había soñado desde adolescente, usó uno
bastante parecido que no aplastaba su vientre.
Su luna de miel había sido en Los Cabos, México, durante una
semana, con parte del dinero que sus padres les habían regalado para la boda.
Fueron a ver a Genoveva y Stefano dos días después de ese día en el
cual se confesaron el amor que sentían. La madre de Andrea se había mostrado
indiferente al principio pero, al ver que las intenciones de Aaron eran buenas
y que de verdad amaba a su hija, decidió perdonarla y ambas rompieron a llorar.
Andrea había tenido que renunciar al teatro cuando el embarazo se
comenzó a hacer visible, y también a la universidad para cuidarse. Todos los
días, ambos se despertaban, se duchaban (por turnos), y Andrea se encargaba de
hacerle el desayuno en lo que él terminaba de arreglarse. Él salía muy temprano
a estudiar, regresaba a medio día a casa para comer, y se iba después para
trabajar.
Devonnie le había ayudado mucho los primeros meses que habían
pasado así. Dado a que era una experta en la cocina, le había enseñado
muchísimas cosas y secretos a Andrea hasta que ella pudo hacerlo todo sola.
A veces, los fines de semana, Genoveva o Beatrice (si no es que las
dos a la vez) habían llegado al pequeño apartamento para ayudar a Andrea. Ellas
dos no se conocían, pero comenzó a surgir una amistad fuerte cuando comenzaron
a pasar tiempo juntas.
Se habían enterado del sexo del bebé a los cuatro meses, y ambos
estuvieron bastante emocionados. Comenzaron a comprar muchísimas cosas
celestes, y a hacer largas listas de nombres para niño. Finalmente, Aaron
Joseph fue el que más les gustó.
Joseph nació en una mañana lluviosa, después de diez horas de
trabajo de parto. La noche anterior, Andrea no había podido dormir por el
dolor, pero no había querido decir nada a Aaron. Finalmente, a las dos de la
madrugada, cuando se rompió la fuente, fue necesario despertarlo. Él
enloqueció.
Todos habían ido a visitar a la feliz pareja después del nacimiento
de Joseph. Genoveva y Beatrice aprovecharon para sacarle muchas fotos, mientras
Stefano y Richard lo sostuvieron en brazos, ilusionados con la idea de ser
abuelos. Después llegaron los demás: Carlos, Mark, Devonnie, Emma y Alejandra.
Esta última reclamó su derecho divino por ser la tía, y lo sostuvo
durante cuarenta y cinco minutos seguidos. Ahora llevaba el cabello negro con
las puntas verdes.
Los días y las noches de Aaron y Andrea cambiaron para siempre.
Tenían que levantarse cada hora para atender los llantos del bebé, y Andrea era
casi siempre la más cargada con esa tarea. Le habían sacado miles de fotos y
las más bonitas las imprimieron para colocarlas en un álbum especial y en las
paredes.
Aaron se graduó de la universidad antes de que el bebé cumpliera un
año, y con el aumento que le dieron en su trabajo, más los ahorros que ambos
tenían, lograron comprar una casa en una colonia cerrada. No tuvieron necesidad
de contratar una niñera cuando Andrea regresó a la universidad, porque Beatrice
y Genoveva se encargaban de cuidarlo entre semana. Y tres meses antes de que
Joseph cumpliera dos años, Andrea se graduó.
Ese día era el cumpleaños número dos de Joseph, lo que significaba
que la recién graduada y de nuevo embarazada Andrea, estaba preparando una
pequeña fiesta para la familia y los amigos.
Ese embarazo también era una sorpresa. Ella había planeado quedar
embarazada después del segundo cumpleaños de Joseph; sin embargo, cuando el
pequeño tenía un año y ocho meses, descubrieron que Andrea estaba embarazada
por segunda vez. Tenía actualmente cinco meses de embarazo, y a los cuatro, en
una ecografía de rutina, descubrieron que tendrían mellizos: un niño y una
niña.
Ya habían dado la noticia a sus familiares, y ya habían comenzado a
planear los nombres. Al pequeño querrían nombrarlo Aaron Stefano, y a la
pequeña la llamarían Lucía Valentina.
No podrían estar más emocionados.
Aaron resultó ser un excelente padre. Desde que Joseph nació, él se
había encargado de leerle cuentos cada noche antes de dormir, e incluso había
insistido en que el pequeño durmiera con ellos cuando hacía más frío. Aprendió
a cambiarle los pañales, a preparar el biberón y sus comidas, a cambiarlo, etc.
Andrea no podría estar más feliz de lo que ya estaba.
Habían creado un hogar.
–*–
Sonó el timbre de la casa, y Andrea pasó a abrir. Eran Carlos y
Mark, y este último llevaba a su novia: una maestra de jardín quien estaba
impaciente por conocer a Joseph. Entonces, cuando pasaron a la sala, Aaron
llegó con el bebé en brazos.
–Mira quiénes quieren conocerte, Joseph. –Dijo Aaron, saludando a
todos–. Hola, chicos. Gracias por venir.
–No nos lo perderíamos por nada. –Dijo Carlos, abrazando a Aaron–.
¿Cómo es la vida de padre?
Andrea se excusó y entró para la cocina junto con Devonnie para
controlar el pollo.
Dos horas después, todos se encontraban sentados en el patio,
hablando sobre cosas triviales, comiendo pastel. El pollo se había terminado
rápidamente después de servirlo. Y, para satisfacción de Andrea, Devonnie había
congeniado al instante con Carlos. El pequeño Joseph estaba jugando entre todos,
persiguiendo a Cleo, quien había resultado ser una gata muy sociable. Quería
mucho a Joseph, ya que a veces dejaba que el pequeño la sostuviera, y
ronroneaba cariñosamente cuando ambos se quedaban dormidos juntos en la cama de
Aaron y Andrea. Cleo solía lamerle la cara al bebé, sobre todo cuando Andrea no
observaba, ya que eso la ponía bastante nerviosa.
Sin embargo, Aaron y Andrea no eran ni serían la pareja perfecta.
Tenían discusiones como todos, y las peleas se presentaban una o dos veces al
año. Andrea odiaba discutir, y por eso, Aaron siempre le compraba flores para
arreglar las cosas. Ninguno de los dos podría imaginar su vida de otra manera.
Una de las discusiones que habían tenido en las últimas semanas era respecto al
trabajo. Aaron quería que Andrea se dedicara a la maternidad a tiempo completo
por unos cinco años más, y ella había estado de acuerdo hasta el día en que se
enteraron que tendrían otros dos niños. Andrea insistía en que debía trabajar
para mantener a la familia y que nunca faltara nada, pero Aaron seguía deseando
que ella se quedara en casa, ya que él quería ser quien trabajara y sostuviera
a la familia.
Al final de todo, ambos se amaban y amaban a Joseph y a los dos
pequeños en camino.
Al cabo de un rato todos se fueron, y Andrea y Aaron se quedaron a
recoger todo lo de la pequeña fiesta: vasos accidentalmente tirados, largas
filas de papel crepé, globos desinflados, etc. No era mucho, y cuando Andrea se
sintió cansada al agacharse con su gran vientre, Aaron se ofreció a terminar.
Joseph estaba sentado en la sala tomando su biberón, con Cleo, su mejor amiga,
junto a él.
–¿Cómo te sientes, cielo? –Preguntó Aaron, cuando recogió el último
globo caído casi desinflado y lo tiró a la basura.
–Bien… Cansada, con ganas de tirarme a la cama a descansar y
dormir. –Dijo Andrea, observándolo sonriente, con una mano en su vientre–. Los
niños han estado pateando, como si supieran que hubo una fiesta. Seguramente
querían participar.
–Seguramente.
Aaron dejó la bolsa de basura en el bote correspondiente, se acercó
y le dio un beso a Andrea.
–Si quieres, yo me encargo de Joseph por el resto de la tarde.
Fuiste una buena anfitriona hoy. El pollo estaba delicioso.
–Gracias, amor.
–¿Entramos? Yo después me ocupo de quitar las sillas.
Ambos entraron a la sala, y vieron que Joseph estaba recostado en
un sofá, con el biberón a un lado y Cleo dormida al otro.
–Veo que se llevan muy bien. –Dijo Aaron, haciendo sonreír a
Andrea.
–Por supuesto que se llevan bien. Los dos saben que son los bebés
de mamá.
–Ya, pero Joseph lo es más. Ya sabes, es humano. Es nuestro.
–Sí, pero Cleo fue como mi entrenamiento antes de Joseph. No había
cuidado nada en mi vida hasta que la adopté.
–Mmmm… está bien.
Ambos estaban parados frente a la chimenea, rodeados por los tres
sofás. En la chimenea tenían enmarcadas las fotos de los mejores momentos en
sus vidas: el día cuando les dijeron a los padres de Andrea que estaban casados
y que querían casarse por la iglesia; cuando se mudaron al apartamento de
Aaron; una foto de la boda religiosa, una foto de Andrea sosteniendo al pequeño
Joseph recién nacido; la graduación de Aaron y graduación de Andrea; el primer
cumpleaños del pequeño; Joseph en el zoológico, etc. Sobre estas, estaba
sostenida una televisión de plasma, la cual a la derecha tenía el título
universitario de Aaron, y a la izquierda, el de Andrea.
Ya que ambos estaban contemplando al bebé, Aaron hizo que Andrea se
volteara y quedaran frente a frente.
–Gracias. –Dijo Aaron, sonriendo.
–¿Por qué? –Preguntó Andrea, un poco confundida–.
–Por hacerme feliz. Por darme una familia. Por dejarme entrar a tu
vida y a tu corazón. No sé qué habría hecho si nunca nos hubiéramos encontrado
en la universidad aquel día. No imagino mi vida sin ustedes dos.
–Yo tampoco puedo imaginármela sin ti, o sin Joseph, o sin los
pequeños en camino.
–Gracias por darme todo lo que alguna vez soñé contigo. Siempre
supe que tenías que ser tú la que me hiciera tan feliz.
La besó apasionadamente, tratando de tenerla cerca sin aplastar su
abultado vientre.
–¿Qué te parece si recostamos a Joseph en su cuna y nosotros vamos
a la habitación? Es que… –Sonrió, esperando que Andrea lo entendiera–. Me
gustaría estar a solas con mi hermosa esposa.
–Mmmm… Me parece una buena idea.
Andrea tomó al pequeño Joseph en brazos y Aaron tomó a Cleo.
Entonces, ambos subieron las gradas y lo llevaron a su habitación. Al colocarlo
en la cuna, Joseph se removió, mas no se despertó. Andrea le dio un beso en la
frente.
Aaron la abrazó por detrás, colocando cariñosamente las manos en su
vientre.
–Te amo. –Le dijo al oído, mientras acariciaba su cuello con los
labios.
–Yo también te amo, Aaron. –Respondió Andrea, volteándose para
verlo un poco mejor–. Gracias por convertirte en mi todo. Gracias por
convertirte en mi “y vivieron felices por siempre”.
–Eso es lo que haremos, cariño. Viviremos felices por siempre.
Al verlo a los ojos, Andrea supo que era verdad. Lograrían vencer
cualquier obstáculo que se les pusiera en el camino, y serían felices, muy
felices.
Para siempre.
FIN
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Hola chicas. :3 Espero que les haya gustado la novela, la hice cortita porque ya me da weva estar escribiendo tanto y nunca terminar. Llevo una ahorita con 200 páginas que TENGO que terminar para estos días, y no hay modo de que fluyan las ideas. :( En fin, las quiero, espero que hayan disfrutado la novela. :D
¡Las quiero!
-Ana A.