domingo, 19 de febrero de 2012

True Believer - Chapter 14

Miley pestañeó varias veces seguidas para confirmar que no estaba soñando. No, no podía ser él, simplemente porque él no podía estar allí. La idea le parecía tan descabellada, tan inesperada, que se sintió como si estuviera presenciando la escena a través de los ojos de otra persona.

Nick sonrió cuando depositó su bolsa de viaje en el suelo.

—¿Sabes? No deberías mirarme de ese modo tan descarado —dijo él—. A los hombres nos gustan las mujeres que saben comportarse con más sutileza.

Miley continuaba mirándolo, estupefacta.

—Eres... tú —acertó a pronunciar.

—Soy yo —asintió Nick con un movimiento de la cabeza.

—Estás... aquí.

—Estoy aquí —volvió a asentir.

Ella lo observó fijamente bajo la tenue luz del atardecer, y Nick pensó que Miley era incluso mucho más guapa de cómo la recordaba.

—¿Qué estás...? —Miley se quedó dubitativa, intentando encontrar el sentido a su repentina aparición—. Quiero decir, ¿cómo has conseguido...?

—Es una larga historia —admitió él. Ella no hizo ningún gesto para aproximarse a él, y Nick señaló con la cabeza hacia el faro—. ¿Así que éste es el faro donde se casaron tus padres?

—Vaya, recuerdas ese detalle.

—Lo recuerdo todo —dijo él, dándose un golpecito en la sien—. Es cuestión de activar algunas neuronas aquí arriba y ya está. ¿Dónde se casaron exactamente?

Nick hablaba con un tono relajado, como si se tratara de la situación y de la conversación más normal del mundo, lo cual sólo consiguió incrementar la sensación de surrealismo que sentía Miley.

—Ahí —respondió ella, señalando con un dedo—, al lado del océano, cerca de donde rompen las olas.

—Debió de ser una ceremonia preciosa —comentó él, mirando hacia esa dirección—. Todo esto es precioso. Ahora entiendo por qué estás enamorada de este lugar.

En lugar de responder, Miley soltó un prolongado suspiro, intentando contener sus emociones turbulentas.

—¿Qué haces aquí, Nick?

El tardó unos instantes en responder.

—No sabía si regresarías, así que pensé que si quería volver a verte, lo mejor que podía hacer era venir a buscarte.

—Pero ¿por qué?

Nick continuó con la mirada fija en el faro.

—Tenía la impresión de que no me quedaba ninguna otra alternativa.

—Me parece que no te entiendo.

Nick observó sus propios pies, luego levantó la vista y sonrió como si pretendiera excusarse.

—Para serte sincero, me he pasado prácticamente todo el día intentando entenderlo yo también.


 

Mientras seguían cerca del faro, el sol empezó a ocultarse tras la línea del horizonte, confiriendo al cielo unas tonalidades grises. La brisa, húmeda y fría, barría la superficie de la arena y empujaba suavemente la espuma de las olas en la orilla.

En la distancia, una figura embutida en una enorme chaqueta oscura daba de comer a las gaviotas, lanzando trozos de pan al aire. Mientras Miley la observaba, de repente sintió cómo la fuerte impresión que había tenido al ver aparecer a Nick empezaba a disiparse. En cierta manera deseaba enfadarse con él por haber ignorado su deseo de estar sola, aunque por otro lado se sentía más que adulada de que él hubiera venido. Avery jamás habría salido en su busca, ni tampoco el señor sabelotodo. Ni siquiera Joe sería capaz de hacer una cosa así, y tan sólo diez minutos antes, si alguien le hubiera sugerido que Nick vendría a buscarla, ella se habría echado a reír ante la ocurrencia. En cambio, empezaba a darse cuenta de que Nick era distinto a todos los hombres que había conocido hasta entonces, por lo que nada de lo que hiciera debería sorprenderle.

A lo lejos los caballos habían empezado a retirarse, comiendo la hierba que encontraban a su paso mientras desaparecían lentamente detrás de la duna. La neblina proveniente del mar empezaba a avanzar hacia la costa, confundiendo el mar con el cielo. Las golondrinas escarbaban la arena en la orilla, moviendo sus larguiruchas patas rápidamente en busca de pequeños crustáceos.

En medio del silencio imperante, Nick se llevó ambas manos a la boca e intentó calentarlas con una bocanada de aire, pues empezaban a dolerle del frío.

—¿Estás enfadada porque he venido? —preguntó finalmente.

—No —respondió ella—. Estoy sorprendida, pero no enfadada.

Él sonrió, y Miley también relajó los músculos de la cara.

—¿Cómo has conseguido llegar hasta aquí?

Nick hizo una señal con la cabeza en dirección a Buxton.

—He convencido a un par de pescadores que venían hacia aquí para que me dejaran subir a su barca. Me han dejado en el puerto.

—¿Te han dejado subir a su barca sin más?

—Así es.

—Pues has tenido mucha suerte. Los pescadores suelen ser personas muy ariscas.

—Seguramente, pero al fin y al cabo, no son más que personas. Aunque no me considere un experto en psicología, creo que todo el mundo, incluso los desconocidos, puede notar la sensación de urgencia en una petición, y la mayoría de la gente reacciona del modo debido. —Carraspeó unos instantes antes de proseguir—. Pero cuando he visto que eso no funcionaba, les he ofrecido dinero.

Miley sonrió socarronamente ante su confesión.

—Deja que lo averigüe —dijo ella—. Te han timado, ¿no?

Nick esbozó una mueca de corderito.

—Bueno, supongo que eso depende de cómo se mire. No me ha parecido demasiado dinero para darme un paseíto en barco...

—Hombre, es más que un paseíto. Sólo con el gasto de gasolina ya resulta caro. Y luego está el trajín del barco...

—Sí, lo mencionaron.

—Y además, hay que agregar el tiempo que han dedicado esos hombres y el que, irremediablemente, mañana tendrán que salir a faenar antes de que amanezca.

—Sí, también mencionaron eso.

A lo lejos, los últimos caballos desaparecieron detrás de la duna.

—Y sin embargo, has venido.

Nick asintió, tan sorprendido como ella.

—Pero me dejaron claro que sólo era un viaje de ida, no de vuelta. No pensaban esperarme, por lo que supongo que tendré que quedarme aquí.

Miley enarcó una ceja.

—¿De veras? ¿Y cómo piensas regresar?

Nick puso cara de travieso.

—Te contaré un secreto: conozco a alguien que está pasando unos días aquí, y mi intención es recurrir a mi encanto personal y convencerla para que me lleve de vuelta.

—¿Y qué pasa si mi intención es quedarme varios días, o si te respondo que te las apañes tú sólito?

—Todavía no me he planteado esa posibilidad.

—¿Y dónde piensas alojarte mientras estés aquí?

—Tampoco he pensado en esa cuestión.

—Por lo menos eres franco —dijo ella, sonriendo—. Pero dime, ¿qué habrías hecho si yo no hubiera estado aquí?

—¿A qué otro sitio habrías ido?

Ella desvió la vista, y le gustó que él se acordara de lo que le había contado sobre ese lugar. A lo lejos vio las luces de un barco rastreador, que avanzaba de forma tan lenta que prácticamente parecía que estuviera estático.

—¿Tienes hambre? —preguntó Miley.

—La verdad es que sí; no he comido nada en todo el día.

—¿Quieres cenar?

—¿Conoces algún sitio agradable?

—Estoy pensando en uno en particular.

—¿Aceptan tarjetas de crédito? Es que he usado todo el dinero en efectivo que llevaba encima para poder llegar hasta aquí.

—Estoy segura de que podremos arreglar esa cuestión de un modo u otro.


 

Se alejaron del faro, bajaron hasta la playa y empezaron a caminar sobre la arena compacta cerca de la orilla. Había un espacio entre ellos que ninguno de los dos parecía querer invadir. En lugar de eso, y con la punta de la nariz roja por el frío, continuaron avanzando como autómatas hacia el lugar que parecían predestinados a compartir.

En silencio, Nick recordó mentalmente su periplo hasta allí, y sintió una punzada de culpabilidad por Nate y por Alvin. No había podido realizar la llamada telefónica —no había cobertura mientras cruzaba el Pamlico Sound—, por lo que pensó que intentaría llamar tan pronto como pisara tierra firme, a pesar de que no tenía ganas de hacerlo. Suponía que Nate llevaba bastantes horas con los nervios de punta, soñando con la esperada llamada para estallar loco de alegría, pero Nick había pensado en sugerir una reunión con la productora para la semana siguiente, en la que les presentaría todo el material completo: la filmación y el esbozo de la historia; una idea que, suponía, no casaba en absoluto con la intención que Nate llevaba sobre la conferencia. Y si eso no era suficiente para aplacarlos, si por no realizar una llamada arriesgaba su próspero futuro laboral, entonces no estaba seguro de que quisiera trabajar en televisión, después de todo.

Y Alvin... Bueno, con él todo era más fácil. Nick no conseguiría regresar a Boone Creek esa noche —había llegado a esa conclusión cuando los pescadores lo dejaron en el puerto—, pero Alvin siempre llevaba el móvil encima, así que le explicaría lo que sucedía. A Alvin no le haría ninguna gracia trabajar solo esa noche, pero seguramente mañana ya se le habría pasado el enfado. Alvin era una de esas pocas personas que tenía la habilidad de no permitir que ningún tema le quitara el sueño más de veinticuatro horas seguidas.

Siendo honesto consigo mismo, Nick admitió que en ese momento la reacción de Nate y Alvin le traía sin cuidado. Lo único que le importaba era que se hallaba paseando con Miley por una playa desierta en medio de la nada, y mientras la brisa marina le acariciaba la cara, sintió que, sutilmente, ella deslizaba su brazo hasta entrelazarlo con el suyo.


 

Miley lo guió hasta arriba de los deformados peldaños de madera del viejo bungaló y colgó la chaqueta en el perchero que había detrás de la puerta. Nick hizo lo mismo, y también colgó su bolsa. Mientras ella se adentraba en el comedor, Nick la observó y nuevamente pensó que era muy hermosa.

—¿Te gusta la pasta? —le preguntó, sacándolo de su ensimismamiento.

—¿Bromeas? Me crié comiendo pasta a todas horas. Mi madre es italiana.

—Perfecto, porque eso es lo que pensaba preparar.

—¿Cenaremos aquí?

—Supongo que no nos queda otra alternativa —profirió ella por encima del hombro—. Estás sin blanca, ¿recuerdas?

La cocina era pequeña, con la pintura de color amarillo pálido que empezaba a despuntar por las esquinas donde el papel con motivos florales había comenzado a pelarse, y con los armarios desconchados. Debajo de la ventana Nick divisó una mesita pintada a mano. En las estanterías destacaban las bolsas en las ella había traído las provisiones, y Miley sacó de una de ellas una caja de cereales y una barra de pan. Desde su posición cerca del fregadero, Nick estudió su bonita silueta cuando ella se puso de puntillas para guardar la comida en un armario.

—¿Necesitas que te eche una mano? —preguntó él.

—No, ya está, gracias —contestó Miley al tiempo que se daba la vuelta. Se alisó la camisa con ambas manos y asió otra bolsa de la que tomó dos cebollas y dos latas grandes de tomates San Marzano—. ¿Quieres beber algo mientras preparo la cena? En la nevera encontrarás un paquete de seis latas de cerveza, si te apetece.

Sorprendido, Nick abrió los ojos exageradamente.

—¿Tienes cervezas? Pensaba que no bebías.

—No suelo beber.

—Pues para tratarse de alguien que no bebe, seis cervezas pueden resultar ciertamente dañinas. —Sacudió la cabeza antes de continuar—. Si no te conociera, pensaría que este fin de semana tenías intención de emborracharte.

Miley le lanzó una mirada mordaz, aunque al igual que el día anterior, su semblante revelaba que lo hacía más en broma que enojada.

—Con seis cervezas tengo para todo un mes. Bueno, ¿quieres una o no?

Él sonrió, aliviado al ver que ella adoptaba un tono más familiar.

—Sí, me gustaría tomarme una, gracias.

—¿Te importa cogerla tú mismo? Tengo que preparar la salsa.

Nick abrió la nevera y separó dos botellas de Coors Light del paquete de cervezas. Abrió una y luego la otra antes de ponerla delante de ella. Miley se quedó mirando la botella y se encogió de hombros.

—Lo siento, pero es que no me gusta beber solo —se excusó él.

Nick levantó la botella para hacer un brindis, y Miley lo imitó. Chocaron los cascos de las botellas sin pronunciar ni una palabra, después él se apoyó en la encimera al lado de ella y cruzó una pierna por encima de la otra.

—Sólo para que lo sepas, se me da muy bien trocear las verduras; lo digo por si necesitas ayuda.

—Lo recordaré —repuso Miley.

Él sonrió.

—¿Cuánto hace que este lugar pertenece a tu familia?

—Mis abuelos lo compraron después de la segunda guerra mundial. En esa época ni siquiera existía una carretera en toda la isla. Tenías que conducir a través de la arena para llegar hasta aquí. Hay algunas fotos en el comedor en las que se puede apreciar cómo era este lugar en esos años.

—¿Te importa si les echo un vistazo?

—No, adelante. Yo continuaré preparándolo todo. El baño está al final del pasillo, por si te apetece asearte un poco antes de cenar. Está en la habitación de invitados, a la derecha.

Nick se fue hasta el comedor y examinó las fotos de la vida rústica en la isla, entonces se fijó en la maleta de Miley cerca de la butaca. Tras dudar unos instantes, la agarró y se la llevó hasta el final del pasillo. A mano izquierda vio una habitación aireada con una enorme cama sobre un pedestal, coronada por un edredón con dibujos de conchas marinas. Las paredes estaban decoradas con fotos adicionales de la Barrera de Islas. Supuso que ésa era la habitación de Miley y depositó la maleta justo detrás de la puerta.

Cruzó el pasillo y entró en la otra habitación. Estaba decorada con motivos náuticos, y las cortinas de color azul marino le conferían un agradable contraste con las mesitas y la cómoda de madera. Mientras se descalzaba y se quitaba los calcetines sentado en uno de los extremos de la cama, se preguntó cómo se sentiría al dormir allí esa noche, al saber que Miley estaba sola al otro lado del pasillo.

Se dirigió al lavabo, se miró en el espejo ubicado encima del lavamanos e intentó acicalarse el pelo despeinado con las manos. Tenía la piel cubierta por una fina capa de sal y, después de lavarse las manos, se echó agua en la cara. En cuestión de segundos empezó a sentirse mejor, acto seguido regresó a la cocina y escuchó las notas melancólicas de la canción de los Beatles Yesterday, provenientes de una pequeña radio que descansaba en la repisa de la ventana.

—¿Seguro que no necesitas ayuda? —se ofreció él de nuevo.

Al lado de Miley había un bol de ensalada de tamaño mediano con tomates cuarteados y olivas. Ella estaba ocupada lavando la lechuga y señaló las cebollas.

—Casi ya he terminado con la ensalada, ¿te importaría pelar las cebollas?

—Claro que no. ¿Quieres que también las corte a dados?

—No, sólo pélalas. Encontrarás un cuchillo en ese cajón de ahí abajo.

Nick sacó un cuchillo afilado y se afanó con las cebollas que había encima de la encimera. Por un momento, los dos trabajaron sin hablar mientras escuchaban la música. Cuando ella terminó con la lechuga y la apartó a un lado, intentó ignorar el cosquilleo que le provocaba el estar tan cerca de él. Sin embargo, no pudo evitar observarlo con el rabillo del ojo, y admirar su gracia natural, junto con un primer plano de sus caderas y de sus piernas, de sus hombros fornidos y de sus angulosos pómulos.

Nick cogió una cebolla pelada, sin darse cuenta de lo que ella estaba pensando.

—¿Está bien así?

—Perfecto.

—¿Seguro que no quieres que la corte a dados?

—No; si lo haces, echarás a perder la salsa, y eso es algo que jamás te perdonaría.

—Pero si todo el mundo corta las cebollas a dados. Mi madre italiana lo hace así.

—Pues yo no.

—¿Así que piensas echar esta oronda cebolla entera en la salsa?

—No, hombre. Primero la cortaré por la mitad.

—¿Me dejas que la parta, por lo menos?

—No, gracias. No me gustaría darte demasiado trabajo. —Miley sonrió—. Y además, soy la cocinera, ¿recuerdas? Tú dedícate a observar y a aprender. De momento considérate el... pinche de cocina.

Nick la miró fijamente. La temperatura en la cabaña era agradable; la cara de Miley ya no estaba sonrosada por el frío, sino que su piel mostraba un brillo fresco y natural.

—¿El pinche de cocina?

Ella se encogió de hombros.

—Mira, me parece muy bien que tu madre sea italiana, pero yo me he criado con una abuela que tenía el defecto de probar cualquier receta de cocina que cayera en sus manos.

—¿Y por eso te consideras una experta?

—Yo no, pero Doris sí que lo es, y durante mucho tiempo fui su pinche de cocina. Aprendí a través de osmosis, y ahora te toca a ti.

Nick cogió otra cebolla.

—Y dime, ¿por qué es tan especial esta receta? Aparte de que incluye cebollas del tamaño de una pelota de béisbol.

Miley cogió la cebolla pelada y la partió por la mitad.

—Puesto que tu madre es italiana, estoy segura de que habrás oído hablar de los tomates de San Marzano.

—Claro. Son tomates, de San Marzano.

—Qué ingenioso. Para que te enteres, son los tomates más dulces y sabrosos que existen, especialmente en salsas. Ahora mira y aprende.

Miley asió un cazo que había dentro del horno y lo dejó a un lado, entonces encendió el gas y colocó una cerilla en el borde de uno de los fogones. La llama azul tomó vida, y después depositó el cazo vacío encima del quemador.

—He de admitir que me estás dejando impresionado —dijo Nick en tono burlón, mientras terminaba de pelar la segunda cebolla y la apartaba a un lado. Agarró su cerveza y volvió a apoyarse en la encimera—. Deberías de montar tu propio programa de cocina por televisión.

Sin prestarle atención, Miley vertió el contenido de las dos latas de tomate en el cazo, luego agregó una cucharada de mantequilla a la salsa. Nick echó un vistazo por encima del hombro de Miley y vio cómo la mantequilla empezaba a derretirse.

—Muy saludable —comentó él—. Mi médico siempre me dice que de he añadir un poco de colesterol a mi dieta.

—¿Sabías que muestras una desagradable tendencia a ser sarcástico?

—Eso me han dicho —respondió él, levantando su botella—. De todas maneras, gracias por recordármelo.

—¿Has acabado de pelar la otra cebolla?

—Sí, soy un pinche de cocina la mar de eficiente —proclamó al tiempo que le pasaba la segunda cebolla.

Miley la partió en dos y luego echó las cuatro mitades en la salsa. Removió el contenido del cazo unos instantes con una cuchara de madera y esperó hasta que la salsa empezó a hervir, después bajó el fuego.

—Muy bien. Esto es todo, de momento. Estará listo de aquí a una hora y media —anunció ella, satisfecha.

Se dirigió al fregadero y se lavó las manos. Nick echó otro vistazo al cazo y frunció el ceño.

—¿Ya está? ¿Sin ajo? ¿Sin sal ni pimienta? ¿Sin salchichas? ¿Sin albóndigas?

Ella sacudió enérgicamente la cabeza.

—Sólo consta de tres ingredientes. Luego coceré la pasta, la mezclaré con la salsa y le echaré parmesano fresco rallado por encima.

—Pues no es una receta muy italiana, que digamos.

—Te equivocas. Es la forma como han preparado la pasta durante cientos de años en San Marzano, que, por si no lo sabías, es una población de Italia. —Le dio la espalda para secarse las manos con un trapo de cocina—. Como nos queda tiempo, me dedicaré a limpiar todo esto antes de la cena, lo cual significa que estarás solo durante un rato.

—No te preocupes por mí. Ya pensaré en algo para no aburrirme.

—Si te apetece, puedes ducharte. Ahora mismo te traigo una toalla.

Nick todavía sentía la sal en el cuello y en los brazos, por lo que sólo necesitó un instante para aceptar la oferta.

—Perfecto. Una ducha me sentará de maravilla.

—Dame un minuto para que te prepare las cosas, ¿vale?

Miley sonrió y agarró su cerveza. Después abandonó la cocina con la sensación de tener la mirada de Nick clavada en sus caderas, y se preguntó si él se sentía tan turbado como ella.

Al final del pasillo, abrió la puerta del armario, tomó un par de toallas y depositó una encima de la cama de Nick. Debajo del lavamanos del lavabo de la habitación de invitados había varios champús y una nueva pastilla de jabón, que Miley dispuso en la repisa de la bañera. Se miró un momento en el espejo y se imaginó a Nick envuelto en una toalla después de tomar una ducha. La imagen le provocó cierta agitación. Lanzó un prolongado suspiro, sintiéndose como una adolescente de nuevo. Entonces escuchó la voz de él.

—¿Miley? ¿Dónde estás?

—En el baño —respondió ella, sorprendida por el tono tranquilo de su propia voz—. Me estoy asegurando de que tienes todo lo que necesitas.

Nick se plantó a su espalda.

—¿Por casualidad no tendrás una maquinilla de afeitar desechable en uno de esos armarios?

—No, lo siento. Miraré en mi cuarto de baño, pero creo que...

—Oh, no te preocupes —la interrumpió al tiempo que se pasaba la mano por encima de la barbilla—. Bueno, esta noche estaré un poco desaliñado.

Miley se dijo que no le importaba que estuviera desaliñado y, sin saber por qué, notó cómo se ruborizaba. Rápidamente se dio media vuelta para que Nick no se percatara de su azoramiento y empezó a ordenar los champús.

—Puedes usar el que quieras. Y recuerda que el agua caliente tarda un poco en salir, así que ten paciencia.

—De acuerdo. ¿Te importa si uso el teléfono? Tengo que hacer un par de llamadas.

Ella asintió con la cabeza.

—El teléfono está en la cocina.

Al pasar por su lado, no pudo evitar rozarlo a causa del reducido espacio que había en el cuarto de baño, y nuevamente sintió cómo él la observaba por detrás, si bien prefirió no darse la vuelta para confirmar sus sospechas.

En lugar de eso, Miley se dirigió a su habitación, cerró la puerta y se apoyó en ella, sintiéndose avergonzada por los pensamientos tan ridículos que la asaltaban. No había pasado nada, y no sucedería nada, se dijo una y otra vez. Cerró la puerta con llave, con la esperanza de que su acción fuera suficientemente simbólica como para bloquear sus pensamientos. Y funcionó, al menos durante unos instantes, hasta que vio su maleta, la que Nick había traído unos minutos antes.

Al pensar que él había estado en su habitación, se puso todavía más nerviosa, interpretándolo como un anticipo de lo que podría suceder. Cerró los ojos e intentó mantener la mente en blanco, pero al final no le quedó más remedio que aceptar que se había estado engañando a sí misma durante todo ese tiempo.


 

Nick regresó a la cocina después de la ducha tonificante y olió el delicioso aroma de la salsa que se cocía lentamente en el fuego. Apuró la cerveza, encontró el cubo de basura debajo del fregadero y tiró la botella, luego sacó otra de la nevera. En el estante inferior divisó un trozo de parmesano fresco y un bote de olivas Amfiso sin abrir, y por unos momentos tuvo la tentación de abrir el bote y tomar una, pero se contuvo.

Localizó el teléfono, marcó el número de la oficina de Nate y la secretaria lo pasó inmediatamente con el jefe. Durante los primeros veinte segundos, tuvo que mantener el aparato alejado de la oreja para no oír todo el sermón airado de Nate, pero cuando finalmente éste se calmó, reaccionó positivamente ante la sugerencia de Nick de mantener una reunión la semana siguiente. Nick concluyó la llamada con la promesa de que volvería a llamarlo a la mañana siguiente.

Con Alvin, sin embargo, no tuvo suerte. Después de marcar su número, escuchó el contestador del buzón de voz. Entonces esperó un minuto, volvió a intentarlo y de nuevo apareció el contestador. El reloj de la cocina marcaba casi las seis, y Nick imaginó que en esos momentos Alvin debía de estar probablemente conduciendo en dirección a Boone Creek. Deseó poder hablar con él antes de que su amigo saliera a cenar.

Sin nada más por hacer y con Miley todavía fuera de vista, Nick decidió salir al porche que había en la parte trasera de la cabaña. El frío empezaba a ser más que notable. El gélido viento soplaba con fuerza, y a pesar de que no podía ver el océano, le llegaba el rumor de las olas. Se sintió acunado por esa grácil cadencia hasta que prácticamente entró en un estado de trance.

Al cabo de un rato regresó a la sala de estar, que ahora se encontraba prácticamente a oscuras. Echó un vistazo al pasillo y vio un pequeño halo de luz por debajo de la puerta de la habitación de Miley. Sin saber qué hacer a continuación, encendió una lamparita que había cerca de la chimenea. La estancia se inundó de sombras, y Nick se dedicó a ojear los libros apilados encima del mantel hasta que se acordó de la libreta de Doris. Con las prisas por llegar hasta allí, se había olvidado por completo de ese material. Abrió su bolsa de viaje, cogió la libreta y se acomodó en la butaca. Al sentarse, notó cómo la tensión que sentía en los hombros desde hacía muchas horas se desvanecía lentamente.

En esos instantes lo invadió una fantástica sensación de placer, y pensó que la vida debería ser siempre así.


 

Un poco antes, cuando Miley oyó que Nick cerraba la puerta de la habitación de invitados, se acercó a la ventana y tomó un trago de su cerveza, contenta de tener algo con que calmar sus nervios.

Los dos habían mantenido una conversación superficial en la cocina, manteniendo la distancia para no sentirse incómodos. Sabía que debería continuar comportándose de ese modo cuando saliera de la habitación, pero mientras dejaba la botella de cerveza a un lado, se dio cuenta de que ya no deseaba continuar manteniendo la distancia.

A pesar de que era consciente de los riesgos, la forma de comportarse de Nick la había seducido —la sorpresa al verlo caminar por la playa hacia ella, su sonrisa fácil y su pelo despeinado, la mirada nerviosa y traviesa—; en esos instantes, él se había comportado al mismo tiempo como el hombre que ella conocía y como el hombre que aún no conocía. Aunque se negó a admitirlo en ese momento, ahora se daba cuenta de que ansiaba conocer la parte de él que todavía permanecía oculta, fuera lo que fuese, sin temor a lo que pudiera descubrir.

Dos días antes no habría ni soñado que pudiera sucederle algo similar, especialmente con un hombre al que casi no conocía. Ya había salido escaldada de más de una relación amorosa, y ahora se daba cuenta de que había evitado otras posibles situaciones dolorosas escudándose en la seguridad que le confería la soledad. Pero vivir una vida libre de riesgos no era precisamente vivir, y si tenía que cambiar, lo mejor era empezar cuanto antes. Después de ducharse, se sentó en el extremo de la cama, abrió la cremallera de la maleta y sacó un frasco de loción. Se aplicó un poco en las piernas y en los brazos y se masajeó los pechos y la barriga, saboreando la vitalidad que le transmitía en la piel.

No había traído ropa delicada; en sus prisas por abandonar el pueblo por la mañana, había agarrado lo primero que había encontrado en el armario. Rebuscó por la maleta hasta que encontró sus vaqueros favoritos. Estaban completamente desgastados, rasgados por las rodillas y por la parte de los talones. Pero de tanto lavarlos, el tejido se había vuelto más flexible y suave, y era consciente de que esos viejos vaqueros se adaptaban perfectamente a los contornos de su figura, acentuando sus formas. Al pensar que Nick se fijaría en ese detalle, se sintió emocionada como una quinceañera.

Se puso una camisa blanca de manga larga, sin introducirla en los pantalones por la cintura sino dejándola suelta, y luego la arremangó hasta los codos. Se plantó delante del espejo y se abrochó todos los botones menos uno que normalmente solía abotonarse, dejando entrever la parte superior del escote.

Se secó el pelo con un secador y se peinó con cuidado; luego le tocó la hora al maquillaje: se aplicó un leve toque de sombra en las mejillas, se perfiló los ojos con un lápiz delineador y se retocó los labios con una barra de carmín. Deseó tener un poco de perfume a mano, pero no había nada que pudiera hacer al respecto.

Cuando estuvo lista, se alisó la camisa delante del espejo en un intento de estar impecable, y se sintió satisfecha con su aspecto. Sonriendo, trató de recordar la última vez que había puesto tanto empeño en estar guapa.


 

Nick se hallaba sentado en la butaca, con las piernas cruzadas, cuando Miley entró en la sala. Levantó la vista y, por un momento, pareció que iba a decir algo, pero se quedó mudo, contemplándola.

Incapaz de apartar la vista de Miley, de repente comprendió por qué había sido tan importante para él volverla a ver. No le quedaba otra alternativa; sabía que estaba completamente enamorado de esa mujer.

—Estás... guapísima —logró susurrar finalmente con una voz ronca.

—Gracias —respondió ella, sintiéndose súbitamente presa de una emoción incontenible.

Sus miradas se encontraron; ninguno de los dos desvió la vista, y en ese instante, Miley comprendió que el mensaje que se reflejaba en los ojos de Nick era el suyo.

1 comentario:

  1. oooowww por dios me encanto que bueno que subiste ame el capis!!!!!!!!!

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